jueves, 23 de febrero de 2012

los poemas de Cormenzana



Cantaré tu sueño
imitando la voz
que habita mi cuerpo
hasta pronunciar
mi nombre.


El mito
El sentido de una existencia singular, aislada del resto y por entero entregada a la cadencia de la voz propia y que hace de su aislamiento el escenario público, se constituye en uno de los rasgos distintivos en la elaboración del mito contemporáneo. Pero ese relego introspectivo una vez más exige una radicalidad absoluta. Allí donde la escena contemporánea de la poesía se sobreestima, haciendo de la palabra lo menos relevante del espectáculo, debía procurarse el poeta una intimidad lo suficientemente poderosa como para no caer hechizada frente a los espejos.
Tal ausencia de la escena poética debía ser absolutamente notoria; el instinto, esta vez, enteramente persuasivo, así lo advertía. Pero aquel sacrificio no debía ser un sacrificio, sino más bien un solipsismo deliberado, un alejamiento sin distancias. El reposo con dolor no es reposo, exige el alerta de la conciencia insomne. Osvaldo Aguirre, decía del poeta Cormenzana, que se había retirado a cultivar su propio mito. Osvaldo, veía el espectáculo pero no comprendía el procedimiento del artista. Su retiro de la escena literaria, es sí, una ausencia calculada, no para continuar la representación en otro espacio, sino para preservar al actor del personaje. La crítica ha interpretado al Cormenzana inédito, como un poeta maldito, mito simplificador de conveniencias, pero no pudo abordarlo en otro plano que no fuera desde la mimesis propia con la naturaleza de la situación.
Álvaro, no es un mito, su radicalidad deviene de la propia ligazón que tiene con la lengua. En todo caso, son los poemas en su precaria autonomía, los que procuran constituirse en microformaciones psicológicas, piezas únicas de una exquisita sensibilidad. En ellos las palabras ya no son símbolo, son sentido. ¿Pero es que no hay símbolos en su poesía? Sí, pero no son estatuas vivientes mortificadas en una bochornosa quietud; son situaciones lexicales, denotativas, que no revisten carácter de permanentes a lo largo del poemario. Ni “el violín”, ni “el mago”, ni la única “flor” que aparece a lo largo del libro son entes conceptuales, no conservan ninguna permanencia de sentido; de un poema a otro pierden su virtud y constituyen otra figura retórica. Sus sustantivos son los restos diurnos de una lengua que el sueño reúne y esparce en su discurso.
Pero eso no es observable desde la platea. La poesía de Álvaro no era apta para el examen y mucho menos para su admisión en los escenarios atléticos y competitivos de la literatura contemporánea. Tamaño desplante provoca disímiles elaciones. Lo primero en ser observado es la ausencia de productividad; la alta productividad es tomada como un valor estimable por la crítica, la falta de rendimiento remite a una presunción de extrañeza con el poeta. Desprovisto de sociabilidad, ya es, o un sujeto encantador o peligroso según los humores con que se lo atienda. De su operación senestésica, se advierte el tráfico de sentido y de ese pequeño trabajo se observa la carencia a que obliga toda sustitución. Objetivistas y neobarrocos, no asistieron a sus ceremonias. Durante 35 años los poemas del jigante se refugiaron en la literatura de nuestro norte, pero la suya no obedecía a una actitud regionalista, por el contrario, el pago chico lo ignoró o peor, deliberadamente, sus exégetas se dejaron llevar por la confusión y sembraron la historia mítica. Álvaro, era el poeta al cual se escuchaba, los rastros impresos de esa poesía eran escasos, los poemas circulaban en papelitos entre amigos, pero no había nada de heroico en ello, situación que ya no observarán los antólogos a partir de la reciente edición jujeña.

Tocando el violín
con los pies
en medio del río,
lograba que el agua
recobrara su memoria.


El síntoma
La Belleza es el síntoma. Finalmente, no se trata de estar de acuerdo con las exigencias del poema, ni con Cormenzana, y así, con toda la poesía. No es cuestión que pueda establecerse por convenio; es la emergencia de Belleza en palabras que abre sentido en el mundo. Esa es la Diferencia de la que habla Heidegger, entre cosa y mundo y donde anida toda poesía. El mensajero, en este caso el poeta, carga en si el dolor de la experiencia innegociable. El autor no puede sino estar pendiente de un solo acuerdo, tenso, con lo que su propio idioma consiente.
No se trata de un poeta proscripto por el cual reclamar ante las instituciones. Es más bien, una intuición ejercida por fuera de todo arreglo con la época; es, como se dice, una situación preexistente con la lengua. Fuera de alcance de los avatares sociales, tal vez. Dicho así, la metáfora del ausente en la Poesía Argentina, cobra una inapropiada víctima en los poemas de Álvaro. Luego de 1976 su Belleza interpela la falta de Belleza y toda vileza del pensamiento. Días pasados, en Jujuy, el poeta Alejandro Carrizo, enfático, afectado al momento de presentar este poemario, expresó desbordado: “Estos son nuestros poemas”. Pablo Baca, fue un poco más allá: “Siento estos poemas como propios”. Todos los presentes sabíamos de qué estaban hablando.

No me quedaré a ocupar
el lugar que tu voz
inventa cuando hablas.
Iré a tu lado,
a que mi mano
acaricie tu lengua
mientras cantes.


La máxima exposición social de los poemas del jigante ha merecido el juicio favorable de Olga Orozco, Roberto Juarroz y Raúl Gustavo Aguirre. Lo demás es anécdota. Otra operatoria social, si es que cabe la expresión, es la aparición de los epígrafes en el copete de algunos poemas; los de Li Po; Joyce; Juan José Hernández, podrán abrir las puertas a la percepción del poema pero en otros su efecto es nulo. Los poemas son para ser dichos, Groppa los ha publicado paulatinamente en la página literaria que dirigía, durante o después de la Dictadura, eso no importa; mientras tanto los poemas se editan verbalmente, se dicen y pasan de boca en boca buscando su fortuna en el decir propio. Con los años el poeta reúne una variada audiencia.
La fuerza de la seducción de estos poemas radica en el hecho de que fueron ejecutados para el oído de sus escuchas y para distraer y extraviar los sentidos de sus lectores; esta experiencia sensual, casi sexual, generativa y autárquica, no tiene otro afán más que el de procurar beneficios a su público. Aún cuando la crueldad sea el signo de la época y las turbulencias de la historia persigan como una sombra al cantor enamorado. El fenómeno del arte es tan etéreo que la poesía desemboca indefectiblemente en música, y allí, al final del día, cuando la palabra ya agotó toda su posibilidad expresiva, y si tal cosa fuera posible, cuando el hablar ineluctable de la lengua empalidece, quedan los versos finales del jigante: Sin música/sería invisible/el mundo.

Ventura es cima
Jorge Guillén

Cegados.
no sin luz,
solo cegados.
En palpar incesante
se suman nuestras manos.
Regresamos sin retroceder.
El sésamo del presente
cede su clave
y desplaza el tiempo de su seno.
Una vez allí,
meramente habitamos.
no creas que es poco.


La invocación
Para el poeta Ernesto Aguirre: “Todo poema es breve”. No hay mérito en la extensión. Su amplitud no depende de la brevedad, ni hace a su materia más profunda por la escasez de palabras. Todo poema trata asunto breve y toda laxitud termina por decir una sola cosa. Álvaro ha elegido las formas breves no para narrar detalles, la suya no es la iluminación trascendente, es más bien, el punto último donde se extingue la luz. Todas esas apreciaciones sobre el efecto provienen más de las exigencias del mercadeo literario que de la poesía misma. Si no es el camino de la fenomenología, la vía interpretativa del “jigante” será entonces, la que se impone para escuchar el silencio. Pocas poesías reúnen entorno suyo tanta necesidad de silencio como la de Álvaro. Pocos poetas ponen a sus lectores a escribir como lo hace Cormenzana. Cada oyente es su escriba, cada lector un interprete, cada poema una cifra.
En ti
me escucho.
Pero
sólo en tu nombre
alcanzo a oír
todas mis voces.
Aves
volando en el mismo sitio.


El soporte de su poesía ha sido durante años un decir. La pausa dentro de un hablar/hábitat del poema. Baca, ha expresado que Cormenzana, debería escribir tal como habla, el poeta ha contestado que él escribe sólo lo que no puede dictar. Decir quizás sea el procedimiento del cuerpo pero no el de la poesía. El poema no podía deshabitarse. Los Poemas del Jigante son los poemas de la juventud, lo que adviene como lengua originaria y sensible. Por eso el silencio, la más originaria de las expresiones, preanuncia y sucede a cada poema y los poemas lo conservan transitoria y sucesivamente.
“De Álvaro, su poesía esta en las conversaciones, con sus libros conservaremos algo”; palabras más palabras menos es lo que me ha expresado uno de sus más fervientes lectores/oyentes de este singular poeta. Heidegger expresa en su “De camino al habla”, que: “El hablar de los mortales es invocación que nombra... Poesía, propiamente dicho, no es nunca meramente un modo (Melos), más elevado del habla cotidiana. Al contrario, es más bien el hablar cotidiano un poema olvidado y agotado por el desgaste y del cual apenas ya se deja oír invocación alguna”. El poeta ha pasado muchas noches con su auditorio enseñando este párrafo luminiscente.
De cada sujeto hablante, lo que hay en torno a su decir, es un poeta. Lo que sucede con la palabra escrita es un desprendimiento, una dolorosa abertura donde lo que fluye es intimidad; en la brecha abierta, la llaga, la herida, o como pueda nombrarse, el sujeto se exhibe. Ese desprendimiento fue diferido por el autor y luego de varios intentos de publicación, finalmente los poemas adquieren cuerpo y pueden llegar a un auditorio más amplio.

Es el agua del tiempo
que se va por los espejos
Néstor Groppa


La anécdota
Ya había muerto Groppa. Y ya estaba tomada la decisión en 3Ramones Editores, de publicar los poemas de Álvaro Cormenzana, pero aún necesitábamos el sí del poeta. Ligeramente entristecido por la mala nueva, me dirigí en los días posteriores a Maimará. El poeta me esperaba; estaba recostado en la reposera en los fondos de la vieja casona; los álamos se mecían con el viento y el sauce y la higuera acompañaban su descanso. Teros, quitupíes y chingolos habían buscado refugio en el molle, esa antigüedad pensada en la creación. Hablamos del poeta Raúl Galán, del poder del verso, Ahora o nunca! De su llamada, de lo que ese verso exige, de su constante demanda al duende de la Belleza. Es decir, le dábamos vueltas al asunto sin encarar el motivo de aquella visita. Finalmente, cuando la tarde se iba apagando y el viento adormeciéndonos, me animé y le pregunté si era ahora cuando debíamos publicar sus poemas. Sí, me dijo, es ahora -o nunca, agregué-. No lo sabemos, contestó, pero impriman nomás, che. Luego bajé a Jujuy llevando la nueva, creyendo que la Belleza volvía a su lugar.