Papel Picado
Por Manuel J. Castilla
para El Intransigente
Salta, 7 de noviembre de 1940
Cansado de
hacer siempre el mismo camino, el río se fugó una mañana. Y como una víbora,
dejo la piel de su cauce de recuerdo.
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Estabas bien
guardada dentro de mi corazón. Sin embargo, te salías a mis ojos.
***
Mi amor se
pegó a tu nombre como una rúbrica.
***
En la tierra
fue más hermosa que un ángel. Cuando murió, en el cielo, las estrellas
envidiosas le espinaban las plantas.
***
Las curvas
de todos los caminos se pegaron a tu cuerpo.
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Tus ojos, como
dos golondrinas, buscaban distancia.
***
Te gustaba
viajar y te encantaba el mar con sus barcos y sus puertos. Por ello, un día, te
entregue mi corazón sediento de aventuras y de ensueño. Y como a un barco de
papel, lo estrujó tu indiferencia.
***
Te buscaban
mis ojos por todos los caminos, sin saber que estabas en los horizontes.
***
Una vez, un
cóndor herido se poso en un sauce. Desde entonces, el árbol no lloro más, y,
visto de lejos, tenía la altivez de un cóndor.
***
En aquella
calle de extramuros, la luz artificial estaba de más. Bastaban para iluminarla,
los faroles rojos de los ceibos.
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El incendio
del amanecer se originó en la cresta de los gallos.
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Aquella
tarde la lluvia estuvo más piadosa que nunca. Quería coser con sus hebras los
remiendos de los pordioseros de la ciudad.
***
A la fuga de
tu risa se prende mi tristeza.
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En la cumbre
del cerro los cardones despeinaban al viento.
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La guadaña
del relámpago, cortaba los flecos de la lluvia.
***
Había andado
tanto aquella gitana que se prendieron a sus ropas los colores de todos los
paisajes.
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Cuando
cantas, quisiera hacerte una jaula con alambres de lluvia.
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El viento
enamorado de la nube quería arrancar la flor enorme del molino para deshojarla
en su honor.
***
Cuando niño
yo era como el grillo: a solas pregonaba mi amor, y cuando te me acercabas
enmudecía.
***
Una noche
por capricho, me tuviste junto a tu pecho como a un tuco. Después me dejaste
abandonado en la primera maceta.
Papel Picado
Por Manuel J. Castilla
para El Intransigente
Salta,
15 de noviembre de 1940
Cuando
bailaba el trompo de los niños, con su púa dibujaba en el suelo el lazo con que
los ataría a la infancia para siempre.
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En la cumbre
de la montaña la cruz parecía dirigir el tráfico de los vientos.
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En la siesta
ardiente, la acequia como una víbora loca quería enroscarse en el sauce.
***
En la
soledad de tus ojos se oscurecía el sueño.
***
Cuando de
noche vemos la ciudad desde la cumbre del cerro, nos parece que alguien
desparramó las brasas de un enorme fogón.
***
El gato
noctámbulo sobre la tapia parece un nadador que no se decide a tirarse al río
de la calle.
***
Cantando
como el coyuyo hice madurar el fruto de tu amor, para que luego otro se lo
comiera.
***
Cuando de
noche marcho por las calles desiertas, se me antoja que voy hacia la muerte.
***
A veces,
amanecías como una “nievecita”: morías si te tocaban.
***
Cuando, por
las tardes te quedabas ensimismada, mi amor se complacía en enredarse en tus
pestañas para mirar el color de tu sueño.
***
Aquella
noche la luna se rompió en mil pedazos que, al caer, se quedaron prendidos en
las ramas florecidas de los yuchanes.
***
Truenos: El
cielo ha desatado su collar de pedrones.
***
Entre tú y
yo se abrió un abismo profundo: el de tus ojos.
***
Por el cielo
azul de tus miradas, cada tarde, volaba el barrilete de colores de mi amor.
Hasta que un día, el hilo se cortó en el filo de tu indiferencia y se perdió en
tus ojos para siempre.
***
No quería
recordarte. Por ello un día, insensible, tire tus cartas al fuego y el humo me
hizo llorar.
***
El viento
quería tocar los platillos de los girasoles.
Estas viñetas corresponden al libro:
El Oficio del Árbol
Obra Periodística de Manuel J. Castilla 1940 - 1960
(Selección, prólogo y notas de Alejandro Morandini)
de próxima aparición