En los primeros días de este mes, no se sabe exactamente cuando, falleció el poeta Jesús Ramón Vera. Fue encontrado en su casa, solo, boca abajo, rodeado de un charco de sangre. Lo halló el poeta Carlos Maita, tenían que encontrarse desde hacía tres días, y Ramón no aparecía. Maita entró por la cocina y dio con el cuerpo. Luego de los trámites judiciales, parientes y amigos decidieron enterrarlo en Rosario de la Frontera; él era de ahí, al igual que su padre. Hay un documental, creo que de un tal Ramírez, y creo, que se llama Copla Vera o Kallpa Cacique, (perdón, pero estoy lejos de casa, es decir lejos de mi biblioteca y tengo que recurrir a mi mala memoria, y quizás los datos no sean del todo exactos), decía, en ese documental el poeta expresa su deseo de morir en Rosario de la Frontera.
Rosario es un pueblo del sur de la provincia de Salta, un pueblo de campesinos, cerca del límite con Tucumán; un paso obligado de la droga, zona de grandes latifundios; la mayor explotación ahí es el poroto y ahora la soja que se está comiendo el monte y aprovecha las aguas del Río Juramento, (siguiendo el cauce del río se penetra en una de las selvas más bellas del país, sus aguas cristalinas y profundas, atraviesan farallones y serranías casi impenetrables), esos montes ahora son el paso obligado de la cocaína que ya no baja de Bolivia, sino que se produce ahí mismo. Por supuesto, la pasta base, el sobrante de la producción, le queda a mano a los consumidores del pueblo.
El Paco ha producido entre otros estragos, una ola de suicidios entre los jóvenes, que la prensa local, acompañando las opiniones de los políticos y de la iglesia católica, relaciona con las redes sociales, a juegos de rol y a ciertas prácticas esotéricas. Nunca a la droga y a la pobreza.
El poeta conocía el problema y desde hacía algunos años había regresado a su pueblo. Quería establecer allí una escuela de artes para rescatar a los pibes de la calle y de las adicciones. Peleó mucho por un lugar, hasta que finalmente hace un par de años consiguió un galpón. Peleó por un presupuesto, ante las autoridades provinciales gestionó su reconocimiento para transformarlo en centro educativo basado en la enseñanza por el arte. Cuando finalmente había logrado parcialmente ese reconocimiento, la policía cerró el establecimiento por orden de la intendencia del lugar, (era un galpón que los chicos cuidaban y algunos usaban para no dormir en la intemperie). Las excusas fueron las de siempre, comenzaron a amenazar al poeta y le dieron a entender que ese espacio no podía seguir funcionando como lo venía haciendo. El poeta una vez más volvió a la ciudad de Salta para presentar su reclamo, (en eso estaba cuando lo vi por última vez, una semana antes de su muerte, yo estaba en un bar con el periodista Julio Haro, entró al patio, alzó una mano y nos saludo de lejos, en ese momento me pareció que se estaba despidiendo, pero no me levanté y seguí bebiendo, me distraje con la charla).
Se ha especulado mucho sobre su muerte. Sabíamos que el poeta estaba enfermo y pronto debía intervenirse por una ulcera sangrante. El poeta, como todo hombre bueno, sabía beber y entregarse a los brazos de la noche y de los amigos, había perdido algunos, pero conservaba a muchos otros. Desconfiaba naturalmente de los políticos locales, como casi todos aquí. Se había apartado de los grupos literarios y de ese pequeño mundillo; todo su interés estaba puesto en sostener el espacio creado al que llamaba, Escuela de Bellas Artes Roberto Maheasi, en homenaje al artista japo-salteño.
Fue amigo del poeta Manuel Castilla, su último lector; se puede decir que desplegó una parte del programa estético del poeta salteño. Durante años cultivó la copla y su uso en las comparsas del carnaval, (muchas de las coplas que cantan los falsos indios en los corsos, le pertenecen); tuvo una imprenta donde publicó a los amigos; la generación más joven de poetas había logrado hacerle un homenaje, el evento se llamó Ahí viene Ramón, y según me contaron, tuvo bastante éxito y concurrieron casi todos los poetas de la ciudad. En su casa alojó a mis amigos. La gente que lo quería, lo quería mucho.
Yo lo conocí a fines de los 90 en cuanto llegué a Salta. Para beneficio de mi salud, nos veíamos poco, aún así, siempre nos arreglábamos para amanecernos charlando y recitando poemas propios y ajenos, de amigos y enemigos, (porque en la poesía también hay enemigos). Cuando me veía, alzaba la voz y decía: ahí está Morandini, el que se metió con todos! Creo que le divertía y le parecía razonable que comenzara a reseñar la producción literaria regional. Algunas noches nos comportábamos como niños y subíamos a los techos de su casa a acuclillarnos en la terraza de la calle Martín Cornejo, con un paquete de velas, un par de botellas y algo de droga que él no consumía. Ahí aprendí nuevas coplas, (los únicos libros que mis padres en los 70 sacaron del país fueron, el Martín Fierro y Los Casos del Coya Martín Bustamante, eran mi único vínculo con la lengua durante los años de mi infancia). A su lado aprendí el valor de lo que por entonces resonaba en mi como cierta curiosa melodía regional. Con él conocí al poeta Jacobo Regen, (dado muchas veces por acabado y vuelto a renacer con más claridad que nunca). Con él conocí a Pilo y a Buscanidos, proveedores leales y de confianza; él me enseñó a observar y medir las mezquindades del medio que poco a poco lo fueron desplazando de la escena literaria. Solía visitarme mientras viví en Cerrillos, había logrado dictar unas horas de literatura en el colegio nocturno de esa localidad y se venía hasta mi casa en el campo a cenar, a pasar su insomnio, a veces a dormir. Le dediqué varios poemas y hasta un libro entero basado en su percepción de la poesía, Ropa Interior, (dudo que alguna vez vea la luz de una imprenta, el libro se fue desarmando en otros proyectos, y cada día que pasa me alejo más de sus versos).
Quiso a las personas que yo amo: Sonia, Valentina, Mariano, Carlos, María, El Guille, Estela, mi hermano Marcelo. Hoy estamos tristes, hay bronca, culpa y hasta algunos excesos. Hace algunos días pude llorar su muerte, recién hoy puedo escribir estas palabras para comenzar a enterrar el dolor.
Ramón, vi a los niños
treparse a unos narajanles
en las veredas polvosas de Orán,
ahí arriba,
entre los soles,
desaparecen.
entre los soles,
desaparecen.
Cesa el juego
pero no su deseo.