martes, 2 de enero de 2018

Baguala solamente














En palabras del propio Cuchi Leguizamón, refiriéndose a su arte, definió: “La baguala es el centro musical geopolítico de mi obra”. Este creador insoslayable del arte salteño del siglo XX trastornó los lineamientos del folclore argentino superando las imposiciones del mercado discográfico diseñadas para constreñir y embrutecer una belleza lejana. Gracias a su afanosa voluntad logró que el género dejara de ser una curiosidad antropológica para remozarlo en contacto con elementos modernos. Este fue un paso trascendente para la música folclórica, que más que adecuarse a las especificaciones de los grandes escenarios y a la industria de entretenimientos de masa, recuperó un espejo enterrado como primera arma de una batalla cultural y el combate por la Identidad. La vitalidad de su obra, siempre en diálogo con lo contemporáneo, nos confirma su juventud permanente.

Esta maniobra descomunal de carácter cultural emprendida por El Cuchi parece ser un asunto más propio de la filosofía que de la historia artística o evolutiva de la música. Recuperó una paleta cromática que lejos de divertirse en arreglos y tonalidades distractivas, restauró ocres y azules, agregándole conciencia y conflicto al paisajismo y a la añoranza. Musicalmente tiene esa revelación, “Toda gran zamba encierra una baguala dormida”, compone sus piezas musicales como si descansaran sobre una blue note, como dicen los hombres del jazz. Una nota que agrega expresividad a la estructura musical y que contrasta con la armonía. Un recurso, antes que de los jazzman y de la industria discográfica, del canto originario, y si se quiere, un aporte del canto afroamericano. Como si el lamento coya y el llamado del guaraní cobijara el blues del negro en una sola nota de raíz melancólica. Como si el Cuchi también escuchara al zambo que se apena en la zamba, en su núcleo primitivo y triste que es como el corazón común de todo folclore. Si hay un componente nítido español y otro americano, con el Cuchi también se va a destacar una nota africana.

Como sabemos, el folclore de América Latina está directamente influido por la música europea de los años de la conquista, el mestizaje es su principal rasgo distintivo. Allí donde el canto acompañado con guitarra se ha expandido es notable destacar la influencia del cancionero del sur de España, particularmente por el cancionero andaluz. Dice Alfredo Zitarrosa en la introducción a las coplas de baguala recopiladas por Florencio Colque: “En la zona del altiplano, sobre el Pacífico, el conquistador encontró una civilización en pleno desarrollo que conservaba costumbres e incluso pautas y sistemas musicales ajenos y diferentes, aunque más primitivos que el de los españoles. En el norte argentino como en gran parte de Bolivia y el Perú, se conservan vivos géneros musicales que tienen tanto de indígena como de español más o menos adquirido. Así la baguala en Salta”. Este canto con caja proviene de antiguos rituales sagrados, festividades donde la repetición de la copla por los participantes produce un efecto antifónico, en ocasiones funcionando como responso.

De los avatares e infortunios en la Conquista de América, entre sus apostillas más curiosas puede inscribirse la llegada del primero de los Leguizamón a estas tierras; de él cuentan las crónicas que secundó a Pizarro en la Conquista del Perú, y que comandó la operación de secuestro y toma del rescate en oro del Inca Atahualpa. En la noche del crimen jugó a las cartas su parte del botín con los oficiales, y quedó el dicho entre la tropa de ser “un hombre que se juega el sol antes de que amanezca”. De aquella lejana anécdota, de un hombre indolente y cruel, el Cuchi heredó a cambio con el paso de las generaciones, el carácter de un aristócrata alegre. Nació en la ciudad de Salta, hijo de José María Leguizamón Todd y María Virginia Outes Tamayo. Al igual que en Gershwin, su música es el paisaje de la infancia, en aquel, la experiencia en la ciudad y en el Cuchi el contacto con la naturaleza.

Estudió Derecho, prefirió una profesión liberal a la propuesta del padre de continuar sus estudios musicales en Paris. De sus años de estudiante queda la anécdota de un encuentro con Witold Gombrowicz. Ejerció la abogacía, fue profesor del Colegio Nacional de Salta. Ente 1963 y 1966 fue diputado provincial por el Movimiento Popular Salteño. Cultivó una amistad cercana con el Mono Villegas. Como compositor es un prolífico autor que ha contribuido al acervo cultural argentino con zambas y chacareras inolvidables. Obtuvo numerosos premios por su labor artística, entre otros, el Konex, Gran Premio de Honor de SADAIC y el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes. Sin embargo, quedan escasos registros de su obra. Podemos decir que este destacado e imprescindible creador e intérprete argentino, editó sólo dos discos en vida, sin contar los discos que trabajó con el Dúo Salteño y las grabaciones en vivo o tomas en directo.

En su Piano y Guitarra, registro en estudio de 1966 podemos apreciar una suerte de estudio arqueológico, donde se posiciona como recopilador de una obra anónima a la par de arreglos y composiciones propias. Es en virtud de esta posición de antólogo que podría hablarse del Cuchi como un tenaz pedagogo nacional. Alguna vez Manuel Castilla describió cierta disertación que el Cuchi ofreció sobre folclore. Dice Castilla que Leguizamón se expandió en consideraciones muy personales sobre la baguala. Que la describió libre de impurezas, limpia en cada región salteña, que en aquellas jornadas la baguala fue evocada “dentro de su propia geografía, del paisaje que le pertenece y que conforma su misma ciega esencia. La encontró en los soledosos pueblos chaqueños y alzándose pujante y borrosa en ardidos carnavales, siendo la más auténtica afirmación del hombre, motivo de su queja, cinta de sus penas, flor de sus dolores”. “Los pájaros también estuvieron para afirmar las ideas de Leguizamón”, dice Castilla de aquella conferencia. Define al canto mestizo del criollo del norte argentino como “el paisaje vuelto baguala y metiéndose con sus influencias en pagos santiagüeños y tarijeños, abagualando las vidalas”. De ese abagualar de las vidalas, también Castilla fue responsable, forjaron juntos el artificio.
























La impronta modernista en el Cuchi se aprecia no sólo en sus recopilaciones, en sus delicados arreglos contrapuntísticos, también podemos apreciar esa vitalidad creadora en el concierto para campanas y más aún en el de las locomotoras. En el concierto para campanas, la performance más ambiciosa que vivió esta ciudad como escenario, el Cuchi despliega su euforia melómana. El concierto de las máquinas, nos remite a otras exploraciones como las de los rusos Prokoviev y Mussolov, que han escrito ballets y sinfonías imitando el funcionamiento de las máquinas, pero si en ellos repetían el género de la imitación directa con instrumento, el concierto del Cuchi es superador en el sentido materialista del término puesto que lo que se ejecutaba eran, directamente, las máquinas. Toda esa expresividad encuentra similitud con otros movimientos renovadores de la modernidad americana. El arte del Cuchi nos remite a la negritud renovadora en las artes brasileras; las mismas influencias encontramos en el temprano surrealismo y el jazz norteamericano. El Cuchi alegó influencias de Arnold Schönberg, Maurice Ravel, Debussy y Erik Satié, a quién le dedicó su concierto en París. También reconoció influjo de Duke Ellington que por momentos lo hacen sonar como un precursor de Bill Evans, sin embargo nunca es presuntuoso ni artificial; su piano es una trama de cuerdas heridas por los martillos dolorosos de los Andes. En una entrevista con José Tcherkaski, Emma Palermo deja un testimonio inquietante: 
“¿A usted le consta que ha escuchado a algún músico? No. -Esto es lo más genial que escuché en mi vida. No tiene precio. ¿Es en serio?- En serio. El Cuchi no escuchaba música”.

La historia del arte nos enseña que a veces las disonancias se escuchan como consonancias y viceversa, y que es tarea del genio enfrentar estas vicisitudes artísticas. El intérprete contemporáneo, con todas sus posibilidades técnicas y dificultades históricas reelabora la baguala a su modo, mezcla una herencia ya revuelta y que tanto indigna a los puristas. La reelaboración de materiales tradicionales es una actividad permanente en todas las culturas. La música evoluciona en una relación constante con la vida económica, política y religiosa, su historia forma parte de la historia general de la humanidad. La libertad del músico está limitada por su situación histórica y sus iniciativas se despliegan bajo la presión siempre variable de múltiples fuerzas que se conjugan o se oponen pero que en el genio encuentran su cauce, y ese cauce a veces, es el futuro. Así con el Cuchi, la alegría que experimentamos al escuchar su música de fauna libertaria, comprendemos lo que amamos como si nada podría decirse mejor que con bagualas en el piano.

Publicado en el anuario del diario Punto.Uno 
Salta, 31 de diciembre de 2017