lunes, 10 de diciembre de 2012

León Felipe en Salta o apuntes sobre la Libertad
























Cuando leo la biografía de un personaje famoso
me pregunto sorprendido:
Pero ¿a esto llama el autor la vida de un hombre?
¿Y así escribirán la mía cuando yo me haya ido?
(¡Como si alguien supiese, en realidad, algo de mi!)
¡Yo mismo sé tan poco de mi vida!
Sólo algunos destellos…
fugas inesperadas
que yo me afano en perseguir…”.  Walt Whitman

En un mundo gobernado por las apariencias el poeta puede tener gestos recios. Con absoluto dominio de sí y en pleno ejercicio de la poesía, el poeta puede reducir la realidad a un movimiento y afirmar con soberbia un recurso de la lengua para dar por concluida su creación. Como si todo fuera una cuestión de actuar para las expectativas ajenas. Así entendí a León Felipe, cuando leí sus poemas en libros que guardé en un estante hace años y que llamé “los americanos”, (Whitman, Neruda, Lorca, Felipe, Ginsberg, Castilla, Cardenal, Blas de Otero, Vallejo, Machado y Hernández). Entiendo que sus afirmaciones severas y en ocasiones, reiterativas, lucen por su improcedencia: “El día que los pueblos sean libres/la política será una canción”, sería el ejemplo más notorio de estas aseveraciones instintivas e inútiles. Estos versos puestos en el prólogo a su versión de El canto a mi mismo, han sido repetidos en los escenarios folclóricos y en las aulas como un principio de fe. La confianza depositada en la consigna hace que la misma resuene tan clara que haga inútil todo análisis. Recubre una complejidad que ubica a la política en el lugar del mal; se la repite con convicción, liberado del mal el hombre recobraría su estado de gracia natural. Aunque sabemos que carente de política el hombre apenas sobreviviría como un ilustre mamífero, aplaudimos el simpático lema. La imposible Libertad aflige al poeta cuando convierte el dolor de su ausencia en canto; enjuaga lágrimas, redime al Hombre. El poeta ejecuta acciones todas exageradamente espontáneas pero curiosamente necesarias.














Al publicano le toco hablar cuando ya toda España había hablado y cuando las cosas españolas humeaban todavía, calcinadas, por que también ellas habían hablado. Entonces la voz de Felipe tronó; se le llamó poeta prometeico y se lo escuchó en los barcos que regresaban a la América. En España dejó una insignia clavada en la lengua para dar batalla en la memoria. Su palabra se musitó como pan en la ansiedad de las bodegas.

¿Porque habéis dicho todos
que en España hay dos bandos,
si aquí no hay más que polvos?

Pero el lenguaje no puede abarcar esa instancia de desgarro, o sí, pero nunca será el propio dolor; en esos menesteres el poeta se expresará cantando: un artificio que se completa en el oído de sus lectores. Hay un pacto originario que sostiene todas estas imposturas entre el poeta y su público, asociados ambos por necesidades intercambiables. Sólo una confianza ciega en la existencia y en los sentidos del otro puede procurarle al lector una precaria sensación de Libertad.
El misterio de la Libertad se aposenta entre el rumiar constante de la naturaleza y la ligazón vital con el otro, (es la evanescente Libertad para la Liberación la que se presiente tras los versos del poeta). Quizás el Marqués de Sade pudo concebir una literatura semejante en intención, al proclamar una Libertad Instrumental concebida exclusivamente para el goce. Los hombres han sido crueles con Sade, de alguna forma se las han arreglado para que su nombre viva en el fondo de una prisión, así como condenaron a la intemperie de los escenarios los versos del poeta Felipe. Ambos, siempre solos, bajo los spots o en la sombra están como esperando el futuro… pero no podemos disgregar más en equívocas disquisiciones, que siendo literarias, nos obligan a trazar vanas estrategias, falsas conmiseraciones y arriesgados cálculos en la conquista de territorios inexistentes.


Firme, erguido, sereno,
con la lengua en silencio,
los ojos en sus cuencas
y en su lugar los huesos.

Ya eran las ocho de la noche del viernes 27 de febrero de 1948, cuando el poeta León Felipe, cruzó el salón del Hotel Salta ovacionado por un público que lo recibió de pié. La demora había mantenido la  expectativa entre los salteños. El poeta venía de un largo y accidentado viaje, la ciudad norteña le serviría por unos días de descanso a la vera del infinito camino. Atrás quedaban Chile, Buenos Aires, las provincias argentinas, y más atrás aún Colombia, Venezuela, Brasil y más aún México, Panamá y la Guerra, todas sus guerras. Había titulado a su exposición, ¿Quién soy yo? Fue presentado por Francisco Álvarez Leguizamón, que siempre según la prensa, se dirigió al auditorio con frases acertadas acerca de la misión y personalidad de León Felipe. La reunión había sido gestionada por la asociación “Amigos del Arte”. Ante un salón colmado, el poeta se explayó sobre su vida, el canto, la realidad que le toco transitar y de su fe en la poesía, (Álvarez, treinta años después, recordará una frase en su Clave de Libertad: “la religión es una gran poesía, la biblia el romancero de los pueblos antiguos”, así como suya es la afirmación de que los pueblos se acercan unos a otros por sus poetas).  
Felipe habló del camino elegido, recitó versos propios y ajenos; no cuesta imaginarlo años después en el D.F. conversando con un joven médico argentino de zapatos gastados, en algún bar de Insurgentes, proveyendo poemas y nombres de anarquistas.
Los archivos periodísticos anuncian y reseñan su presentación en el Teatro Alberdi, y una reunión social ocurrida el lunes 1º, en “La Madrileña”. Los periódicos también reproducen una carta enviada hacia fines de marzo por un corresponsal de su público jujeño.
De aquellos días se recuerda muy poco, como ese afán de ilustrado salteño que presume de recuerdos que no conservan nada. Existe la anécdota que refiere a Felipe esperando al “Cuchi” Leguizamón,  en las escalinatas de la Catedral; ante la demora del músico en acudir a la cita, el poeta atinó preguntar a un vacilante Raúl Aráoz: “¿No habéis visto a ese a quién vosotros llamáis, El Cerdo?”. También se recuerda que el doctor Austerlitz lo acompañó a una comida junto a artistas locales, en una quinta ubicada en la Recta de Cánepa.
El encuentro en el Teatro Alberdi sería sin dudas la presentación que quedará para la posteridad;  la lectura en el Hotel no había dejado de ser una presentación para socios, familiares, invitados y amigos de la entidad promotora. En la presentación del domingo se encontraría con Juan Carlos Dávalos, y el público grande salteño; sabría de un joven Manuel Castilla en viaje, recorriendo el Perú o la próxima Bolivia, (o quizás no lo supo y jamás imaginó el encuentro, ¿por qué debían encontrarse?), imposible de recobrar los pensamientos siquiera lo de las tardes fumando en la habitación del hotel bajo las lentas aspas del ventilador.
Las crónicas de El Intransigente refieren que aquella mañana de domingo el Teatro Alberdi desbordaba y que el poeta León Felipe fue introducido a la multitud por el doctor Gustavo Leguizamón, con estas palabras:
Me han conferido el honor de presentarles al grande León Felipe. Allí está.
Le ha traído el viento y es el propietario de la canción y el salmo. Es más americano que nosotros, porque conoce nuestra historia grande.
Desde su verbo, se elevan la canción total del hombre y la idea del Dios imprescindible. Va por el mundo vertical, definitivo, desnudo y ha construido ya todas las retóricas. El ritmo de su sangre ha inaugurado su poética, nacida para la recuperación de los valores permanentes.
No sabe quién es ni a dónde va. Su ruta es una estela de ademanes y profecías. Su rumbo, el destino del hombre.
Así ha transitado los caminos, contando su historia a los hombres, los pájaros y los árboles. Lleva una nueva dimensión en su palabra, porque conoce la medida del hombre.
El viento que hoy le ha traído a este proscenio es el mismo que lleva su palabra sobre la inmensidad de América adolescente, fecundada por gracia de la historia poética con la mejor semilla del destino. Con ustedes el hombre. Allí tenéis al poeta”.

El hijo del notario de Tábara, nacido en 1884, boticario de profesión, abrazó en la temprana juventud un destino de poeta. Recorrió la España reseca de principios del siglo XX como artista ambulante. Dicen que en Madrid vivió una bohemia prostibularia; durmió con los mendigos en los lupanares con la cabeza apoyada en las sogas que ponían de noche y quitaban de las bancas en la madrugada. Recibió limosnas; estuvo cuatro años preso por estafas y cuando salió de prisión escribió su primer libro, Versos y caminos del caminante; en 1919 leyó ese libro en el Ateneo de Madrid y después se embarcó a Nueva Guinea, donde vivió tres años en los hospitales coloniales de las islas del estuario del río Muni. Volvió a Europa para dirigirse raudamente a América. En México se dedicó a la enseñanza de la literatura española y en Veracruz trabajó como bibliotecario. Fue agregado cultural en la embajada de la España Republicana; allí conoció a Berta Gamboa, con quién contrajo matrimonio y se radicó en Estados Unidos. En su estancia universitaria comenzó las traducciones a Waldo Frank y Walt Whitman. Volvió a España en 1931 y 1934. Publicó en Norteamérica su poema Drop a Star; a comienzos de la Guerra Civil se trasladó a Madrid; se despidió de América con el artículo Goodbye, Panamá, donde anuncia la necesidad de enfrentarse a los enemigos de la República en todos los terrenos. Pasa sus días de guerra entre Madrid, Valencia y Barcelona. Cuando cae Málaga, compone su poema Insignia. Cuando finalmente cae la República, se exilia en Francia y luego pasa a La Habana; en el viaje compone sus libros, El payaso de las bofetadas y Pescador de caña. Se radicó nuevamente en México junto a los emigrados españoles. Son los años en que compone El gran responsable; El hacha; Español del éxodo y del llanto; Parábola y Poesía; Ganarás la luz, y da a conocer su paráfrasis al Canto a mi mismo. Entre 1946 y 1948 viaja por América del Sur; es a comienzos de ese último año que llega a Salta. El poemario salteño Copajira, de 1949 se inicia bajo su invocación libertaria.

El lunes 1 de marzo de 1948, El Intransigente publicó una reseña de Juan Carlos Dávalos, a propósito de la presentación del poeta en el teatro:
El público que llenaba literalmente ayer a las once la sala del Alberdi escuchó con el alma en vilo la magnifica disertación que el poeta León Felipe leyó en unas páginas que, contra lo que suele ocurrir cuando se  lee desde el primer momento dieron a los oyentes la impresión de que se hallaban ante un maestro de la elocución y el pensamientos modernos... poeta no oficial, ni político, ni retórico, ni utilitarista, sino de inspiración profética, optimista, y humanista… el escritor trazó con fervor el gigantesco retrato de Walt Whitman, genial apóstol norteamericano del hombre del futuro… el primero que creyó… en la redención de la humanidad por obra del amor y no por el odio, por influencia de la fraternidad democrática y no por la brutalidad de la fuerza al servicio de los déspotas… En nuestra humilde opinión se equivocan los que atribuyen al poeta español León Felipe, el estar influenciado en su credo lírico por las ideas anticatólicas y antireligiosas de Federico Nietzsche, el inventor del superhombre; como si el alto pensamiento español renacentista no hubiera tenido representantes tan dignos de formar escuela  como Vives y Ganivet, como Galdós y Unamuno, como Cervantes y Quevedo. La voz de León Felipe, grande y altruista como el espíritu ecuménico de España, proviene pues, de su jerarquía, su cordialidad y su poder expansivo: es hoy una voz contemporánea de la energía atómica: pero no de una violencia anárquica y desaforada… sino de un encendido y poderoso fervor y confianza en la ingénita bondad del hombre común… un llamamiento cálido a los mejores sentimientos de la recua doliente; y se dirige no a los dogmáticos y poderosos, sino a los humildes, que son los más en este pícaro mundo, y por eso merecen desde hace siglos, el desvelo incansable de los sabios y de los generosos… Expuso el orador en abundante y lírico lenguaje unas ideas acerca del terror a la muerte, que domina a los hombres, y que como sabemos, es la fuente de muchas creencias falaces e inconsistentes… No decayó, en resumen, ni por un instante el interés filosófico de la conferencia, ni menos su majestuosa elocuencia lírica, pocas veces, hasta hoy, superada en nuestros medios intelectuales; por lo cual los auspiciantes de este acto cultural merecen también un aplauso”.



















Sin la fortuna que dan las circunstancias políticas o la atención de la crítica, Felipe hizo poesía con voz elocuente, combativa. Su obra debió convivir junto a la de la fabulosa Generación del 27, y con los resabios de la del 98 y debió ser el primer escritor en incomodarse ante esa forma de acoso que son las determinantes generacionales y la casuística de las cronologías; tuvo el mérito de no pertenecer a ningún grupo y de no formar parte de la cultura oficial de su tiempo. Su adhesión a La República, tanto como su carácter lo alejaron de las posturas estéticas que se desarrollaron en la península ibérica gobernada por el franquismo. Su grito fue acunado en América. Juan Ramón Jiménez, alcanzó a decir de él, que quizás era “el mejor de los poetas menores”; Dámaso Alonso no le dedica ni una sola línea en su célebre Poetas Españoles Contemporáneos. Una omisión deliberada, pensada para ocultar una estética perpendicular a la geometría trazada en los cenáculos. Su obra poética, su mística invocación a la política, no sedujo a los pares;  buscó al hombre común, lo editó Lozada. Octavio Paz respondió a la prensa alguna vez, diciendo que “Ganarás la Luz, es un buen libro pero no es poesía”. Al profeta había que ofenderlo y dejarlo solo. Felipe desarrolló palabra y acción en una dirección, y eso lo alejó de cualquier observación que pudiera realizarse sobre el estado del arte.
Con entusiasmo de hondero lanzó su palabra como una piedra que atraviesa luchas fratricidas bajo un cielo de mercaderes y bufones. Sus amigos lo tuvieron más presente que los exégetas literarios. Fue acogido y adorado en el destierro. Su piedra de sal perdura esparcida en el cancionero americano. En España, fue tratado como un poeta de segunda categoría; sin discípulos, elegíaco y sin audiencia, en la Vieja Europa se lo olvidó rápidamente. Arraigó en América; aquí se lo leyó y se editaron sus obras completas; por su mano se divulgó a Whitman, más aún que por mano de Martí o de Borges. Llegó en una particular hora continental; se lo tuvo por un Quijote, aunque prefirió reconocerse más en Rocinante que en el héroe barbado. “Mi oficio es este de escuchar latidos y temblores: de hombres, pueblos y estrellas”. Con él, el español grita, susurra, mata y también cree en un dios.
Su voz quizás no estuvo hecha para el canto, sino para el grito, quizás lo supo y se impuso una sola empresa: “vencer ese perro negro de la injusticia. Porque mientras él esté allí, tumbado en la luz, todos los poemas del mundo tendrán una verruga violácea en la frente”. Esa es la función que entendió debía cumplir como artista. “Esta es mi estética, vieja y perdurable aún. Vieja porque fue escrita antes de la tragedia actual del mundo, y perdurable porque dentro de las tinieblas de esta tragedia me sigue pareciendo la única: la estética de un barco perdido entre la niebla. Hoy más que nunca es para mí la poesía fuego organizado, señal, llamada y llamarada de naufragio. Todo buen combustible es material poético excelente.”

De las muchas paráfrasis o reinterpretaciones que hiciera del inglés, lo más memorable será su versión del Canto a mi mismo. Tal como Whitman, la suya también es una poesía luego de una larga meditación populista. Su aliento y actitud profética lo definen como el poeta de la lengua española sobre el cual el bardo yanquee ha ejercido un ascendiente lejano pero no por eso, menos efectivo. Místico, hace del poeta un visionario, tal como lo concibió Emerson. Desarraigado, su voz se lanza a una serie de identificaciones con todo lo que le rodea; forma parte natural del coro poético americano; encarna una voluntad anticipatoria, se nos aparece casi siempre posicionado a la vanguardia de un ambicioso movimiento enamorado de experiencias. Declarativo, la poca distancia con las cosas y acontecimientos colocan en ocasiones a Felipe en un papel de clown, recorriendo las fogatas tristes de las brigadas internacionales. La empresa estética también es empresa moral para el poeta errante. Tiene de nietzschiano la creación de una vejez lo suficientemente nueva como para procurarse una eterna juventud maldita. En sus últimos libros, el poeta ya no es la anunciación política, apenas esboza a un oscuro idealista añorando la revuelta incierta de las cosas.

Hacen falta estrellas, sí, muchas estrellas
pero de sangre

De la conciencia poética de Salta, seguramente el mayor afectado por el paso del poeta León Felipe fuera Francisco Álvarez[i], no tanto en el arte de la poesía que no cultivó, (aunque se conocen versos y traducciones), como en la práctica de un humanismo optimista y anticlerical que ejerció inspirado. Podemos advertir en su único libro, que consideró a la Soledad como causa y fin de la Libertad. Que entendió al Amor y al Arte como antídotos contra la Soledad. Observó a la Soledad como un espacio hacia donde se dirige, silenciosa, la Libertad. Si nada la ata, nadie la llama y no se sale al encuentro de nada, esa Libertad Inútil se seca y acaba degradándose con la Naturaleza en una serie de gestos huecos. Considera que la Libertad asume un rol creador cuando conscientemente busca la Belleza. También nos sugiere que la elección por una libertad narcisista e impecable, es un experimento moral que puede durar toda una vida pero que no dejará de ser una locura. Y defiende a la Libertad como vehículo del deseo que puede sostenerse tanto en la acción como en la pasible sensualidad. Vio en la escena final de la muerte de Sócrates, en el gesto de no retractarse, una acción estética ejemplar ejercida con conocimiento en la finitud de los goces.
Y esto es cuanto puedo decir de León Felipe en Salta.





[i] Es por Pedro González,editor del periódico salteño CLAVES, que conocí la primera versión de la muerte de su amigo. Alguna vez recordó para mí, cómo le llegó la noticia del crimen: acompañaba a un Gobernador en el palco, cuando el Jefe de Policía se acercó por detrás al mandatario y le comunicó en susurros, como si transmitiera una intimidad, lo sucedido. El desfile no se suspendió. La última imagen que tengo de la historia que me han referido, es un fugaz fotograma que pasa por mi mente:
es la Belleza, sola en la súbita noche.
A veces, Pedro me dice:- Mirá, te traje esto para que leas. Y me alcanza las fotocopias de una paráfrasis que León Felipe publicó de Macbeth. -Leé el final, me dice, y recita de memoria: -“Un cuento sin sentido es la vida, un cuento contado por un idiota, lleno de cólera y estrépito”. Y una vez más, antes de tomar otro vaso, me señala con humor: -Nosotros sabemos que ese idiota está lleno de ruido y de furia, pero por Faulkner, no por el castellano que usa Felipe. Nos reímos y bebemos en silencio antes que llegue la tarde o se siente algún muerto en la mesa. Me levanto, saludo a don Pedro, y salgo del bar. Vuelvo caminando a mi casa, imagino brujas trepadas a la inocencia de los techos, murmurando:
Todo lo bello es feo, todo lo feo es bello”.



esta nota se editó originalmente en el periódico cultural CLAVES, 
en octubre de 2012. 

miércoles, 26 de septiembre de 2012

work in progress

El pasado miércoles 12 de septiembre, el fotógrafo Víctor Notarfrancesco, realizó las tomas para la tapa de El Oficio del Árbol. Llolanda Preti, conservaba el retrato elegido, y gentilmente nos recibió en su departamento para capturar su imagen.
A continuación reproduzco, fotos y videos de la tarde que compartimos en Salta.
El libro con la obra periodística de Manuel J. Castilla, estará listo en los primeros días de diciembre; el óleo es una obra poco conocida del artista plástico Luis Preti, y fue realizada algunos meses antes de la muerte del poeta.
































un abrazo largo a los amigos salteños
que generosamente colaboraron con la realización del libro!



miércoles, 29 de agosto de 2012

El Intransigente

Aquí dejo la versión original de una paráfrasis a Li Po
por Juan Carlos Dávalos:





















y una noticia de época que también indigno a los salteños:



miércoles, 27 de junio de 2012

Jesús Ramón Vera















En los primeros días de este mes, no se sabe exactamente cuando, falleció el poeta Jesús Ramón Vera. Fue encontrado en su casa, solo, boca abajo, rodeado de un charco de sangre. Lo halló el poeta Carlos Maita, tenían que encontrarse desde hacía tres días, y Ramón no aparecía. Maita entró por la cocina y dio con el cuerpo. Luego de los trámites judiciales, parientes y amigos decidieron enterrarlo en Rosario de la Frontera; él era de ahí, al igual que su padre. Hay un documental, creo que de un tal Ramírez, y creo, que se llama Copla Vera o Kallpa Cacique, (perdón, pero estoy lejos de casa, es decir lejos de mi biblioteca y tengo que recurrir a mi mala memoria, y quizás los datos no sean del todo exactos), decía, en ese documental el poeta expresa su deseo de morir en Rosario de la Frontera.
Rosario es un pueblo del sur de la provincia de Salta, un pueblo de campesinos, cerca del límite con Tucumán; un paso obligado de la droga, zona de grandes latifundios; la mayor explotación ahí es el poroto y ahora la soja que se está comiendo el monte y aprovecha las aguas del Río Juramento, (siguiendo el cauce del río se penetra en una de las selvas más bellas del país, sus aguas cristalinas y profundas, atraviesan farallones y serranías casi impenetrables), esos montes ahora son el paso obligado de la cocaína que ya no baja de Bolivia, sino que se produce ahí mismo. Por supuesto, la pasta base, el sobrante de la producción, le queda a mano a los consumidores del pueblo.
El Paco ha producido entre otros estragos, una ola de suicidios entre los jóvenes, que la prensa local, acompañando las opiniones de los políticos y de la iglesia católica, relaciona con  las redes sociales, a juegos de rol y a ciertas prácticas esotéricas. Nunca a la droga y a la pobreza.
El poeta conocía el problema y desde hacía algunos años había regresado a su pueblo. Quería establecer allí una escuela de artes para rescatar a los pibes de la calle y de las adicciones. Peleó mucho por un lugar, hasta que finalmente hace un par de años consiguió un galpón. Peleó por un presupuesto, ante las autoridades provinciales gestionó su reconocimiento para transformarlo en centro educativo basado en la enseñanza por el arte. Cuando finalmente había logrado parcialmente ese reconocimiento, la policía cerró el establecimiento por orden de la intendencia del lugar, (era un galpón que los chicos cuidaban y algunos usaban para no dormir en la intemperie). Las excusas fueron las de siempre, comenzaron a amenazar al poeta y le dieron a entender que ese espacio no podía seguir funcionando como lo venía haciendo. El poeta una vez más volvió a la ciudad de Salta para presentar su reclamo, (en eso estaba cuando lo vi por última vez, una semana antes de su muerte, yo estaba en un bar con el periodista Julio Haro, entró al patio, alzó una mano y nos saludo de lejos, en ese momento me pareció que se estaba despidiendo, pero no me levanté y seguí bebiendo, me distraje con la charla).
Se ha especulado mucho sobre su muerte. Sabíamos que el poeta estaba enfermo y pronto debía intervenirse por una ulcera sangrante. El poeta, como todo hombre bueno, sabía beber y entregarse a los brazos de la noche y de los amigos, había perdido algunos, pero conservaba a muchos otros. Desconfiaba naturalmente de los políticos locales, como casi todos aquí. Se había apartado de los grupos literarios y de ese pequeño mundillo; todo su interés estaba puesto en sostener el espacio creado al que llamaba, Escuela de Bellas Artes  Roberto Maheasi, en homenaje al artista japo-salteño.
Fue amigo del poeta Manuel Castilla, su último lector; se puede decir que desplegó una parte del programa estético del poeta salteño. Durante años cultivó la copla y su uso en las comparsas del carnaval, (muchas de las coplas que cantan los falsos indios en los corsos, le pertenecen); tuvo una imprenta donde publicó a los amigos; la generación más joven de poetas había logrado hacerle un homenaje, el evento se llamó Ahí viene Ramón, y según me contaron, tuvo bastante éxito y concurrieron casi todos los poetas de la ciudad. En su casa alojó a mis amigos. La gente que lo quería, lo quería mucho.
Yo lo conocí a fines de los 90 en cuanto llegué a Salta. Para beneficio de mi salud, nos veíamos poco, aún así, siempre nos arreglábamos para amanecernos charlando y recitando poemas propios y ajenos, de amigos y enemigos, (porque en la poesía también hay enemigos). Cuando me veía, alzaba la voz y decía: ahí está Morandini, el que se metió con todos! Creo que le divertía y le parecía razonable que comenzara a reseñar la producción literaria regional. Algunas noches nos comportábamos como niños y subíamos a los techos de su casa a acuclillarnos en la terraza de la calle Martín Cornejo, con un paquete de velas, un par de botellas y algo de droga que él no consumía. Ahí aprendí nuevas coplas, (los únicos libros que mis padres en los 70 sacaron del país fueron, el Martín Fierro y Los Casos del Coya Martín Bustamante, eran mi único vínculo con la lengua durante los años de mi infancia). A su lado aprendí el valor de lo que por entonces resonaba en mi como cierta curiosa melodía regional. Con él conocí al poeta Jacobo Regen, (dado muchas veces por acabado y vuelto a renacer con más claridad que nunca). Con él conocí a Pilo y a Buscanidos, proveedores leales y de confianza; él me enseñó a observar y medir las mezquindades del medio que poco a poco lo fueron desplazando de la escena literaria. Solía visitarme mientras viví en Cerrillos, había logrado dictar unas horas de literatura en el colegio nocturno de esa localidad y se venía hasta mi casa en el campo a cenar, a pasar su insomnio, a veces a dormir. Le dediqué varios poemas y hasta un libro entero basado en su percepción de la poesía, Ropa Interior, (dudo que alguna vez vea la luz de una imprenta, el libro se fue desarmando en otros proyectos, y cada día que pasa me alejo más de sus versos). 
Quiso a las personas que yo amo: Sonia, Valentina, Mariano, Carlos, María, El Guille, Estela, mi hermano Marcelo. Hoy estamos tristes, hay bronca, culpa y hasta algunos excesos. Hace algunos días pude llorar su muerte, recién hoy puedo escribir estas palabras para comenzar a enterrar el dolor. 

Ramón, vi a los niños
treparse a unos narajanles
en las veredas polvosas de Orán,
ahí arriba,
entre los soles,
desaparecen. 

Cesa el juego
pero no su deseo.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Familia Gallo























No por mucho madrugar uno se hace GALLO
por Alejandro Morandini


Familia Gallo  es una reunión de libros que contienen una variada gama de procedimientos poéticos y narrativos, elaborados con humorística y corrosiva perspectiva. La incisiva ironía de Ernesto Aguirre, desmenuza fetiches provincianos y expone esos restos en un lenguaje mordaz, en una serie abigarrada de citas literarias, fantasía y delicada poesía. Retazos de una curiosa realidad componen esta suspicaz biografía de la cultura local. Su marcado objetivismo tiende naturalmente hacia el humor; sus observaciones, aparentemente caprichosas, actúan cáusticamente sobre la superficie aldeana. Obra conceptual, el conjunto de poemas, viñetas y cuentos, son los rastros de una épica familiar fantástica.
Este primer tomo de lo que promete ser un clásico alegre de comienzos de siglo, contiene, La sonora Relusol, narración poética que conserva la leyenda de los Gallo. Un sonoro concierto de nombres y situaciones; anotaciones inquietantes de un localismo deliberado acompañan anécdotas y referencias literarias e históricas. Prosa y verso componen una genealogía errante; un árbol sesgado, hecho de pura literatura.
El segundo libro, Ropa de cama, (versión subtitulada del trasluz original), ocupa un lugar central en la trama familiar. Concebida como un Manual para los huéspedes transitorios del Hotel La Margarita, los poemas son las predicciones leídas en las manchas de las sábanas vistas a trasluz. Esta quiromancia poética reviste la forma de un instructivo y explora los raros caprichos de la lengua cuando se la expone a situaciones epigramáticas.
Según se quiera amor o pesadumbre, los hoteles, son el territorio de la sensibilidad de Aguirre. El espacio constreñido, la situación de precariedad, convierten al hotel en el sitio de la abstracción y el recogimiento. Las consideraciones sobre la extensión de sus poemas son infinitamente menos importantes que la brevedad de las experiencias y la expiación instantánea a las que tiende su escritura. En versos de su heterónimo, Rosarito Tosco: la poesía es un ahogo, o no es.
Un análisis integral de su obra no debiera dejar de reflexionar sobre su remisión a las producciones de la cultura de masas: el cómic, el rock y el cine, como constantes intertextuales.
Los poemas del rastrojo, (Tras los rastros de un ojo mirando), son los poemas de El Pollo Gallo, y se presentan como un oblicuo memorial del cine. Su catálogo de escenas, tanto dentro como fuera de la sala, ubican al lector como un espectador exquisito en un gabinete de privilegiados; escenas artificiales hechas con fotogramas dispersos, son las referencias necesarias para espectadores insomnes. El poeta Aguirre, ha querido que este tercer libro fuera concebido por el mayor de los Gallo, dueño de la no menos inquietante agencia de tómbola, El gayo que no cesa, cuyas atribuladas ganancias son los sueños que dictan desesperados apostadores.
Como colofón la editorial 3Ramones Editores, anuncia la aparición de un segundo tomo consistente en un libraco de historietas, escrito por El Huevo Gallo, el menor de la familia, y que llevará por título el nombre de un lejano pariente que partiera junto a Manuel Belgrano en la Larga Marcha del Éxodo Jujeño, Urbano Gallo; se advierte que esta narración ilustrada, en cuidadas viñetas de ficción histórica y esmerado realismo jujeño, concluye la saga de esta ya, legendaria familia.


***

Ernesto Aguirre, nació en Jujuy el 14 de junio de 1953. Su primer libro de poemas fue Historietas, (1978). Siguió, Espejo Astillado, en colaboración con Javier Soto y Saúl Solano, (1980). Luego vinieron Café de la luz, (1986); Crónicas del buen amor, (1989). Sofía in memorian, (1995); Estambul, (1999); Cuatro cartas de un puntero izquierdo, (2006); Depán Llebar (sic) (editado en la web, 2007), y El concierto de Abrán Juez, (2007).
En 1998, Reynaldo Castro, publicó El escepticismo militante: conversaciones con Ernesto Aguirre. Colaboró en diarios y revistas literarias, parte de su producción esta recogida en antologías regionales y nacionales.
Condujo, en la radio dos memorables programas: Los habitantes del sol, (Radio Nacional Jujuy 1975 – 1980) y elperroflauta (www.facebook.com/elperroflautaweb), (2011).



















***

Prólogo

A la familia Gallo llegué como uno siempre llega a los momentos decisivos de su vida (nacimiento, tonada, apodo y muerte), sin que nadie se tome la molestia en pedirnos opinión o parecer al respecto. Si esta historia que aquí les cuento ustedes esperan que comience por el principio, les haría las mismas preguntas que me hice yo al  intentar comenzar por el principio: ¿El principio sería cuando yo, el testigo, llegó al barrio? ¿O el nacimiento del Sr. Gallo, jefe de familia? ¿O quizá el momento en que Pisin Gallo puso su grano criollo a masticarse en salas barriales lubricando humildemente la inmensa industria del celuloide? Podríamos seguir preguntándonos sin que encontráramos una respuesta adecuada. Si esta Obra Poética de la familia Gallo comienza con mi visita a la “Agencia  El Gayo que no cesa” –tómbola, y termina con el fallo favorable a las demandas del Cangallo, es porque así decidí yo que fuera, sin molestarme en pedirle opinión o parecer a los implicados en ella. Como si fuese la vida misma tomando decisiones. Ahora, si usted cree que la vida se equivoca, ¡proteste!, está en todo su derecho, creamé.
(La sonora Relusol)


***

XVII
Mirando mirar al ojo de un apodador

-Mire… Si con mirada sola un ojo mide
espesura y consistencia
de un amor a primera vista
aceleración y consumo por kilómetro
de un amor sobre ruedas
envergaduras de alas y autonomía de vuelo
de un amor de aquí al cielo.

Usted no está mirando mirar un ojo de buen cubero, usted está mirando mirar un ojo de apodador, mi querido amigo… comosellame. Jamás equivocan el talle del que visten. La precisión alcanzada por esta gente en el funcionamiento de sus productos, a pesar, mire usted, del cotidiano manipuleo al que son sometidos… lo que despierta mi más sincera admiración, creamé, son los materiales empleados en la elaboración de un apodo. Una vez puesto, olvidesé… eterno, sin mantenimiento…
De esas cosas se ocupaba mi amigo Wayar, un vecino hace tiempo… sabía decir que la primera reacción de un nombre ante un apodo, era pedirle documentos. Jamás aceptaba haberse equivocado de pila baustismal… “Si el bautizado –así hablaba mi amigo, le juro-, si el bautizado no responde a su nombre con todo el cuerpo, permite que en esos territorios anónimos florezca el apodo con energía de evidencia. Éste, rápidamente conquista privilegios de legalidad (contesta saludos, imprime tarjetas, firma cartas, deja mensajes, hasta toma créditos a su nombre). De lo que no se hace cargo –mi amigo aquí se ponía serio-, es de la muerte del apodado. Es tan respetuosa de los reglamentos, que cuando llega, la muerte no acepta registrarse con nombre sin partida de nacimiento”.
Para terminar usaba siempre un tono solemne: “es curioso ¿no?... el que en vida tuvo por nombre un apodo, de muerto tiene un seudónimo”, y se largaba una carcajada…
“El Pollo Gallo, carajo” me decía abrazándome con cariño, “la única vez que mi vida recibió la visita de la suerte, fue cuando me trajo un amigo con apodo capicúa”.
(La sonora Relusol)


***

1

Si se le viene un poema
imprevisto,
usted,
contenga la respiración

como buzo
con ganas de silbar

como nariz local
en vestuario visitante

como pulmotor
con mal aliento

contenga la respiración,
creamé,
la poesía es un ahogo,
o no es.
(Ropa de cama)


***

12

Si se le viene un reflejo
imprevisto,
usted,
baje la vista, no se involucre.

Que se le parezca,
no significa que el reflejo lo estime,
no significa que lo aprecie

y no lo culpo, si me permite,
ni el más esmerilado vidrio, creamé,
justifica semejante deterioro.
(Ropa de cama)

***

Perfume de mujer
(Profumo di donna. Dino Risi, 1974)

En 1824, el francés Louis Braille,
que era ciego,
desarrolló un sistema de impresión
que
se podía leer al tacto.
(Su sistema se basa en grupos de puntos en relieve
y actualmente
lo usan personas ciegas o con visión reducida
en todo el mundo).

Con la yema de los dedos
los lectores de Braille,
experimentados,
pueden distinguir letras
y
otros símbolos.

Ejemplo: la sensible mano del acariciante
lee dos puntos impresos en relieve
sobre pechos perfumados
y deletrea:
Be – lli.
(El rastrojo)

***

Las noches de Cabiria
(Le notti di Cabiria. Federico Fellini, 1957)

(Aquella noche con Fellini
en el bar “5 esquinas”)
Nino Rota
silba
Un Néstor Groppa recién leído
y Federico sentencia:

“teniendo la música,
esta ciudad se filma”.
(El rastrojo)

***

Familia Gallo – Obra Poética – Tomo I es la segunda publicación de la editorial independiente 3Ramones y de su colección de poesía “Árbol de lengua”. Anuncia de próxima aparición: Pensaba que aún tenía tiempo, Pablo Baca; La bragueta del almirante, Ernesto Aguirre y, Algo por el estilo, Álvaro Sebastián Cormenzana.

Los Editores
Juan Martín Otero
Alejandro Morandini
Orlando Agüero













***

martes, 1 de mayo de 2012

EL OFICIO DEL ÁRBOL





a la memoria de Manuel Castilla


En San Carlos ya no hay viñas,
todo el viento lo llevó,
ya no quedó ni recuerdo
del San Carlos que pasó.

Cancionero Popular de Salta


Introducción.

Este libro reúne una selección de notas periodísticas publicadas por Manuel José Castilla, en el diario El Intransigente, de la ciudad de Salta, entre 1940 y 1960. Se incluyen sus primeras colaboraciones del año 1940, y las columnas que produjo como redactor hasta el cierre del periódico en diciembre de 1949, y que luego continuó con su reapertura, en diciembre de 1956. Contiene un conjunto de notas para el mismo diario mientras se editó como boletín clandestino y duró su clausura. Se ha incorporado a esta selección una nota publicada en Mundo Argentino, y se adjuntan noticias culturales de época con referencias a la actividad del poeta.
Este libro es producto de una investigación realizada con el auspicio de una beca otorgada por el Fondo Nacional de las Artes, en 2008, y que llevó por titulo, “Compilación, análisis y sistematización de los artículos periodísticos escritos por Manuel J. Castilla, de 1939 a 1960”. 
Se editan estos artículos de manera cronológica, tal como fueran publicados sucesivamente en las páginas del periódico. Es propósito de esta colección presentar los textos en la dimensión social de su escritura, en tanto producto de trabajo asalariado, y de una escritura ceñida al proceso de elaboración diaria.
El corte temporal abarca desde sus primeras participaciones en el periódico salteño; se han detectado colaboraciones suyas aparecidas en 1939, que no se incluyen tratándose de poemas que en algunos casos fueron incorporados a sus libros. De sus colaboraciones en verso sólo se reproducen, un poema escrito a cuatro manos de 1944, y un romance premiado en la ciudad de Córdoba en 1946, ambos en facsimilar. La recopilación contiene notas escritas hasta diciembre de 1960. Se destaca del corte los acontecimientos que afectaron tanto la vida privada como profesional; el fallecimiento de familiares y de referentes claves en el desarrollo de su obra literaria como lo fueran, David Michel Torino, propietario de El Intransigente; el de su amigo, Rafael Villagrán, y la desaparición del poeta salteño, Juan Carlos Dávalos.
La labor de Manuel Castilla, dentro de El Intransigente, concita el mayor interés literario en el conjunto de su producción periodística. Esta investigación alcanza a detectar que su participación en otros medios consistió en reseñas bibliográficas redactadas en primer término para El Intransigente, o en poemas compuestos para sus libros, como las entregas a La Gaceta de Tucumán, La Nación y La Prensa de Buenos Aires, y su participación en las revistas culturales, Bolivia, Ángulo, Pirca, Tarja y Zizayán.

Certeza y estilo.

Es probable que aquello que gozamos y llamamos el estilo de Castilla, no aparezca expresado en toda su dimensión hasta pasados algunos años de las primeras colaboraciones con el periódico. La eficacia y el ritmo de una escritura no quedan establecidos hasta luego de varios ejercicios. Frente a las primeras entregas estamos ante la infancia del procedimiento castillano, bajo distintos seudónimos, (Enigma o El Andariego), o simplemente subscritas con sus iniciales, (M. J. C.). Estos constituyen una diversidad de textos aún no estandarizados, varían en extensión y ubicación en las páginas del diario. Llama la atención que en un principio empleara una marca personal y que luego abandonara esta práctica. Los textos recobrados, casi en su totalidad, se encuentran sin firma de autor; en todos los casos se procuró su selección teniendo en cuenta las señas particulares de la escritura castillana.
Hay en aquellas primeras intervenciones rastros léxicos y observaciones que suponen una pertenencia al universo de Castilla, que comienza a ser esbozado. Es factible que esas columnas estuvieran concebidas por otro periodista y en algún momento el joven Castilla[1], fuera llamado a ocupar el puesto y con el tiempo la estilizara y rubricara. Habría una intima razón del periódico en producir aquellas tiras; lo regular en la redacción era la reproducción de cables, el resto se cronicaba o parafraseaba en una variada miscelánea política y social.  
Antes de adentrarnos en su escritura periodística, se debería poder distinguir el modo en que se desempeña su prosa, y como esta se hace evidente para el público lector, al punto de prescindir de toda signatura personal.
Estas observaciones sobre su firma procuran seguir la construcción de su anonimato detrás de esas observaciones unánimes en las que evoluciona su escritura profesional. Muy pocos usaban firmar y otros pocos, luego de ejercer esa deferencia editorial, dejaban de hacerlo. Por ello tal vez sea necesario no comenzar por el principio, sino en la observación de la obra del poeta, e intentar reconocer ahí, lo que hay de específico para señalar rasgos propios.

Se ha dicho con apabullante certeza, que la frase inicial de, De solo estar, puede ser leída como la matriz textual de su producción total; ella sola condensa una serie de procedimientos presentes a lo largo de su obra. “De solo estar nomás, uno cuenta sus cosas”. El tiempo del enunciado y el tiempo de la enunciación coinciden creando una atmósfera nostálgica que envuelve toda la intención. A continuación se impone una escritura ralentizada. En la personificación del tiempo, el uso del gerundio se transforma en una herramienta decisiva. El nombrador es el mismo uno que actúa en todos sus libros; sujeto de lo enunciado, asume todos sus postulados.
Acaso el poeta haya querido que su voz sea como un canto poderoso. Una voz que crece desde el oprobio en el ingenio, en un cañaveral o a orillas de un río barroso; una lengua que se piensa entre pastores de vientos; la misma que es grito y se libera con el carnaval o en el rito de la alegría con el vino. Quizás su poesía, y con ella toda su escritura, yace entre la desolación y el éxtasis, como algo que despierta en el que va de la alegría al llanto y se derrumba en alarido sobre el monte. Palabras volcadas a la vida para reparar la vida, en una celebración sentida como algo más que reminiscencia del paisaje.
El impersonal domina toda referencia a aquello que llamamos lo social, en Castilla. Esta marca propia del discurso oral constituye el factor esencial que gravita en su prosa y en el conjunto de sus poemas; su referencia literaria inmediata es la poesía del norte argentino. En el periódico el poeta escribe como si hablara y el lector tuviera a su disposición la realidad para confirmarlo. El pronombre indefinido es su estilete, y así como en sus canciones, la nominalización de sujetos y naturaleza, es el modo con el cual refuerza la materialidad del enunciado. La subjetivación del fenómeno natural consiste en que el hombre castillano sea el medio por el cual la naturaleza se exprese. Ejerce de forma dominante la prosodia regional a través de un interlocutor que celebra todo asombro y tiene por oficio el nombrar.
Es decisiva su conversión en redactor asalariado para ubicar el momento en que estas señales propias de su escritura se hacen evidentes y pueden ser identificadas por el público salteño. Quizás escribe para un lector demorado en la intimidad de su aldea; para lectores ajenos a la velocidad de los acontecimientos, siendo cada uno en mano del poeta,  el suceso de la jornada. Esa circunstancia le permite a Castilla, prescindir de firma y a emplearla sólo en algún artículo destacado.
Ubicar la adopción de un estilo junto a la remuneración por ejercerlo, posibilita establecer la circunstancia en que el poeta difiere en trabajo su sujeción a la tradición heredada reelaborándola en materia crítica.
La prensa escrita es en Castilla, un vehículo más para la transmisión de un decir, y de la forma de un decir. La manifestación de su producción folclórica está a un paso de esta escritura, tanto como lo están los ejercicios con versos rimados. Su voz es la reproducción de una cadencia que va nombrando la región literaria; lleva las marcas de lo que es vasto y eterno, como si fuera la continuidad de la naturaleza en el lenguaje o el musitar de un caminante desposeído a la vez que dueño absoluto de cuanto lo rodea. Es también la expresión de un momento; por eso sus notas, además de literario, tienen valor antropológico e histórico. Se dice y se piensa en la prensa, para las masas.
Castilla, profesional, está abriéndose paso en el mundo del trabajo. Una vez alcanzada la madurez del procedimiento, su registro periodístico gestará una serie de viñetas anónimas de tono poético, y confirmará en canciones lo que ya dominaba en versos y está en los libros que acompañan la incursión periodística. En Luna Muerta, es la adopción de los temas; en La Niebla y El Árbol, recrea la atmósfera y el romance en que se mueve el sujeto pensando su sentimiento; en El espejo insomne, el tono incisivo elabora un puñado de poemas que contienen una síntesis de su pasión lírica; así sucesivamente con, La tierra de uno y El cielo lejos, donde termina de elaborar el acento que anida en el chaco de su lengua.
Se dirige al lector de su comarca, no necesita de referencias externas para que se lo comprenda; puede llamar a las cosas por su nombre y emplear la lengua con todos los giros propios del lugar. Es en este sentido que puede decirse, no buscar trascendencia; su lector habita el mismo espacio físico y ambos saben a que se refieren. El lector interno de Castilla, puede entenderse como un sujeto pasivo, su proximidad lo hace vulnerable frente al imaginario compartido y al énfasis con que se lo expresa; en tanto que el lector externo no deja de quedar seducido por el ejercicio del poder evocador, y la constante remisión a un entorno que expresa la misma pena.  
Tal como si ello fuera posible, Castilla, se dedica a observar el tiempo, como si este transcurriese en una dolorosa lentitud; hace que sus notas presenten una transparencia honda de final de día propuesta para el oído del lector. Su escritura, obra por deslumbramiento; con ella repasa oficios y costumbres, sonoramente recuerda tradiciones. Su prosa puede parecer artificiosa, pero en eso también consiste el afectado arte de los poetas cuando los reclama la ciudad. Sigue el requerimiento de las viejas redacciones, que precisaban de un viandante sensible en busca de instantáneas. El cronista, cuando puede, también carga su cámara fotográfica.

Breve reseña de la prensa escrita en Salta.

Puede establecerse el inicio de la prensa escrita en la ciudad de Salta, con la aparición, el 30 de septiembre de 1824, de La Revista de Salta[2]; editada por José de Arenales, hijo del héroe de La Florida, y a la sazón, gobernador de la provincia, y encargada su redacción al poeta cordobés Hilario Ascasubi, (la aparición del periódico y la breve estancia de Ascasubi en Salta, están magníficamente descriptas en “Vidas del Gallo y el Pollo”, de Manuel Mujica Láinez). Las publicaciones periódicas salteñas se inician entonces, con financiamiento estatal, y destinadas a ser las promotoras de la actualidad política; el fin de esta experiencia llega cuando Ascasubi, luego de nueve números, y a sus diecinueve años de edad, queriendo exponer cierta independencia de criterios dentro de la publicación oficial, compone y reproduce unas cuartetas satíricas sobre el esquivo gobernador. Este emprendimiento periodístico, como muchos otros del siglo XIX, se hicieron con la Imprenta de los Niños Expósitos, adquirida por la Junta de Gobierno de Buenos Aires durante la Revolución de Mayo y vendida al gobierno salteño por Bernardino Rivadavia; imprimió en Cafayate algunos boletines hasta entrado el siglo XX, no sin antes dejar sus tipos fundidos en perdigones usados en la resistencia a la montonera de Felipe Varela, (quién, dicho sea de paso, continuó su cabalgata hasta Sucre, con doscientos gauchos menos en sus filas; afincado temporariamente en Bolivia, el caudillo se dedicó a la critica literaria).
A lo largo del siglo XIX fueron apareciendo numerosas publicaciones, entre ellas Actualidad y La Tribuna; que contaron, entre otros virtuosos escribas, con Juan Martín Leguizamón, León Dávalos, Joaquín Castellanos[3] y Moisés Oliva. Para quienes no pertenecían a la elite local, el oficio de escritor les asignaba un lugar en la conquista de ascenso social. Aquellos nombres que integraban la lista de los periódicos salteños eran los mismos que accedían a la publicación de libros, especialmente de versos e historiografía, para luego ocupar los cargos públicos. Versificadores y redactores gozaban de un crédito sólo comparable en la pertenencia a grupos del poder local o a una clase privilegiada, poseían el prestigio que rodeaba a aquellos que participaban de la discusión de la cosa pública y de las tertulias literarias. Prensa y Poder, sostuvieron siempre un diálogo de compartida necesidad, entendiendo siempre a esta relación de causalidad como propia del acto de producir información y de elaboración de argumentos para la gobernabilidad.
El siglo XX, comienza con un importante desarrollo de la empresa periodística; se fundan en Salta, sucesivamente, La Provincia; Tribuna Popular; El Tiempo y La Opinión. Para entonces ya se ha escrito quizás el artículo más importante que surgiera de las redacciones, el Salta, de Moisés Oliva, quién lo da a conocer en el Suplemento del Centenario que edita La Nación, y que trata de un balance histórico, económico y socio-cultural de la provincia en los cien años de historia de vida independiente que lleva el país. 

El antecedente inmediato a El Intransigente, es El Cívico; creado en 1891, como órgano de la Unión Cívica  y dirigido por Luis Peña, reunía en su redacción a los más destacados escritores de la época; con el tiempo se transformará en El Cívico Intransigente, según su condición opositora u oficialista. Con la llegada de un nuevo grupo propietario adopta su denominación definitiva. El Intransigente, fundado el 17 de abril de 1920, contaba entre sus flamantes dueños a un grupo de líderes radicales de la época, con David Michel Torino[4], como su principal accionista. El periódico estaba orientado a forjar y cimentar la presencia de sus propietarios dentro de la estructura de la Unión Cívica Radical. Las páginas dedicadas a la política local y nacional ocupan la mayor parte de la tirada. Puede observarse en su desarrollo una especificación de los temas tratados y una especialización de sus redactores en la medida en que se sostiene en el tiempo. Conquistó un amplísimo público al posicionarse como uno de los principales referentes de la prensa escrita en el norte argentino, y referente informativo en la lucha política contra el peronismo. Sus publicistas tejieron un férreo sistema de corresponsalías y distribución, de ahí que sus redactores frecuentaran incansablemente, el enorme espacio rural salto-jujeño.
Fueron los años de oposición al Régimen Conservador los que cimentaron su condición rebelde y afianzaron ese carácter intransigente que fue el sello personal del diario a lo largo de su existencia. Ilustran esta posición las reiteradas denuncias de atropellos a la población por parte de lo que se conocía como, la policía brava o al accionar de los matones en los comicios y de los numerosos fraudes que se consintieron durante la llamada Década Infame; la publicación de coplas dirigidas a los políticos de turno y a la deplorable situación económica, a veces se recogían en la campaña, en las cantinas o sencillamente eran elaboradas por los poetas en la redacción.
En los meses previos a la clausura del diario por parte del gobierno nacional en 1949, Manuel Castilla, ejerce una sincera defensa del diario en contra de lo que se consideró una arbitrariedad; son los días en que compone sus versos satíricos. A fines de aquel año recrudecen las persecuciones contra la prensa opositora; los trabajadores de la redacción y de los talleres gráficos son trasladados a Buenos Aires, para declarar frente a una comisión especial creada en el Senado, que investiga al diario; con ellos viajó Castilla, quién aprovechando el aventón compulsivo que le daba la Policía Federal, acompañó en su estancia porteña a los artistas plásticos, Gertrudis Chale[5], y Carybé[6], en su muestra conjunta en la Galería Van Riel, para quienes había redactado el catálogo de la ya, legendaria exposición. El 23 de diciembre, una comisión integrada por los diputados Rodolfo Decker y José Emilio Visca, colocan la faja de clausura al diario. Con el cierre, Castilla formará parte del primer grupo que edita el boletín clandestino en un mimeógrafo oculto en el baúl de un auto; avatares de la profesión y de un compromiso asumido con lealtad y convicción.
Mientras dure la clausura, Castilla, publicará los libros, De solo estar, La Tierra de uno, y Norte Adentro; los testimonios lo ubican al frente de un carro de verduras junto a sus hijos en la plaza luego que la empresa en 1952, no pudiera seguir cubriendo los sueldos al tener sus bienes bajo caución del Estado. Colabora con la edición de Desde mi celda, libro que esgrime los argumentos de Michel Torino, preso de 1951 a 1955, (en la década de los sesenta prologará Hojas de Lucha, participando de su edición facsimilar junto a Manuel W. Cotignola[7], con quién realiza la selección de los boletines clandestinos). En su reapertura, el 26 de diciembre de 1956,  el diario contará en su plantel con Néstor Quintana[8], Andrés Mendieta[9] y el inefable Julio Barbarán Alvarado[10]; pronto colaborarán los jóvenes Miguel Ángel Pérez[11], Julio Espinoza[12] y Holver Martínez Borelli[13].
 Al recuperar su libertad, el Congreso Interamericano de Prensa, le concedió a Michel Torino, una medalla declarándolo Héroe de la Libertad de Prensa; en 1955, le fue concedido el Premio Severo Vaccaro, y en 1956 la Universidad de Columbia, le confirió el Premio Maria Moors Cabot. El diario se opuso sucesivamente al Régimen Conservador, al peronismo y al gobierno de los desarrollistas; son notables las columnas al ensalzar el golpe del año 1943, y a la llamada Revolución Libertadora. Los años no han apaciguado su voluntad política pero su ambición se ve superada por la realidad; David Michel Torino, dejó de existir el 17 de junio de 1960. La dirección del periódico recayó en manos de su hermano, Martín; al poco tiempo el periódico pasó a manos de la Fundación Michel Torino, que finalmente liquidaría sus bienes en junio de 1981; fijando un ciclo de sesenta y un años de continuidad en el medio local.
El 21 de agosto del año 1949, una fracción interna del peronismo había creado el diario, El Tribuno[14], al calor de un inédito auge de masas en el país y a una primera puja partidaria que traería no pocas consecuencias para la prensa escrita en Salta. En su primer número se consignaba la aparición de Copajira, libro que para este medio, trasunta una visión lírica de la vida de los mineros bolivianos y viene a confirmar las positivas dotes literarias de su autor, colocado desde hace tiempo a la vanguardia del movimiento renovador de la poesía de nuestro ambiente.

Poesía y periodismo.

El poeta salteño Manuel J. Castilla, comenzó a trabajar en el diario, El Intransigente, en 1936, a sus dieciocho años de edad. El periódico de Michel Torino, lo empleó, primero en sus talleres gráficos, y con el tiempo, luego de oficiar como corrector y publicar algunas colaboraciones, lo tomó definitivamente en su redacción hacia 1945. Las primeras entregas corresponden a los días de las largas caminatas por la ciudad con su colega, el poeta Raúl Aráoz Anzoátegüi[15], y de la redacción de la página cultural que componían a cuatro manos, (a ella corresponde su columna Papel Picado y la, Greguería del Domingo); son los años decisivos del encuentro con el grupo llegado de Buenos Aires: Carybé, Gertrudis Chale, Raúl Brié[16] y Luis Preti[17]; del viaje a Bolivia con los títeres y “Pajita” García Bes[18]; los días de la exploración de una sensibilidad no ejercida hasta entonces en las artes del norte argentino; de las instantáneas del encuentro y manifiestos generacionales.  
La incorporación definitiva de Castilla, a la redacción, dataría a fines de 1945, ocupando el lugar que dejara vacante, Julio César Luzzatto[19]. Este primer período de sus años como redactor abarca el arco de su poesía que se tensa de su primera colección artesanal, Adolescencia, (ilustrada por el artista José Casto[20], y pagados sus veinte ejemplares por la mítica Mama Lola, y recuperado parcialmente en Agua de Lluvia), a la composición de Copajira[21]. Es el momento preciso en que el poeta sale al encuentro de los motivos sociales que ocuparán sus versos: la explotación en el ingenio, los indios del Chaco Salteño, el carnaval como refugio de la poca alegría. Esta etapa acaba con el cierre del diario y quizás pueda definirse un poco más allá en la línea del tiempo, mientras dura su participación en los boletines clandestinos. Son los años del apogeo y caída de los orejudos, de la Segunda Guerra Mundial, y de la emergencia del peronismo como razón transformadora.
Con la caída del gobierno justicialista y la consecuente reapertura del diario, podemos distinguir una segunda etapa profesional en Castilla, donde afianza su labor periodística y su presencia de bardo, (es en este momento cuando regulariza la producción de sus viñetas en forma y contenido, y descarta definitivamente su firma). Es la hora de la consagración literaria y de una febril actividad, a la que suma su trabajo en la Secretaría de Prensa, durante la intervención de Alejandro Lastra[22]. Los periódicos porteños han dado cuenta de su producción poética comentando sus primeros libros, ahora requerirán sus colaboraciones.
A partir de 1956, se afianza su presencia en los escenarios del folclore nacional; sus primeras canciones fueron escritas en la adolescencia y algunas ya eran conocidas, (la delicada Zamba del pañuelo, se sabe escrita antes de su ingreso a El Intransigente, y quizás fuera una de las razones para su incorporación). A partir de la década del cincuenta comienza a asumir una vehemente labor compositiva junto a destacados músicos. Lleva una prolífica tarea radiofónica, recordándose entre otros, el programa junto a Cesar Fermín Perdiguero[23], El canto cuenta su historia, cuya evolución del éter a los escenarios con los años tomará la forma de un proyecto cinematográfico que lo contará como uno de sus guionistas hacia 1976. 
A comienzos de los sesenta se dejará de requerir su presencia en la redacción pero no cejará en sostener una frecuencia de más de tres viñetas semanales, y tener a su cargo un conjunto de ediciones y suplementos del periódico.
El ciclo de esta colección culmina cuando el poeta obtuvo el premio Regional otorgado por la Dirección de Cultura de Salta, por Norte Adentro; y el Juan Carlos Dávalos, trienio 1958-60, por El Cielo Lejos; e inicia el registro de sus más de ochenta canciones, en la Sociedad Argentina de Autores y Compositores.

Hay en los comienzos de su tarea remunerada, entregas en forma de poemas y relatos de esporádica aparición hasta sostener una presencia continua en columnas regulares, (El ritmo de la ciudad, Estampas Callejeras y Apuntes Urbanos). Para este espacio produce lo que puede leerse como un registro del acontecimiento sensible. Esta escritura evoluciona con los años en la viñeta, El otro mundo de la ciudad. El futuro folclorista anida en su escritura la observación del hecho urbano y una nostalgia, que la ciudad quizás no comprenda del todo. En estas observaciones es posible reconocer un punto de vista móvil y privilegiado: el escriba de una sensibilidad social que anuncia y repasa. La figura del flaneo baudeleriano describiría los primeros años del joven periodista, pero sus endecasílabos no requieren esas impresiones poéticas ni su spleen[24], es para el diario las impresiones de una ciudad que está cambiando y con absoluta conciencia de lo que se está por perder.
Si en estas primeras crónicas se encuentran algunos motivos de su poesía: el azul, la lluvia, el vino; en la segunda época, fijará los asuntos sobre los que ha decidido escribir: los pueblos, la ciudad, sus oficios y memoria; sintetizará sus temas bajo una prosa emocionada.
Esa perspectiva nos remite al grupo de creadores que ha logrado una síntesis de ese procedimiento y que se reunió orgánicamente bajo el nombre de La Carpa[25]. El hecho de proponerse dar testimonio del hombre en su territorio decantando nativismos fue el eje de la convocatoria tucumana propiciada por Raúl Galán[26]. Esta reunión alentó un parricidio, en su manifiesto anunciaban: Tenemos conciencia de que en esta parte del país la Poesía comienza con nosotros. Ejerció su influencia hasta entrados los años cincuenta mientras duró el núcleo duro de la revista Tarja, en Jujuy, y la revista Zizayán, en Santiago del Estero. Manuel Castilla, no fue el artífice de su programa ni el adalid de su proclama, pero adhirió al llamado y participó espontáneamente de la experiencia[27]. Comparte con el grupo la intención literaria de tratar el paisaje urbano y el de la campaña, en momentos que la vida campesina se modifica y la frontera agrícola vacila por presión de las poblaciones, y asoma una incipiente mecanización del trabajo rural. La conformación de este grupo supone una ruptura en el orden formal de las expresiones artísticas y de las escrituras, particularmente en la poesía; con ellos se ingresa de forma tardía a un modernismo maduro y se renuevan contenidos. El grupo fue síntesis en lo artístico, de un emergente que pugnaba por expresarse a lo largo del tejido social; un movimiento cultural cuya propuesta involucró a creadores de todas las provincias del noroeste y actualizó cánones.
La pertenencia de Castilla, a una generación portadora del cambio, su arraigo a una comarca provinciana que aún conserva en su lengua arcaísmos e híbridos castellano-quechuas, y su participación en una vida social que pierde, rápidamente ritos y misterios, lo sitúan como protagonista de una época irrepetible en el norte argentino.

Leopoldo Teuco Castilla[28], ha expresado que su padre se refería a su labor periodística diciendo que esta, “le roba a la poesía”, y lo recuerda trabajando por las tardes y en una sentada escribir las viñetas de todo el mes. Esta quita o robo, que el trabajo hace de su poesía, puede observarse como el despojo que realiza el capital de una experiencia, de una explotación de subjetividad en la exacción de plusvalía. Lo que queda del poeta después de la faena es una sensibilidad expuesta a la intemperie de la ciudad; de su trabajo se beneficia la acumulación de un capital imaginario y el desarrollo económico de una empresa periodística. No se trata de un préstamo o entrega inocente, se trata de una quita o despojo material que exige la empresa y se traduce en trabajo.
Ahí, donde se espera encontrar en el periodismo la comunicación diferida de los sucesos y la súbita realización entre escritura y hechos, la poesía busca ahuecarse en un lenguaje precariamente perdurable del acontecimiento sensible.
En Castilla, se hace evidente que la relación existente entre poesía y periodismo se funda en una divergencia entre uso y función del tiempo en la escritura. El periodismo tiene una urgencia económica por apresar cierta regularidad de lectura; la escritura periodística queda en relación de dependencia con las fuerzas del mercado. A cambio, la escritura poética para realizarse necesita de un tiempo exento de urgencias para alcanzar su productividad, mientras todo en ella es improductivo. Esto puede entenderse como un desacuerdo radical entre Capitalismo y Poesía.
Es posible constatar que las empresas periodísticas consumen mano de obra literaria, que hay literatos que producen a destajo y a requerimiento de estas empresas. La participación de Castilla, siempre estuvo bajo la tutela y patrocinio del director del diario y descansaba sobre una confianza en la efectividad de su escritura, aún así no podemos dejar de observar obligaciones y una exigencia sobre las cualidades que debía asumir esta escritura. Entendemos que lo exigible a un poeta es conocimiento de la lengua escrita, una activa participación en el medio cultural local y un acuerdo estratégico con el medio para el cual se trabaja.
El periodismo “le roba poesía”, a Manuel Castilla, pero sobre todo le roba tiempo, la preciosa subjetividad que le concede el poeta a su tiempo; a cambio, Castilla entrega un texto moroso, reposado en la contemplación y hace de su columna un espacio textual dónde el tiempo se constituye en un remanso dentro de la vorágine informativa. Un margen despacioso al lado de la celeridad de los eventos. Su literatura en las páginas de El Intransigente, pareciera conservar el poder de la arbitrariedad total, en tanto la información y las noticias exigen al lector una enfática reducción a la realidad.
Si el lenguaje poético busca durar o cierta perpetuidad, el lenguaje referencial de la crónica está sometido a su propia caducidad: “nada hay más viejo que el diario del día anterior”, refiere el dicho preferido entre los escribas. Los periódicos poseían, y aún poseen en cierta medida, una combinatoria de datos económicos, políticos, comerciales, especulaciones deportivas y una dosis de informaciones varias, entre ellas algunas de carácter cultural o artístico; en algún momento se habrá pensado que debían conservar cierta disposición instructiva para con las masas, y allí los versificadores tuvieron su espacio entregando como colaboración un poema o una reseña bibliográfica, esta participación, a veces rentada, contribuía con esa pedagogía. Lo que puede observarse en Castilla, y que ejecutó para El Intransigente, es de una intensidad que supera su natural disposición literaria. Frecuenta esa instancia de educación del público en sus viñetas y en el retrato de situaciones y lugares que forman parte del paisaje urbano y sentimental salteño, tiñéndolas de lenta y cuidada pesadumbre.
Lo suyo no fue lo que hoy conocemos como periodismo cultural, esta especificación relativamente nueva necesita de periodistas informados en materia cultural y cuya especialidad serían las opiniones estéticas más o menos propias, la difusión de actividades artísticas y que bien podrían desempeñarse con relativo éxito en una entrevista con algún creador. La falsa erudición y el pedido de notas a terceros interesados en publicar, sería el lugar común de la especialidad.
Si bien en Castilla, se encuentran notas bibliográficas y hasta algún comentario cinematográfico no dejan de ser crónicas poéticas; las Aguasfuertes, de Roberto Arlt, para diario El Mundo, serían una referencia en este tipo de escritura, pero por su lirismo, son lo suficientemente optimistas como para diferenciarse de los cáusticos artículos porteños.  
Sus entregas para las distintas secciones del diario, las hay en policiales, deportes y hasta alguna necrológica, estuvieron matizadas por su particular percepción de los hechos. El tono sugestivo constituye a la suya, en una de las obras periodísticas más sugerentes de la literatura nacional[29].
Luego de su trabajo como corrector de pruebas, (hace algunos años en una conversación privada el poeta Jacobo Regen[30], nos aseguró: Yo también fui corruptor de pruebas), lo que se le ha requerido al poeta es su mirada apasionada, se le ha retribuido por ejercer su asombro tanto como su gramática. Es el dolor con el que sus ojos miraron, la herramienta que se pagó.

Melancolía instrumental.

En los años de incorporación de nuestro poeta a El Intransigente, este periódico contaba entre sus trabajadores, con Julio César Luzzatto, Antonio Nella Castro[31] y Julio Díaz Villalba[32]; es decir, un plantel de escritores con un probado dominio de la lengua escrita y un sólido conocimiento de la cultura en la cual sobrevivían. Cada tanto se les requería de su ingenio para la composición de versos ocasionales, a la par de sostener las páginas políticas y culturales; todos ellos poseían la inquietud y capacidad necesarias para interpelar la realidad, pero una empresa periodística no se sostiene conservando un fino estilo literario, sino en su habilidad para producir información. Los escritores nombrados, adhirieron en su momento al peronismo, no obstante esto conservaron sus puestos, (Luzzatto, dejará el diario después del 17 de octubre de 1945; y Díaz Villalba asumirá responsabilidades políticas dentro del movimiento), pero su conversión les restará responsabilidades en la redacción. Los tiempos exigían otros compromisos.
El diario tuvo especialistas en forjar cierta melancolía instrumental, escribas que narraran añoranzas, un gusto de letrado salteño que se ejercía con insistencia. A los ya nombrados, pueden agregarse los nombres de Perdiguero y Juan Carlos Dávalos[33], siempre dispuestos a realzar la memoria pública y el anecdotario; y ahora, el joven Castilla, cuyos escritos no dejan de conmover a los lectores. A fines de la década del cincuenta, el poeta Julio Espinoza, se suma a colaborar con esta fórmula, posee una destreza sólo comparable a la de Manuel Castilla, distinguiéndose de sus columnas a veces, sólo por la rubrica. Juntos producen un cóctel de meditada pesadumbre y provocada agonía en la búsqueda del tiempo perdido.
Un diario nacido a la luz de la lucha política salteña, ¿qué se propone al publicar estas consideraciones intempestivas? Notas tituladas como: “De la Salta de antes”, “La Salta de ayer”, “Estampas de la Salta de antaño”, “De otro tiempo”; producen con su lectura, la necesaria ralentización del fárrago informativo. Se presentan al lector como el rincón de color en las páginas del caótico acontecer. Puede pensarse que bajo esta inocencia de recuerdos, hay una negación del presente, una operación cultural de incalculable efecto social. Una maniobra pedagógica extraordinaria para reforzar un imaginario anclado en un pasado impreciso y maleable, al cual se le debe constante memoria, (a partir de 1957, la empresa de Michel Torino será la principal patrocinadora del programa radial, “Cochereando en el recuerdo”, producido por Perdiguero, cuando ya trabajaba para la redacción de, El Tribuno). Castilla, y los cronistas del diario abusan del lenguaje moroso y la deshora, realizan el prodigio de estirar el pensamiento en el lenguaje hasta fijarlo en un río inmóvil. Recrean una mitología y un espacio territorial a través de la memoria sensible; se identifican con lo que nombran tal como si fuese una contemplación meditativa, iniciática. Sus identidades se confunden, el estilo se traspone y usa. Juegan. Pasado y presente forman parte de la ficción del lenguaje, de las pausas que suscita la vida provinciana; allí abrevan los escribas del sosiego.
 En este afán retrospectivo, se sabe que la negación del presente permite siempre la posibilidad de reconstrucción del pasado, de adaptarlo a las exigencias del momento. Cuando la razón del político coincide con la fe del poeta, sus efectos son profundos y perdurables.
Si detrás del bosque opera el árbol para ocultar su presencia, puede decirse que el proyecto de Michel Torino, fue el de un radicalismo en desgraciada retirada. Sus aspiraciones políticas se ven truncadas por la aparición del peronismo y un largo pleito que divide la fortuna familiar; a la caída de Juan Domingo Perón, su salud lo mantiene en pié hasta 1960. No obstante, la operatoria semiótica se siguió utilizando, habiendo calado hondamente en el imaginario salteño con secuelas que hoy pueden observarse en instituciones ligeramente remozadas para acompañar la celeridad de las inversiones y actualizar plataformas políticas.

En el aura del poeta.

Esta colección de labor periodística de Manuel J. Castilla, reúne el ciclo romántico de su escritura profesional; su etapa de crecimiento y consolidación en esa actividad. Son los escritos de los años de formación del aura del poeta, quién ilumina una época y que la época iluminó en cada una de sus intervenciones. Los días en que absorbió para si todos los nombres del paisaje y se fue entregando a la cadencia de su voz, como si estuviera habitado por un rumor añoso que arrastra todo el asombro de las multitudes.
Hasta Joaquín Castellanos, el poeta salteño habría de entenderse como si perteneciera al mundo de los libros, de los salones literarios, miembro de una elite y portador de un idealismo que no duda en abrazar con igual pasión, política y literatura; con Juan Carlos Dávalos, se concibe la fundación de la comarca, la celebración de la experiencia, y expresa el dominio del idioma por sobre la lengua de una raza vencida; con Castilla, finalmente puede entenderse la manifestación del habla popular, crea un silencio inaugural y toma la senda dolorida que trasiega arte y vida.
El poeta forja su aura con todos los medios expresivos a su alcance; su palabra, concebida en la fragua del tiempo, expresa el gozo de la existencia sobre la tierra y una voluntad emancipatoria. Su extensa y única elegía, abarca la canción, los libros y la crónica; las empuja y mueve como el fruto incita la flor a su caída según el ardid de la naturaleza. El poeta no se distrae de la vida y aprovecha todo instante, en él todo es plenitud y derroche sensual. Su largo aliento e intensidad recrean la existencia sin olvidarse jamás de la muerte, porque hacia ella se dirige oblicuo todo el universo.
El espacio verbal de Castilla, contiene circunstancias sociales y geográficas con igual amplitud, y las coloca bajo la misma experiencia de la lengua desbordada. Toma posesión del territorio que habita, y comparte el pan infinito de alegrías y tristezas. Con cada lectura que se hace de sus versos, amanece nuevamente sobre los campos y los hornos abren sus bocazas calientes para que crezcan las horas de la conciencia. Evoca la quietud en un decir durativo, en un gasto sin condiciones de efectos lingüísticos.
La identificación del público con aquello que el poeta expresa es producto de un largo proceso de asimilaciones y decantaciones culturales; el poeta viene a nombrar lo que es de común conocimiento; hace que sus participaciones, tanto escritas como radiales, cosechen amplias adhesiones. Hombres y mujeres son una presencia inmanente e impostergable, el poeta los nombra tiernamente como si fueran el reclamo más viejo del mundo. Posee todos los requisitos mortales para encarnar la figura del vate pensativo y del grito americano.
Congrega a su alrededor todas las especies vegetales y animales del terruño, le pertenecen por posesión nominativa. Su literatura carece de sofisticaciones, no precisa de modelos externos para realizarse, siempre tiene un verso para las celebraciones o la congoja colectiva.
Los procedimientos de construcción del poeta son múltiples; Castilla, posee los medios necesarios para expandir su voz: en el éter no le falla la tonada y en los escenarios gravita sobre la expectativa de la audiencia para derramarse en manantial exuberante; en las páginas del periódico no necesita informar pero sí comunicarse.
Su canto se eleva como un árbol, cobijando coplas, que vuelca para su Salta natal, en ella se nutre, y con ella crece en canción apasionada. Por sus raíces sube la sabiduría con que lo alimenta la tierra; a su costado echa una sombra fresca, siempre joven; un ramaje alto sostiene un cielo de ojos zarcos que lo mira despaciosamente. Al final del día, luego de haber arropado los trinos de la memoria, mece alegre una rama verde al ocaso. Su voz, como de madera cansada, hace de la tarde un dolor cada vez más hondo que se cobija en un monte alucinado, no para olvidar, sino para gozar tristemente del recuerdo.
La canción, la poesía, el periodismo, sus programas radiales, sus recitales públicos, los festivales folclóricos, la grabación fonográfica de sus lecturas, la presentación de libros y exposiciones artísticas, la redacción de catálogos, conferencias, la confección de antologías y guiones, las observaciones de la crítica, la publicación de poemas en revistas y diarios, la publicidad de sus libros; son todas decididas intervenciones en el campo de la cultura y de las artes que pueden entenderse como multiplicadores de la palabra y constituyen su aura. Un halo que no otorgan la fama ni el renombre, miserias que el mercado ofrece, sino luminiscencia que inspira e ilumina el camino al encuentro con su pueblo.





Alejandro Morandini
San Ramón de la Nueva Orán, octubre de 2011




Breve reseña biográfica de Castilla.

Manuel José Castilla, nació en la provincia de Salta, en el pueblo de Cerrillos, el 14 de agosto del año 1918. Sus padres fueron Ricardo Anselmo Castilla, ferroviario, jefe de estación, y Juana Dolores Mendoza Diez Gómez, maestra y directora de escuela de dicha localidad. Concurrió a la Escuela Zorrilla; sus estudios secundarios resultaron incompletos, habiéndolos realizado en el Colegio Salesiano de la capital salteña. A sus 16 años editó veinte ejemplares de su primer libro, Adolescencia. A los 18 años ingresó en el diario El Intransigente, dónde cumplió tareas en los talleres gráficos, luego continuó como corrector y finalmente fue incorporado a la redacción; permaneció en dicha empresa hasta 1980.
Adhirió al grupo literario La Carpa e integró el grupo de promoción cultural Amigos del Arte. En 1945 se casó con María Catalina Raspa; tuvo dos hijos, Leopoldo, quién nació en 1947, y Gabriel, en 1951. Hacia 1950, funda junto a César Fermín Perdiguero, Jaime Dávalos y José Ríos, el colectivo artístico “Artidorio Creseri”, del cual desconocemos actividad. Trabajó como titiritero junto a Jaime Dávalos y Carlos Luis García Bes, durante los años de clausura del diario. Cumplió funciones en la Secretaría de Prensa de la Gobernación entre 1955 y 1956. En 1973 la Universidad Nacional de Salta, le otorgó el título de Doctor Honoris Causa. Entre 1972 y 1974, fue asesor de cultura para el gobierno de la provincia. A partir de 1976 y hasta su jubilación fue Director de la Biblioteca Provincial, Victorino de la Plaza.
Escribió más de 80 canciones junto a destacados músicos de la época, entre quienes se cuentan, Gustavo Cuchi Leguizamón; Eduardo Madeo; Eduardo Falú; Rolando Valladares; Abel Mónico Saravia; Cayetano Saluzzi; Fernando Arnedo; Gustavo Adolfo El Payo Solá; Fernando Portal y Nicolás Lamadrid.
En poesía publicó: Agua de lluvia, Tucumán, 1941; Luna Muerta, Ediciones  Schapire, Buenos Aires, 1944; La Niebla y El Árbol, Ediciones La Carpa, Salta, 1946; Copajira, Ediciones Amigos del Arte, Salta, 1949; La Tierra de uno, Ediciones Amigos del Arte, Salta, 1951; Norte Adentro, Ediciones El Estudiante, Salta, 1954; De Solo Estar, Ediciones El Estudiante, Salta, 1957 y Burnichón Editor, Salta, 1957; El Cielo Lejos, Burnichón Editor, Salta, 1959; Bajo Las Lentas Nubes, Burnichón Editor, Buenos Aires, 1963; Posesión Entre Pájaros, Burnichón Editor, Salta, 1966; Andenes al Ocaso, Bartolomé Salas Editor, Salta, 1967; El Verde Vuelve, Burnichón Editor, Salta, 1970; Cantos Del Gozante, Ediciones Buenamontaña, San Salvador de Jujuy, 1972; Triste De La Lluvia, Bartolomé Salas Editor, San Salvador de Jujuy, 1977.
Obtuvo entre otras distinciones: El Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, 1973; Primer Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de la Nación, correspondiente al trienio 1970-72 y el Primer Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de la Nación, correspondiente al trienio 1973-75.
Murió en la ciudad de Salta, el 19 de julio del año 1980.



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Archivos consultados.

Para esta investigación se consultó, Colección El Intransigente, bajo custodia de la Biblioteca de la Universidad Católica de Salta; el Archivo Histórico de la Provincia de Salta y la Biblioteca Privada “J. Armando Caro”, de la localidad de Cerrillos.
Se han sostenido entrevistas con Andrés Mendieta, Néstor Quintana, Raúl Aráoz Anzoátegüi y Leopoldo Castilla; estas, tanto como la totalidad de la investigación (más de 2.200 archivos de imágenes digitales), y el informe final se encuentran depositados en la Biblioteca del Fondo Nacional de las Artes, con el nombre de, “Compilación, análisis y sistematización de los artículos periodísticos escritos por Manuel J. Castilla, de 1939 a 1960”. 
La lectura de archivos comenzó a fines de 2001, mientras tomaba notas para el artículo “Castilla, cerca de la Revolución”, publicado en el periódico cultural, CLAVES, en abril de 2002, y continuó en 2008, con la obtención de la Beca para Escritores y Artistas del Interior.
No se han detectado otras colaboraciones de Manuel J. Castilla, en periódicos salteños dentro del período aquí reunido; para ello se revisaron en la Universidad Católica de Salta, la colección de diarios El Norte; La Provincia y El Tribuno.
La colección, incompleta, de los periódicos metropolitanos conservados en la provincia, fue revisada someramente.



[1]  Sobre los primeros años de Castilla en El Intransigente, veasé: Raúl Aráoz Anzoátegüi, Importancia de la poesía de Manuel J. Castilla, en el diario “La Provincia”, de Salta, 25 de octubre de 1942. Entre los papeles privados de la profesora Alicia Chibán, depositados en la Biblioteca “J. Armando Caro”, se encuentran, entre otras fotocopias de textos dedicados al autor, unas hojas de Alfredo Roggiano, Seis poetas del norte argentino, de la revista tucumana, Norte, el 6 de abril de 1954, señala en una nota al pié: “Castilla y Áraoz Anzoátegüi se conocieron en 1940, y desde entonces los une la más leal y noble amistad. Ese año comenzaron a publicar ambos en “El Intransigente”, de Salta. Un estudio de la poesía de Salta deberá precisar fechas, influencias mutuas, etc., para establecer el verdadero patrimonio de cada uno.”
[2] En el artículo de presentación se leían frases tan respetables como estas: “Amparar la libertad, batir los abusos y preocupaciones insostenibles y seguir los pasos de los nuevos estados americanos en su expectables y grandiosa carrera, forma el primer objeto del plan de este periódico.”
[3] Poeta y gobernador de la provincia de Salta . 1861 – 1932. Autor del celebre poema El Borracho. Publicó entre otros títulos: Viejos y nuevos poemas, El Limbo y Güemes ante la historia. En 1951 se editaron El Temulento y siete poemas inéditos, con epilogo de Castilla.
[4] Director y fundador de El Intransigente. Nació en Cafayate, provincia de Salta, el 7 de enero de 1888. Industrial vitivinícola y ganadero, fue hijo de David Michel y Gabriela Torino. Curso estudios de medicina en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires. Fue diputado a la Legislatura de la Provincia de Salta, entre los años 1918 a 1922, y entre 1932 y 1936; presidente de la bolsa de comercio durante 15 años; dirigió el Club Gimnasia y Tiro de esa ciudad.Militante desde su juventud en la Unión Cívica Radical, partido del cual ya participaban otros miembros de su familia. En 1953 publicó en Montevideo, Desde mi celda, (Historia de una Infamia).
[5] Pintora, nacida en Viena. 1898 – 1954. Radicada en la Argentina desde 1934, acompañó al grupo de artistas que se instalaron en Salta en la década del 40. Ejerció una importante influencia estética en Castilla.
[6] Héctor Bernabó, artista plástico, 1911 - 1997. Según Jorge Amado, Orixá,fundador de Bahía. Recorrió junto a Castilla, la puna salto-jujeña y la rivera chaqueña del Pilcomayo, acompañados de un infatigable grupo de amigos y artistas.
[7] Politico radical y editor en la clandestinidad de El Boletín Intransigente. Visitaba a Michel Torino en su detención en la cárcel de Villa las Rosas. Era el encargado de retirar de la celda los escritos para las hojas de lucha.
[8] Salta, 1933. Trabajó como periodista en varios medios locales desde 1954. Fue director de prensa y difusión de la provincia en 1981; intendente de la ciudad  de Salta, de 1982 a 1983.  Diputado provincial  por la Unión Civica Radical, de 1985 a 1989.
[9] Comenzó su carrera periodística en El Intransigente en 1955. Fue corresponsal de varios medios porteños.
[10] Periodista salteño, se incorporó a la redacción en 1946, habiendo realizado para el diario, viajes por Bolivia, Chile y Perú. Fue legislador provincial y funcionario del gobierno provincial de Bernardino Biella.
[11] Poeta salteño nacido en Catamarca, en 1930. Autor de un delicado cancionero folclórico; conserva en su memoria el tesoro de la copla salteña. Amigo personal de Castilla. Escribió entre otras destacadas obras, Cartas a mi casa (1963), y Coplas del Arenal, (1972).
[12] Poeta salteño; compositor de la Vidala para mi sombra. Escribió para El Intransigente, una viñeta de tono poético en las décadas del 50 y los 60. Falleció.
[13] Poeta. Sus amigos lo recuerdan como Holver, y lo hacen emocionadamente. Su producción intelectual abarca obras de carácter jurídico, filosófico y estético. Fue rector de la Universidad Nacional de Salta. Murió en el exilio.
[14] Es el periódico de más larga duración en la ciudad de Salta. Propiedad de la familia Romero, luego de un controvertido e histórico proceso judicial; por su redacción pasaron ya, más de tres generaciones de periodistas y escritores salteños.
[15] Poeta salteño, 1923 – 2011. Fue uno de los fundadores del movimiento “La Carpa”. Compartió con Castilla los primeros años del periodismo.
[16] Llegó a Salta en 1942, junto a los hermanos Bernabó y Gertrudis Chale, se desempeñó como docente en la Escuela de Bellas Artes. Colaboró en El Intransigente con notas enviadas desde la región del chaco. Murió en Madrid, en 1983.
[17] Pintor salteño nacido en Buenos Aires, 1912 – 1993. Ejerció la docencia en la Escuela Provincial de Bellas Artes, Tomás Cabrera. Obtuvo numerosos premios provinciales y nacionales. Cultivó la amistad con Castilla, con quién realizó numerosos viajes  por la cuenca del río Bermejo.
[18] Salta, 1914 – 1978. Se destacan de su arte el diseño y realización de tapices. Creó y dirigió la Escuela de Bellas Artes. Fue Director de Cultura de la provincia e integrante de la Academia Nacional de Bellas Artes como delegado por Salta.
[19] Poeta salteño, 1915 – 2000. Autor de los romances a la figura del héroe gaucho, Martín Miguel de Güemes. Además de ocuparse de la épica y de la lirica, fue un activo cronista de El Intransigente.
[20] Grabador y dibujante salteño, 1910 - 1972. Amigo personal de Castilla, colaboró tempranamente con el desarrollo artístico del poeta.
[21] Poemario dedicado a los mineros de Oruro y Potosí. Libro esencial de la poesía social americana.  Editado en 1949.
[22] Interventor de la llamada Revolución Libertadora. Entre otros integrantes de su gabinete salteño actuó José Alfredo Martínez de Hoz.
[23] Escritor salteño, copioso autor periodístico, célebre conductor radial. Publicó entre otras historias populares, Calixto Gauna, (1953) y Cosas de la Salta de Antes, (1954). Colega y amigo de Castilla.
[24] La vaguedad, la incertidumbre y la digresión, se oponen a la desazón deliberada que esgrime en su poesía, a esa suerte de certeza en la que se tensa su invocación poética.
[25] A propósito de la incorporación de Castilla al grupo La Carpa, escribe el poeta Raúl Galán en, La exhaltación de lo argentino en las obras de Manuel J. Castilla-(El Mundo,  4/1/1958): “Castilla integró, a partir de 1944, el grupo de poetas de “La Carpa”, a cuya “Muestra Colectiva”, entregó un puñado de poemas que fueron anuncio inequívoco de la luminosa madurez que hoy le convierte sin disputa en uno de los valores más auténticos de la poesía argentina. Con invariable fidelidad a los propósitos enunciados por el grupo, brinda ahora en la plenitud de su obra la mejor prueba de la validez de aquellos principios que aludían a la necesidad de restituir a la poesía su condición de canto, de fraterno llamado al espíritu del prójimo, para celebrar la aventura del hombre sobre la tierra que es su pedestal y su nodriza.”
[26] Poeta jujeño, 1913 – 1963. Creador del movimiento literario regional “La Carpa”. Autor de Se me ha perdido una niña, y  Ahora o nunca, entre otros libros.
[27] En la revista cultural Ángulo, creada y sostenida junto a Pajita García Bes y Raúl Brié, Castilla publica el manifiesto fundacional de La Carpa, redactado por Galán.
[28] Poeta salteño, 1947. Recibió numerosos premios nacionales e internacionales. Como antólogo editó Nueva Poesía argentina, (Hiperión, 1987), y Poesía argentina actual, (Siesta, 1988). De su prolífica labor poética se destacan Bambú (2004), El Amanecido (2005) y Manada (2009).
[29] En el norte argentino, su tarea puede compararse en su intensidad e inspiración, a la ejecutada por su colega, Néstor Groppa; escritor jujeño nacido en Laboulaye, Córdoba; autor entre otros títulos de Anuarios, reunión de sus crónicas periodísticas entre 1960 y 1996. Amigo personal de Castilla. Ejerció una notable influencia en la literatura contemporánea jujeña. Falleció en 2011.
[30] Poeta salteño, 1935. Publicó Seis Poemas, (1962); Canción del ángel, (1964) y Umbroso Mundo, (1971).
[31] Escritor salteño. Trabajó desde la década del 30 en El Intransigente. En 1970 apareció su novela El Ratón, (Primer Premio Planeta, 1969). En 1973 la Sociedad Argentina de Escritores lo distinguió con su faja de Honor por el libro Baguala solamente.
[32] Poeta, periodista y político salteño. Llegó a ocupar interinamente y en repetidas ocasiones el cargo de Gobernador. Es autor, entre otros tantos, del libro de coplas, Casos del coya Martín Bustamante, (1963).
[33] Escritor salteño, 1887 – 1959. Escribió numerosos libros destacándose en prosa El viento blanco, (1922); Los buscadores de oro, (1930); La Venus de los barriales, (1941), y sus Ensayos Biológicos, (1941). Colaboró con El Intransigente durante 30 años. Es considerado patriarca de las letras salteñas.