En palabras del propio Cuchi Leguizamón, refiriéndose a su arte, definió:
“La baguala es el centro musical geopolítico de mi obra”. Este creador
insoslayable del arte salteño del siglo XX trastornó los lineamientos del
folclore argentino superando las imposiciones del mercado discográfico diseñadas
para constreñir y embrutecer una belleza lejana. Gracias a su afanosa voluntad logró
que el género dejara de ser una curiosidad antropológica para remozarlo en
contacto con elementos modernos. Este fue un paso trascendente para la música
folclórica, que más que adecuarse a las especificaciones de los grandes
escenarios y a la industria de entretenimientos de masa, recuperó un espejo enterrado
como primera arma de una batalla cultural y el combate por la Identidad. La
vitalidad de su obra, siempre en diálogo con lo contemporáneo, nos confirma su
juventud permanente.
Esta maniobra descomunal de carácter cultural emprendida por El Cuchi parece
ser un asunto más propio de la filosofía que de la historia artística o
evolutiva de la música. Recuperó una paleta cromática que lejos de divertirse
en arreglos y tonalidades distractivas, restauró ocres y azules, agregándole
conciencia y conflicto al paisajismo y a la añoranza. Musicalmente tiene esa
revelación, “Toda gran zamba encierra una baguala dormida”, compone sus piezas
musicales como si descansaran sobre una blue note, como dicen los hombres del
jazz. Una nota que agrega expresividad a la estructura musical y que contrasta
con la armonía. Un recurso, antes que de los jazzman y de la industria
discográfica, del canto originario, y si se quiere, un aporte del canto
afroamericano. Como si el lamento coya y el llamado del guaraní cobijara el blues
del negro en una sola nota de raíz melancólica. Como si el Cuchi también
escuchara al zambo que se apena en la zamba, en su núcleo primitivo y triste
que es como el corazón común de todo folclore. Si hay un componente nítido
español y otro americano, con el Cuchi también se va a destacar una nota
africana.
Como sabemos, el folclore de América Latina está directamente influido por
la música europea de los años de la conquista, el mestizaje es su principal
rasgo distintivo. Allí donde el canto acompañado con guitarra se ha expandido
es notable destacar la influencia del cancionero del sur de España,
particularmente por el cancionero andaluz. Dice Alfredo Zitarrosa en la
introducción a las coplas de baguala recopiladas por Florencio Colque: “En la
zona del altiplano, sobre el Pacífico, el conquistador encontró una
civilización en pleno desarrollo que conservaba costumbres e incluso pautas y
sistemas musicales ajenos y diferentes, aunque más primitivos que el de los españoles.
En el norte argentino como en gran parte de Bolivia y el Perú, se conservan
vivos géneros musicales que tienen tanto de indígena como de español más o
menos adquirido. Así la baguala en Salta”. Este canto con caja proviene de
antiguos rituales sagrados, festividades donde la repetición de la copla por
los participantes produce un efecto antifónico, en ocasiones funcionando como responso.
De los avatares e infortunios en la Conquista de América, entre sus
apostillas más curiosas puede inscribirse la llegada del primero de los
Leguizamón a estas tierras; de él cuentan las crónicas que secundó a Pizarro en
la Conquista del Perú, y que comandó la operación de secuestro y toma del
rescate en oro del Inca Atahualpa. En la noche del crimen jugó a las cartas su
parte del botín con los oficiales, y quedó el dicho entre la tropa de ser “un
hombre que se juega el sol antes de que amanezca”. De aquella lejana anécdota, de
un hombre indolente y cruel, el Cuchi heredó a cambio con el paso de las generaciones,
el carácter de un aristócrata alegre. Nació en la ciudad de Salta, hijo de José
María Leguizamón Todd y María Virginia Outes Tamayo. Al igual que en Gershwin,
su música es el paisaje de la infancia, en aquel, la experiencia en la ciudad y
en el Cuchi el contacto con la naturaleza.
Estudió Derecho, prefirió una profesión liberal a la propuesta del padre
de continuar sus estudios musicales en Paris. De sus años de estudiante queda la
anécdota de un encuentro con Witold Gombrowicz. Ejerció la abogacía, fue
profesor del Colegio Nacional de Salta. Ente 1963 y 1966 fue diputado
provincial por el Movimiento Popular Salteño. Cultivó una amistad cercana con
el Mono Villegas. Como compositor es un prolífico autor que ha contribuido al
acervo cultural argentino con zambas y chacareras inolvidables. Obtuvo
numerosos premios por su labor artística, entre otros, el Konex, Gran Premio de
Honor de SADAIC y el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes. Sin embargo, quedan
escasos registros de su obra. Podemos decir que este destacado e imprescindible
creador e intérprete argentino, editó sólo dos discos en vida, sin contar los
discos que trabajó con el Dúo Salteño y las grabaciones en vivo o tomas en
directo.
En su Piano y Guitarra, registro en estudio de 1966 podemos apreciar una suerte
de estudio arqueológico, donde se posiciona como recopilador de una obra
anónima a la par de arreglos y composiciones propias. Es en virtud de esta
posición de antólogo que podría hablarse del Cuchi como un tenaz pedagogo
nacional. Alguna vez Manuel Castilla describió cierta disertación que el Cuchi ofreció
sobre folclore. Dice Castilla que Leguizamón se expandió en consideraciones muy
personales sobre la baguala. Que la describió libre de impurezas, limpia en
cada región salteña, que en aquellas jornadas la baguala fue evocada “dentro de
su propia geografía, del paisaje que le pertenece y que conforma su misma ciega
esencia. La encontró en los soledosos pueblos chaqueños y alzándose pujante y
borrosa en ardidos carnavales, siendo la más auténtica afirmación del hombre,
motivo de su queja, cinta de sus penas, flor de sus dolores”. “Los pájaros
también estuvieron para afirmar las ideas de Leguizamón”, dice Castilla de
aquella conferencia. Define al canto mestizo del criollo del norte argentino
como “el paisaje vuelto baguala y metiéndose con sus influencias en pagos
santiagüeños y tarijeños, abagualando las vidalas”. De ese abagualar de las
vidalas, también Castilla fue responsable, forjaron juntos el artificio.
La impronta modernista en el Cuchi se aprecia no sólo en sus
recopilaciones, en sus delicados arreglos contrapuntísticos, también podemos
apreciar esa vitalidad creadora en el concierto para campanas y más aún en el
de las locomotoras. En el concierto para campanas, la performance más ambiciosa
que vivió esta ciudad como escenario, el Cuchi despliega su euforia melómana. El
concierto de las máquinas, nos remite a otras exploraciones como las de los
rusos Prokoviev y Mussolov, que han escrito ballets y sinfonías imitando el
funcionamiento de las máquinas, pero si en ellos repetían el género de la
imitación directa con instrumento, el concierto del Cuchi es superador en el
sentido materialista del término puesto que lo que se ejecutaba eran,
directamente, las máquinas. Toda esa expresividad encuentra similitud con otros
movimientos renovadores de la modernidad americana. El arte del Cuchi nos
remite a la negritud renovadora en las artes brasileras; las mismas influencias
encontramos en el temprano surrealismo y el jazz norteamericano. El Cuchi alegó
influencias de Arnold Schönberg, Maurice Ravel, Debussy y Erik Satié, a quién
le dedicó su concierto en París. También reconoció influjo de Duke Ellington que
por momentos lo hacen sonar como un precursor de Bill Evans, sin embargo nunca
es presuntuoso ni artificial; su piano es una trama de cuerdas heridas por los
martillos dolorosos de los Andes. En una entrevista con José Tcherkaski, Emma
Palermo deja un testimonio inquietante:
“¿A usted le consta que ha escuchado a
algún músico? No. -Esto es lo más genial que escuché en mi vida. No tiene
precio. ¿Es en serio?- En serio. El Cuchi no escuchaba música”.
La historia del arte nos enseña que a veces las disonancias se escuchan
como consonancias y viceversa, y que es tarea del genio enfrentar estas
vicisitudes artísticas. El intérprete contemporáneo, con todas sus posibilidades
técnicas y dificultades históricas reelabora la baguala a su modo, mezcla una
herencia ya revuelta y que tanto indigna a los puristas. La reelaboración de materiales
tradicionales es una actividad permanente en todas las culturas. La música
evoluciona en una relación constante con la vida económica, política y
religiosa, su historia forma parte de la historia general de la humanidad. La
libertad del músico está limitada por su situación histórica y sus iniciativas
se despliegan bajo la presión siempre variable de múltiples fuerzas que se
conjugan o se oponen pero que en el genio encuentran su cauce, y ese cauce a
veces, es el futuro. Así con el Cuchi, la alegría que experimentamos al
escuchar su música de fauna libertaria, comprendemos lo que amamos como si nada
podría decirse mejor que con bagualas en el piano.
Publicado en el anuario del diario Punto.Uno
Salta, 31 de diciembre de 2017
Publicado en el anuario del diario Punto.Uno
Salta, 31 de diciembre de 2017