martes, 1 de mayo de 2012

EL OFICIO DEL ÁRBOL





a la memoria de Manuel Castilla


En San Carlos ya no hay viñas,
todo el viento lo llevó,
ya no quedó ni recuerdo
del San Carlos que pasó.

Cancionero Popular de Salta


Introducción.

Este libro reúne una selección de notas periodísticas publicadas por Manuel José Castilla, en el diario El Intransigente, de la ciudad de Salta, entre 1940 y 1960. Se incluyen sus primeras colaboraciones del año 1940, y las columnas que produjo como redactor hasta el cierre del periódico en diciembre de 1949, y que luego continuó con su reapertura, en diciembre de 1956. Contiene un conjunto de notas para el mismo diario mientras se editó como boletín clandestino y duró su clausura. Se ha incorporado a esta selección una nota publicada en Mundo Argentino, y se adjuntan noticias culturales de época con referencias a la actividad del poeta.
Este libro es producto de una investigación realizada con el auspicio de una beca otorgada por el Fondo Nacional de las Artes, en 2008, y que llevó por titulo, “Compilación, análisis y sistematización de los artículos periodísticos escritos por Manuel J. Castilla, de 1939 a 1960”. 
Se editan estos artículos de manera cronológica, tal como fueran publicados sucesivamente en las páginas del periódico. Es propósito de esta colección presentar los textos en la dimensión social de su escritura, en tanto producto de trabajo asalariado, y de una escritura ceñida al proceso de elaboración diaria.
El corte temporal abarca desde sus primeras participaciones en el periódico salteño; se han detectado colaboraciones suyas aparecidas en 1939, que no se incluyen tratándose de poemas que en algunos casos fueron incorporados a sus libros. De sus colaboraciones en verso sólo se reproducen, un poema escrito a cuatro manos de 1944, y un romance premiado en la ciudad de Córdoba en 1946, ambos en facsimilar. La recopilación contiene notas escritas hasta diciembre de 1960. Se destaca del corte los acontecimientos que afectaron tanto la vida privada como profesional; el fallecimiento de familiares y de referentes claves en el desarrollo de su obra literaria como lo fueran, David Michel Torino, propietario de El Intransigente; el de su amigo, Rafael Villagrán, y la desaparición del poeta salteño, Juan Carlos Dávalos.
La labor de Manuel Castilla, dentro de El Intransigente, concita el mayor interés literario en el conjunto de su producción periodística. Esta investigación alcanza a detectar que su participación en otros medios consistió en reseñas bibliográficas redactadas en primer término para El Intransigente, o en poemas compuestos para sus libros, como las entregas a La Gaceta de Tucumán, La Nación y La Prensa de Buenos Aires, y su participación en las revistas culturales, Bolivia, Ángulo, Pirca, Tarja y Zizayán.

Certeza y estilo.

Es probable que aquello que gozamos y llamamos el estilo de Castilla, no aparezca expresado en toda su dimensión hasta pasados algunos años de las primeras colaboraciones con el periódico. La eficacia y el ritmo de una escritura no quedan establecidos hasta luego de varios ejercicios. Frente a las primeras entregas estamos ante la infancia del procedimiento castillano, bajo distintos seudónimos, (Enigma o El Andariego), o simplemente subscritas con sus iniciales, (M. J. C.). Estos constituyen una diversidad de textos aún no estandarizados, varían en extensión y ubicación en las páginas del diario. Llama la atención que en un principio empleara una marca personal y que luego abandonara esta práctica. Los textos recobrados, casi en su totalidad, se encuentran sin firma de autor; en todos los casos se procuró su selección teniendo en cuenta las señas particulares de la escritura castillana.
Hay en aquellas primeras intervenciones rastros léxicos y observaciones que suponen una pertenencia al universo de Castilla, que comienza a ser esbozado. Es factible que esas columnas estuvieran concebidas por otro periodista y en algún momento el joven Castilla[1], fuera llamado a ocupar el puesto y con el tiempo la estilizara y rubricara. Habría una intima razón del periódico en producir aquellas tiras; lo regular en la redacción era la reproducción de cables, el resto se cronicaba o parafraseaba en una variada miscelánea política y social.  
Antes de adentrarnos en su escritura periodística, se debería poder distinguir el modo en que se desempeña su prosa, y como esta se hace evidente para el público lector, al punto de prescindir de toda signatura personal.
Estas observaciones sobre su firma procuran seguir la construcción de su anonimato detrás de esas observaciones unánimes en las que evoluciona su escritura profesional. Muy pocos usaban firmar y otros pocos, luego de ejercer esa deferencia editorial, dejaban de hacerlo. Por ello tal vez sea necesario no comenzar por el principio, sino en la observación de la obra del poeta, e intentar reconocer ahí, lo que hay de específico para señalar rasgos propios.

Se ha dicho con apabullante certeza, que la frase inicial de, De solo estar, puede ser leída como la matriz textual de su producción total; ella sola condensa una serie de procedimientos presentes a lo largo de su obra. “De solo estar nomás, uno cuenta sus cosas”. El tiempo del enunciado y el tiempo de la enunciación coinciden creando una atmósfera nostálgica que envuelve toda la intención. A continuación se impone una escritura ralentizada. En la personificación del tiempo, el uso del gerundio se transforma en una herramienta decisiva. El nombrador es el mismo uno que actúa en todos sus libros; sujeto de lo enunciado, asume todos sus postulados.
Acaso el poeta haya querido que su voz sea como un canto poderoso. Una voz que crece desde el oprobio en el ingenio, en un cañaveral o a orillas de un río barroso; una lengua que se piensa entre pastores de vientos; la misma que es grito y se libera con el carnaval o en el rito de la alegría con el vino. Quizás su poesía, y con ella toda su escritura, yace entre la desolación y el éxtasis, como algo que despierta en el que va de la alegría al llanto y se derrumba en alarido sobre el monte. Palabras volcadas a la vida para reparar la vida, en una celebración sentida como algo más que reminiscencia del paisaje.
El impersonal domina toda referencia a aquello que llamamos lo social, en Castilla. Esta marca propia del discurso oral constituye el factor esencial que gravita en su prosa y en el conjunto de sus poemas; su referencia literaria inmediata es la poesía del norte argentino. En el periódico el poeta escribe como si hablara y el lector tuviera a su disposición la realidad para confirmarlo. El pronombre indefinido es su estilete, y así como en sus canciones, la nominalización de sujetos y naturaleza, es el modo con el cual refuerza la materialidad del enunciado. La subjetivación del fenómeno natural consiste en que el hombre castillano sea el medio por el cual la naturaleza se exprese. Ejerce de forma dominante la prosodia regional a través de un interlocutor que celebra todo asombro y tiene por oficio el nombrar.
Es decisiva su conversión en redactor asalariado para ubicar el momento en que estas señales propias de su escritura se hacen evidentes y pueden ser identificadas por el público salteño. Quizás escribe para un lector demorado en la intimidad de su aldea; para lectores ajenos a la velocidad de los acontecimientos, siendo cada uno en mano del poeta,  el suceso de la jornada. Esa circunstancia le permite a Castilla, prescindir de firma y a emplearla sólo en algún artículo destacado.
Ubicar la adopción de un estilo junto a la remuneración por ejercerlo, posibilita establecer la circunstancia en que el poeta difiere en trabajo su sujeción a la tradición heredada reelaborándola en materia crítica.
La prensa escrita es en Castilla, un vehículo más para la transmisión de un decir, y de la forma de un decir. La manifestación de su producción folclórica está a un paso de esta escritura, tanto como lo están los ejercicios con versos rimados. Su voz es la reproducción de una cadencia que va nombrando la región literaria; lleva las marcas de lo que es vasto y eterno, como si fuera la continuidad de la naturaleza en el lenguaje o el musitar de un caminante desposeído a la vez que dueño absoluto de cuanto lo rodea. Es también la expresión de un momento; por eso sus notas, además de literario, tienen valor antropológico e histórico. Se dice y se piensa en la prensa, para las masas.
Castilla, profesional, está abriéndose paso en el mundo del trabajo. Una vez alcanzada la madurez del procedimiento, su registro periodístico gestará una serie de viñetas anónimas de tono poético, y confirmará en canciones lo que ya dominaba en versos y está en los libros que acompañan la incursión periodística. En Luna Muerta, es la adopción de los temas; en La Niebla y El Árbol, recrea la atmósfera y el romance en que se mueve el sujeto pensando su sentimiento; en El espejo insomne, el tono incisivo elabora un puñado de poemas que contienen una síntesis de su pasión lírica; así sucesivamente con, La tierra de uno y El cielo lejos, donde termina de elaborar el acento que anida en el chaco de su lengua.
Se dirige al lector de su comarca, no necesita de referencias externas para que se lo comprenda; puede llamar a las cosas por su nombre y emplear la lengua con todos los giros propios del lugar. Es en este sentido que puede decirse, no buscar trascendencia; su lector habita el mismo espacio físico y ambos saben a que se refieren. El lector interno de Castilla, puede entenderse como un sujeto pasivo, su proximidad lo hace vulnerable frente al imaginario compartido y al énfasis con que se lo expresa; en tanto que el lector externo no deja de quedar seducido por el ejercicio del poder evocador, y la constante remisión a un entorno que expresa la misma pena.  
Tal como si ello fuera posible, Castilla, se dedica a observar el tiempo, como si este transcurriese en una dolorosa lentitud; hace que sus notas presenten una transparencia honda de final de día propuesta para el oído del lector. Su escritura, obra por deslumbramiento; con ella repasa oficios y costumbres, sonoramente recuerda tradiciones. Su prosa puede parecer artificiosa, pero en eso también consiste el afectado arte de los poetas cuando los reclama la ciudad. Sigue el requerimiento de las viejas redacciones, que precisaban de un viandante sensible en busca de instantáneas. El cronista, cuando puede, también carga su cámara fotográfica.

Breve reseña de la prensa escrita en Salta.

Puede establecerse el inicio de la prensa escrita en la ciudad de Salta, con la aparición, el 30 de septiembre de 1824, de La Revista de Salta[2]; editada por José de Arenales, hijo del héroe de La Florida, y a la sazón, gobernador de la provincia, y encargada su redacción al poeta cordobés Hilario Ascasubi, (la aparición del periódico y la breve estancia de Ascasubi en Salta, están magníficamente descriptas en “Vidas del Gallo y el Pollo”, de Manuel Mujica Láinez). Las publicaciones periódicas salteñas se inician entonces, con financiamiento estatal, y destinadas a ser las promotoras de la actualidad política; el fin de esta experiencia llega cuando Ascasubi, luego de nueve números, y a sus diecinueve años de edad, queriendo exponer cierta independencia de criterios dentro de la publicación oficial, compone y reproduce unas cuartetas satíricas sobre el esquivo gobernador. Este emprendimiento periodístico, como muchos otros del siglo XIX, se hicieron con la Imprenta de los Niños Expósitos, adquirida por la Junta de Gobierno de Buenos Aires durante la Revolución de Mayo y vendida al gobierno salteño por Bernardino Rivadavia; imprimió en Cafayate algunos boletines hasta entrado el siglo XX, no sin antes dejar sus tipos fundidos en perdigones usados en la resistencia a la montonera de Felipe Varela, (quién, dicho sea de paso, continuó su cabalgata hasta Sucre, con doscientos gauchos menos en sus filas; afincado temporariamente en Bolivia, el caudillo se dedicó a la critica literaria).
A lo largo del siglo XIX fueron apareciendo numerosas publicaciones, entre ellas Actualidad y La Tribuna; que contaron, entre otros virtuosos escribas, con Juan Martín Leguizamón, León Dávalos, Joaquín Castellanos[3] y Moisés Oliva. Para quienes no pertenecían a la elite local, el oficio de escritor les asignaba un lugar en la conquista de ascenso social. Aquellos nombres que integraban la lista de los periódicos salteños eran los mismos que accedían a la publicación de libros, especialmente de versos e historiografía, para luego ocupar los cargos públicos. Versificadores y redactores gozaban de un crédito sólo comparable en la pertenencia a grupos del poder local o a una clase privilegiada, poseían el prestigio que rodeaba a aquellos que participaban de la discusión de la cosa pública y de las tertulias literarias. Prensa y Poder, sostuvieron siempre un diálogo de compartida necesidad, entendiendo siempre a esta relación de causalidad como propia del acto de producir información y de elaboración de argumentos para la gobernabilidad.
El siglo XX, comienza con un importante desarrollo de la empresa periodística; se fundan en Salta, sucesivamente, La Provincia; Tribuna Popular; El Tiempo y La Opinión. Para entonces ya se ha escrito quizás el artículo más importante que surgiera de las redacciones, el Salta, de Moisés Oliva, quién lo da a conocer en el Suplemento del Centenario que edita La Nación, y que trata de un balance histórico, económico y socio-cultural de la provincia en los cien años de historia de vida independiente que lleva el país. 

El antecedente inmediato a El Intransigente, es El Cívico; creado en 1891, como órgano de la Unión Cívica  y dirigido por Luis Peña, reunía en su redacción a los más destacados escritores de la época; con el tiempo se transformará en El Cívico Intransigente, según su condición opositora u oficialista. Con la llegada de un nuevo grupo propietario adopta su denominación definitiva. El Intransigente, fundado el 17 de abril de 1920, contaba entre sus flamantes dueños a un grupo de líderes radicales de la época, con David Michel Torino[4], como su principal accionista. El periódico estaba orientado a forjar y cimentar la presencia de sus propietarios dentro de la estructura de la Unión Cívica Radical. Las páginas dedicadas a la política local y nacional ocupan la mayor parte de la tirada. Puede observarse en su desarrollo una especificación de los temas tratados y una especialización de sus redactores en la medida en que se sostiene en el tiempo. Conquistó un amplísimo público al posicionarse como uno de los principales referentes de la prensa escrita en el norte argentino, y referente informativo en la lucha política contra el peronismo. Sus publicistas tejieron un férreo sistema de corresponsalías y distribución, de ahí que sus redactores frecuentaran incansablemente, el enorme espacio rural salto-jujeño.
Fueron los años de oposición al Régimen Conservador los que cimentaron su condición rebelde y afianzaron ese carácter intransigente que fue el sello personal del diario a lo largo de su existencia. Ilustran esta posición las reiteradas denuncias de atropellos a la población por parte de lo que se conocía como, la policía brava o al accionar de los matones en los comicios y de los numerosos fraudes que se consintieron durante la llamada Década Infame; la publicación de coplas dirigidas a los políticos de turno y a la deplorable situación económica, a veces se recogían en la campaña, en las cantinas o sencillamente eran elaboradas por los poetas en la redacción.
En los meses previos a la clausura del diario por parte del gobierno nacional en 1949, Manuel Castilla, ejerce una sincera defensa del diario en contra de lo que se consideró una arbitrariedad; son los días en que compone sus versos satíricos. A fines de aquel año recrudecen las persecuciones contra la prensa opositora; los trabajadores de la redacción y de los talleres gráficos son trasladados a Buenos Aires, para declarar frente a una comisión especial creada en el Senado, que investiga al diario; con ellos viajó Castilla, quién aprovechando el aventón compulsivo que le daba la Policía Federal, acompañó en su estancia porteña a los artistas plásticos, Gertrudis Chale[5], y Carybé[6], en su muestra conjunta en la Galería Van Riel, para quienes había redactado el catálogo de la ya, legendaria exposición. El 23 de diciembre, una comisión integrada por los diputados Rodolfo Decker y José Emilio Visca, colocan la faja de clausura al diario. Con el cierre, Castilla formará parte del primer grupo que edita el boletín clandestino en un mimeógrafo oculto en el baúl de un auto; avatares de la profesión y de un compromiso asumido con lealtad y convicción.
Mientras dure la clausura, Castilla, publicará los libros, De solo estar, La Tierra de uno, y Norte Adentro; los testimonios lo ubican al frente de un carro de verduras junto a sus hijos en la plaza luego que la empresa en 1952, no pudiera seguir cubriendo los sueldos al tener sus bienes bajo caución del Estado. Colabora con la edición de Desde mi celda, libro que esgrime los argumentos de Michel Torino, preso de 1951 a 1955, (en la década de los sesenta prologará Hojas de Lucha, participando de su edición facsimilar junto a Manuel W. Cotignola[7], con quién realiza la selección de los boletines clandestinos). En su reapertura, el 26 de diciembre de 1956,  el diario contará en su plantel con Néstor Quintana[8], Andrés Mendieta[9] y el inefable Julio Barbarán Alvarado[10]; pronto colaborarán los jóvenes Miguel Ángel Pérez[11], Julio Espinoza[12] y Holver Martínez Borelli[13].
 Al recuperar su libertad, el Congreso Interamericano de Prensa, le concedió a Michel Torino, una medalla declarándolo Héroe de la Libertad de Prensa; en 1955, le fue concedido el Premio Severo Vaccaro, y en 1956 la Universidad de Columbia, le confirió el Premio Maria Moors Cabot. El diario se opuso sucesivamente al Régimen Conservador, al peronismo y al gobierno de los desarrollistas; son notables las columnas al ensalzar el golpe del año 1943, y a la llamada Revolución Libertadora. Los años no han apaciguado su voluntad política pero su ambición se ve superada por la realidad; David Michel Torino, dejó de existir el 17 de junio de 1960. La dirección del periódico recayó en manos de su hermano, Martín; al poco tiempo el periódico pasó a manos de la Fundación Michel Torino, que finalmente liquidaría sus bienes en junio de 1981; fijando un ciclo de sesenta y un años de continuidad en el medio local.
El 21 de agosto del año 1949, una fracción interna del peronismo había creado el diario, El Tribuno[14], al calor de un inédito auge de masas en el país y a una primera puja partidaria que traería no pocas consecuencias para la prensa escrita en Salta. En su primer número se consignaba la aparición de Copajira, libro que para este medio, trasunta una visión lírica de la vida de los mineros bolivianos y viene a confirmar las positivas dotes literarias de su autor, colocado desde hace tiempo a la vanguardia del movimiento renovador de la poesía de nuestro ambiente.

Poesía y periodismo.

El poeta salteño Manuel J. Castilla, comenzó a trabajar en el diario, El Intransigente, en 1936, a sus dieciocho años de edad. El periódico de Michel Torino, lo empleó, primero en sus talleres gráficos, y con el tiempo, luego de oficiar como corrector y publicar algunas colaboraciones, lo tomó definitivamente en su redacción hacia 1945. Las primeras entregas corresponden a los días de las largas caminatas por la ciudad con su colega, el poeta Raúl Aráoz Anzoátegüi[15], y de la redacción de la página cultural que componían a cuatro manos, (a ella corresponde su columna Papel Picado y la, Greguería del Domingo); son los años decisivos del encuentro con el grupo llegado de Buenos Aires: Carybé, Gertrudis Chale, Raúl Brié[16] y Luis Preti[17]; del viaje a Bolivia con los títeres y “Pajita” García Bes[18]; los días de la exploración de una sensibilidad no ejercida hasta entonces en las artes del norte argentino; de las instantáneas del encuentro y manifiestos generacionales.  
La incorporación definitiva de Castilla, a la redacción, dataría a fines de 1945, ocupando el lugar que dejara vacante, Julio César Luzzatto[19]. Este primer período de sus años como redactor abarca el arco de su poesía que se tensa de su primera colección artesanal, Adolescencia, (ilustrada por el artista José Casto[20], y pagados sus veinte ejemplares por la mítica Mama Lola, y recuperado parcialmente en Agua de Lluvia), a la composición de Copajira[21]. Es el momento preciso en que el poeta sale al encuentro de los motivos sociales que ocuparán sus versos: la explotación en el ingenio, los indios del Chaco Salteño, el carnaval como refugio de la poca alegría. Esta etapa acaba con el cierre del diario y quizás pueda definirse un poco más allá en la línea del tiempo, mientras dura su participación en los boletines clandestinos. Son los años del apogeo y caída de los orejudos, de la Segunda Guerra Mundial, y de la emergencia del peronismo como razón transformadora.
Con la caída del gobierno justicialista y la consecuente reapertura del diario, podemos distinguir una segunda etapa profesional en Castilla, donde afianza su labor periodística y su presencia de bardo, (es en este momento cuando regulariza la producción de sus viñetas en forma y contenido, y descarta definitivamente su firma). Es la hora de la consagración literaria y de una febril actividad, a la que suma su trabajo en la Secretaría de Prensa, durante la intervención de Alejandro Lastra[22]. Los periódicos porteños han dado cuenta de su producción poética comentando sus primeros libros, ahora requerirán sus colaboraciones.
A partir de 1956, se afianza su presencia en los escenarios del folclore nacional; sus primeras canciones fueron escritas en la adolescencia y algunas ya eran conocidas, (la delicada Zamba del pañuelo, se sabe escrita antes de su ingreso a El Intransigente, y quizás fuera una de las razones para su incorporación). A partir de la década del cincuenta comienza a asumir una vehemente labor compositiva junto a destacados músicos. Lleva una prolífica tarea radiofónica, recordándose entre otros, el programa junto a Cesar Fermín Perdiguero[23], El canto cuenta su historia, cuya evolución del éter a los escenarios con los años tomará la forma de un proyecto cinematográfico que lo contará como uno de sus guionistas hacia 1976. 
A comienzos de los sesenta se dejará de requerir su presencia en la redacción pero no cejará en sostener una frecuencia de más de tres viñetas semanales, y tener a su cargo un conjunto de ediciones y suplementos del periódico.
El ciclo de esta colección culmina cuando el poeta obtuvo el premio Regional otorgado por la Dirección de Cultura de Salta, por Norte Adentro; y el Juan Carlos Dávalos, trienio 1958-60, por El Cielo Lejos; e inicia el registro de sus más de ochenta canciones, en la Sociedad Argentina de Autores y Compositores.

Hay en los comienzos de su tarea remunerada, entregas en forma de poemas y relatos de esporádica aparición hasta sostener una presencia continua en columnas regulares, (El ritmo de la ciudad, Estampas Callejeras y Apuntes Urbanos). Para este espacio produce lo que puede leerse como un registro del acontecimiento sensible. Esta escritura evoluciona con los años en la viñeta, El otro mundo de la ciudad. El futuro folclorista anida en su escritura la observación del hecho urbano y una nostalgia, que la ciudad quizás no comprenda del todo. En estas observaciones es posible reconocer un punto de vista móvil y privilegiado: el escriba de una sensibilidad social que anuncia y repasa. La figura del flaneo baudeleriano describiría los primeros años del joven periodista, pero sus endecasílabos no requieren esas impresiones poéticas ni su spleen[24], es para el diario las impresiones de una ciudad que está cambiando y con absoluta conciencia de lo que se está por perder.
Si en estas primeras crónicas se encuentran algunos motivos de su poesía: el azul, la lluvia, el vino; en la segunda época, fijará los asuntos sobre los que ha decidido escribir: los pueblos, la ciudad, sus oficios y memoria; sintetizará sus temas bajo una prosa emocionada.
Esa perspectiva nos remite al grupo de creadores que ha logrado una síntesis de ese procedimiento y que se reunió orgánicamente bajo el nombre de La Carpa[25]. El hecho de proponerse dar testimonio del hombre en su territorio decantando nativismos fue el eje de la convocatoria tucumana propiciada por Raúl Galán[26]. Esta reunión alentó un parricidio, en su manifiesto anunciaban: Tenemos conciencia de que en esta parte del país la Poesía comienza con nosotros. Ejerció su influencia hasta entrados los años cincuenta mientras duró el núcleo duro de la revista Tarja, en Jujuy, y la revista Zizayán, en Santiago del Estero. Manuel Castilla, no fue el artífice de su programa ni el adalid de su proclama, pero adhirió al llamado y participó espontáneamente de la experiencia[27]. Comparte con el grupo la intención literaria de tratar el paisaje urbano y el de la campaña, en momentos que la vida campesina se modifica y la frontera agrícola vacila por presión de las poblaciones, y asoma una incipiente mecanización del trabajo rural. La conformación de este grupo supone una ruptura en el orden formal de las expresiones artísticas y de las escrituras, particularmente en la poesía; con ellos se ingresa de forma tardía a un modernismo maduro y se renuevan contenidos. El grupo fue síntesis en lo artístico, de un emergente que pugnaba por expresarse a lo largo del tejido social; un movimiento cultural cuya propuesta involucró a creadores de todas las provincias del noroeste y actualizó cánones.
La pertenencia de Castilla, a una generación portadora del cambio, su arraigo a una comarca provinciana que aún conserva en su lengua arcaísmos e híbridos castellano-quechuas, y su participación en una vida social que pierde, rápidamente ritos y misterios, lo sitúan como protagonista de una época irrepetible en el norte argentino.

Leopoldo Teuco Castilla[28], ha expresado que su padre se refería a su labor periodística diciendo que esta, “le roba a la poesía”, y lo recuerda trabajando por las tardes y en una sentada escribir las viñetas de todo el mes. Esta quita o robo, que el trabajo hace de su poesía, puede observarse como el despojo que realiza el capital de una experiencia, de una explotación de subjetividad en la exacción de plusvalía. Lo que queda del poeta después de la faena es una sensibilidad expuesta a la intemperie de la ciudad; de su trabajo se beneficia la acumulación de un capital imaginario y el desarrollo económico de una empresa periodística. No se trata de un préstamo o entrega inocente, se trata de una quita o despojo material que exige la empresa y se traduce en trabajo.
Ahí, donde se espera encontrar en el periodismo la comunicación diferida de los sucesos y la súbita realización entre escritura y hechos, la poesía busca ahuecarse en un lenguaje precariamente perdurable del acontecimiento sensible.
En Castilla, se hace evidente que la relación existente entre poesía y periodismo se funda en una divergencia entre uso y función del tiempo en la escritura. El periodismo tiene una urgencia económica por apresar cierta regularidad de lectura; la escritura periodística queda en relación de dependencia con las fuerzas del mercado. A cambio, la escritura poética para realizarse necesita de un tiempo exento de urgencias para alcanzar su productividad, mientras todo en ella es improductivo. Esto puede entenderse como un desacuerdo radical entre Capitalismo y Poesía.
Es posible constatar que las empresas periodísticas consumen mano de obra literaria, que hay literatos que producen a destajo y a requerimiento de estas empresas. La participación de Castilla, siempre estuvo bajo la tutela y patrocinio del director del diario y descansaba sobre una confianza en la efectividad de su escritura, aún así no podemos dejar de observar obligaciones y una exigencia sobre las cualidades que debía asumir esta escritura. Entendemos que lo exigible a un poeta es conocimiento de la lengua escrita, una activa participación en el medio cultural local y un acuerdo estratégico con el medio para el cual se trabaja.
El periodismo “le roba poesía”, a Manuel Castilla, pero sobre todo le roba tiempo, la preciosa subjetividad que le concede el poeta a su tiempo; a cambio, Castilla entrega un texto moroso, reposado en la contemplación y hace de su columna un espacio textual dónde el tiempo se constituye en un remanso dentro de la vorágine informativa. Un margen despacioso al lado de la celeridad de los eventos. Su literatura en las páginas de El Intransigente, pareciera conservar el poder de la arbitrariedad total, en tanto la información y las noticias exigen al lector una enfática reducción a la realidad.
Si el lenguaje poético busca durar o cierta perpetuidad, el lenguaje referencial de la crónica está sometido a su propia caducidad: “nada hay más viejo que el diario del día anterior”, refiere el dicho preferido entre los escribas. Los periódicos poseían, y aún poseen en cierta medida, una combinatoria de datos económicos, políticos, comerciales, especulaciones deportivas y una dosis de informaciones varias, entre ellas algunas de carácter cultural o artístico; en algún momento se habrá pensado que debían conservar cierta disposición instructiva para con las masas, y allí los versificadores tuvieron su espacio entregando como colaboración un poema o una reseña bibliográfica, esta participación, a veces rentada, contribuía con esa pedagogía. Lo que puede observarse en Castilla, y que ejecutó para El Intransigente, es de una intensidad que supera su natural disposición literaria. Frecuenta esa instancia de educación del público en sus viñetas y en el retrato de situaciones y lugares que forman parte del paisaje urbano y sentimental salteño, tiñéndolas de lenta y cuidada pesadumbre.
Lo suyo no fue lo que hoy conocemos como periodismo cultural, esta especificación relativamente nueva necesita de periodistas informados en materia cultural y cuya especialidad serían las opiniones estéticas más o menos propias, la difusión de actividades artísticas y que bien podrían desempeñarse con relativo éxito en una entrevista con algún creador. La falsa erudición y el pedido de notas a terceros interesados en publicar, sería el lugar común de la especialidad.
Si bien en Castilla, se encuentran notas bibliográficas y hasta algún comentario cinematográfico no dejan de ser crónicas poéticas; las Aguasfuertes, de Roberto Arlt, para diario El Mundo, serían una referencia en este tipo de escritura, pero por su lirismo, son lo suficientemente optimistas como para diferenciarse de los cáusticos artículos porteños.  
Sus entregas para las distintas secciones del diario, las hay en policiales, deportes y hasta alguna necrológica, estuvieron matizadas por su particular percepción de los hechos. El tono sugestivo constituye a la suya, en una de las obras periodísticas más sugerentes de la literatura nacional[29].
Luego de su trabajo como corrector de pruebas, (hace algunos años en una conversación privada el poeta Jacobo Regen[30], nos aseguró: Yo también fui corruptor de pruebas), lo que se le ha requerido al poeta es su mirada apasionada, se le ha retribuido por ejercer su asombro tanto como su gramática. Es el dolor con el que sus ojos miraron, la herramienta que se pagó.

Melancolía instrumental.

En los años de incorporación de nuestro poeta a El Intransigente, este periódico contaba entre sus trabajadores, con Julio César Luzzatto, Antonio Nella Castro[31] y Julio Díaz Villalba[32]; es decir, un plantel de escritores con un probado dominio de la lengua escrita y un sólido conocimiento de la cultura en la cual sobrevivían. Cada tanto se les requería de su ingenio para la composición de versos ocasionales, a la par de sostener las páginas políticas y culturales; todos ellos poseían la inquietud y capacidad necesarias para interpelar la realidad, pero una empresa periodística no se sostiene conservando un fino estilo literario, sino en su habilidad para producir información. Los escritores nombrados, adhirieron en su momento al peronismo, no obstante esto conservaron sus puestos, (Luzzatto, dejará el diario después del 17 de octubre de 1945; y Díaz Villalba asumirá responsabilidades políticas dentro del movimiento), pero su conversión les restará responsabilidades en la redacción. Los tiempos exigían otros compromisos.
El diario tuvo especialistas en forjar cierta melancolía instrumental, escribas que narraran añoranzas, un gusto de letrado salteño que se ejercía con insistencia. A los ya nombrados, pueden agregarse los nombres de Perdiguero y Juan Carlos Dávalos[33], siempre dispuestos a realzar la memoria pública y el anecdotario; y ahora, el joven Castilla, cuyos escritos no dejan de conmover a los lectores. A fines de la década del cincuenta, el poeta Julio Espinoza, se suma a colaborar con esta fórmula, posee una destreza sólo comparable a la de Manuel Castilla, distinguiéndose de sus columnas a veces, sólo por la rubrica. Juntos producen un cóctel de meditada pesadumbre y provocada agonía en la búsqueda del tiempo perdido.
Un diario nacido a la luz de la lucha política salteña, ¿qué se propone al publicar estas consideraciones intempestivas? Notas tituladas como: “De la Salta de antes”, “La Salta de ayer”, “Estampas de la Salta de antaño”, “De otro tiempo”; producen con su lectura, la necesaria ralentización del fárrago informativo. Se presentan al lector como el rincón de color en las páginas del caótico acontecer. Puede pensarse que bajo esta inocencia de recuerdos, hay una negación del presente, una operación cultural de incalculable efecto social. Una maniobra pedagógica extraordinaria para reforzar un imaginario anclado en un pasado impreciso y maleable, al cual se le debe constante memoria, (a partir de 1957, la empresa de Michel Torino será la principal patrocinadora del programa radial, “Cochereando en el recuerdo”, producido por Perdiguero, cuando ya trabajaba para la redacción de, El Tribuno). Castilla, y los cronistas del diario abusan del lenguaje moroso y la deshora, realizan el prodigio de estirar el pensamiento en el lenguaje hasta fijarlo en un río inmóvil. Recrean una mitología y un espacio territorial a través de la memoria sensible; se identifican con lo que nombran tal como si fuese una contemplación meditativa, iniciática. Sus identidades se confunden, el estilo se traspone y usa. Juegan. Pasado y presente forman parte de la ficción del lenguaje, de las pausas que suscita la vida provinciana; allí abrevan los escribas del sosiego.
 En este afán retrospectivo, se sabe que la negación del presente permite siempre la posibilidad de reconstrucción del pasado, de adaptarlo a las exigencias del momento. Cuando la razón del político coincide con la fe del poeta, sus efectos son profundos y perdurables.
Si detrás del bosque opera el árbol para ocultar su presencia, puede decirse que el proyecto de Michel Torino, fue el de un radicalismo en desgraciada retirada. Sus aspiraciones políticas se ven truncadas por la aparición del peronismo y un largo pleito que divide la fortuna familiar; a la caída de Juan Domingo Perón, su salud lo mantiene en pié hasta 1960. No obstante, la operatoria semiótica se siguió utilizando, habiendo calado hondamente en el imaginario salteño con secuelas que hoy pueden observarse en instituciones ligeramente remozadas para acompañar la celeridad de las inversiones y actualizar plataformas políticas.

En el aura del poeta.

Esta colección de labor periodística de Manuel J. Castilla, reúne el ciclo romántico de su escritura profesional; su etapa de crecimiento y consolidación en esa actividad. Son los escritos de los años de formación del aura del poeta, quién ilumina una época y que la época iluminó en cada una de sus intervenciones. Los días en que absorbió para si todos los nombres del paisaje y se fue entregando a la cadencia de su voz, como si estuviera habitado por un rumor añoso que arrastra todo el asombro de las multitudes.
Hasta Joaquín Castellanos, el poeta salteño habría de entenderse como si perteneciera al mundo de los libros, de los salones literarios, miembro de una elite y portador de un idealismo que no duda en abrazar con igual pasión, política y literatura; con Juan Carlos Dávalos, se concibe la fundación de la comarca, la celebración de la experiencia, y expresa el dominio del idioma por sobre la lengua de una raza vencida; con Castilla, finalmente puede entenderse la manifestación del habla popular, crea un silencio inaugural y toma la senda dolorida que trasiega arte y vida.
El poeta forja su aura con todos los medios expresivos a su alcance; su palabra, concebida en la fragua del tiempo, expresa el gozo de la existencia sobre la tierra y una voluntad emancipatoria. Su extensa y única elegía, abarca la canción, los libros y la crónica; las empuja y mueve como el fruto incita la flor a su caída según el ardid de la naturaleza. El poeta no se distrae de la vida y aprovecha todo instante, en él todo es plenitud y derroche sensual. Su largo aliento e intensidad recrean la existencia sin olvidarse jamás de la muerte, porque hacia ella se dirige oblicuo todo el universo.
El espacio verbal de Castilla, contiene circunstancias sociales y geográficas con igual amplitud, y las coloca bajo la misma experiencia de la lengua desbordada. Toma posesión del territorio que habita, y comparte el pan infinito de alegrías y tristezas. Con cada lectura que se hace de sus versos, amanece nuevamente sobre los campos y los hornos abren sus bocazas calientes para que crezcan las horas de la conciencia. Evoca la quietud en un decir durativo, en un gasto sin condiciones de efectos lingüísticos.
La identificación del público con aquello que el poeta expresa es producto de un largo proceso de asimilaciones y decantaciones culturales; el poeta viene a nombrar lo que es de común conocimiento; hace que sus participaciones, tanto escritas como radiales, cosechen amplias adhesiones. Hombres y mujeres son una presencia inmanente e impostergable, el poeta los nombra tiernamente como si fueran el reclamo más viejo del mundo. Posee todos los requisitos mortales para encarnar la figura del vate pensativo y del grito americano.
Congrega a su alrededor todas las especies vegetales y animales del terruño, le pertenecen por posesión nominativa. Su literatura carece de sofisticaciones, no precisa de modelos externos para realizarse, siempre tiene un verso para las celebraciones o la congoja colectiva.
Los procedimientos de construcción del poeta son múltiples; Castilla, posee los medios necesarios para expandir su voz: en el éter no le falla la tonada y en los escenarios gravita sobre la expectativa de la audiencia para derramarse en manantial exuberante; en las páginas del periódico no necesita informar pero sí comunicarse.
Su canto se eleva como un árbol, cobijando coplas, que vuelca para su Salta natal, en ella se nutre, y con ella crece en canción apasionada. Por sus raíces sube la sabiduría con que lo alimenta la tierra; a su costado echa una sombra fresca, siempre joven; un ramaje alto sostiene un cielo de ojos zarcos que lo mira despaciosamente. Al final del día, luego de haber arropado los trinos de la memoria, mece alegre una rama verde al ocaso. Su voz, como de madera cansada, hace de la tarde un dolor cada vez más hondo que se cobija en un monte alucinado, no para olvidar, sino para gozar tristemente del recuerdo.
La canción, la poesía, el periodismo, sus programas radiales, sus recitales públicos, los festivales folclóricos, la grabación fonográfica de sus lecturas, la presentación de libros y exposiciones artísticas, la redacción de catálogos, conferencias, la confección de antologías y guiones, las observaciones de la crítica, la publicación de poemas en revistas y diarios, la publicidad de sus libros; son todas decididas intervenciones en el campo de la cultura y de las artes que pueden entenderse como multiplicadores de la palabra y constituyen su aura. Un halo que no otorgan la fama ni el renombre, miserias que el mercado ofrece, sino luminiscencia que inspira e ilumina el camino al encuentro con su pueblo.





Alejandro Morandini
San Ramón de la Nueva Orán, octubre de 2011




Breve reseña biográfica de Castilla.

Manuel José Castilla, nació en la provincia de Salta, en el pueblo de Cerrillos, el 14 de agosto del año 1918. Sus padres fueron Ricardo Anselmo Castilla, ferroviario, jefe de estación, y Juana Dolores Mendoza Diez Gómez, maestra y directora de escuela de dicha localidad. Concurrió a la Escuela Zorrilla; sus estudios secundarios resultaron incompletos, habiéndolos realizado en el Colegio Salesiano de la capital salteña. A sus 16 años editó veinte ejemplares de su primer libro, Adolescencia. A los 18 años ingresó en el diario El Intransigente, dónde cumplió tareas en los talleres gráficos, luego continuó como corrector y finalmente fue incorporado a la redacción; permaneció en dicha empresa hasta 1980.
Adhirió al grupo literario La Carpa e integró el grupo de promoción cultural Amigos del Arte. En 1945 se casó con María Catalina Raspa; tuvo dos hijos, Leopoldo, quién nació en 1947, y Gabriel, en 1951. Hacia 1950, funda junto a César Fermín Perdiguero, Jaime Dávalos y José Ríos, el colectivo artístico “Artidorio Creseri”, del cual desconocemos actividad. Trabajó como titiritero junto a Jaime Dávalos y Carlos Luis García Bes, durante los años de clausura del diario. Cumplió funciones en la Secretaría de Prensa de la Gobernación entre 1955 y 1956. En 1973 la Universidad Nacional de Salta, le otorgó el título de Doctor Honoris Causa. Entre 1972 y 1974, fue asesor de cultura para el gobierno de la provincia. A partir de 1976 y hasta su jubilación fue Director de la Biblioteca Provincial, Victorino de la Plaza.
Escribió más de 80 canciones junto a destacados músicos de la época, entre quienes se cuentan, Gustavo Cuchi Leguizamón; Eduardo Madeo; Eduardo Falú; Rolando Valladares; Abel Mónico Saravia; Cayetano Saluzzi; Fernando Arnedo; Gustavo Adolfo El Payo Solá; Fernando Portal y Nicolás Lamadrid.
En poesía publicó: Agua de lluvia, Tucumán, 1941; Luna Muerta, Ediciones  Schapire, Buenos Aires, 1944; La Niebla y El Árbol, Ediciones La Carpa, Salta, 1946; Copajira, Ediciones Amigos del Arte, Salta, 1949; La Tierra de uno, Ediciones Amigos del Arte, Salta, 1951; Norte Adentro, Ediciones El Estudiante, Salta, 1954; De Solo Estar, Ediciones El Estudiante, Salta, 1957 y Burnichón Editor, Salta, 1957; El Cielo Lejos, Burnichón Editor, Salta, 1959; Bajo Las Lentas Nubes, Burnichón Editor, Buenos Aires, 1963; Posesión Entre Pájaros, Burnichón Editor, Salta, 1966; Andenes al Ocaso, Bartolomé Salas Editor, Salta, 1967; El Verde Vuelve, Burnichón Editor, Salta, 1970; Cantos Del Gozante, Ediciones Buenamontaña, San Salvador de Jujuy, 1972; Triste De La Lluvia, Bartolomé Salas Editor, San Salvador de Jujuy, 1977.
Obtuvo entre otras distinciones: El Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, 1973; Primer Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de la Nación, correspondiente al trienio 1970-72 y el Primer Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de la Nación, correspondiente al trienio 1973-75.
Murió en la ciudad de Salta, el 19 de julio del año 1980.



Referencias bibliográficas.

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Archivos consultados.

Para esta investigación se consultó, Colección El Intransigente, bajo custodia de la Biblioteca de la Universidad Católica de Salta; el Archivo Histórico de la Provincia de Salta y la Biblioteca Privada “J. Armando Caro”, de la localidad de Cerrillos.
Se han sostenido entrevistas con Andrés Mendieta, Néstor Quintana, Raúl Aráoz Anzoátegüi y Leopoldo Castilla; estas, tanto como la totalidad de la investigación (más de 2.200 archivos de imágenes digitales), y el informe final se encuentran depositados en la Biblioteca del Fondo Nacional de las Artes, con el nombre de, “Compilación, análisis y sistematización de los artículos periodísticos escritos por Manuel J. Castilla, de 1939 a 1960”. 
La lectura de archivos comenzó a fines de 2001, mientras tomaba notas para el artículo “Castilla, cerca de la Revolución”, publicado en el periódico cultural, CLAVES, en abril de 2002, y continuó en 2008, con la obtención de la Beca para Escritores y Artistas del Interior.
No se han detectado otras colaboraciones de Manuel J. Castilla, en periódicos salteños dentro del período aquí reunido; para ello se revisaron en la Universidad Católica de Salta, la colección de diarios El Norte; La Provincia y El Tribuno.
La colección, incompleta, de los periódicos metropolitanos conservados en la provincia, fue revisada someramente.



[1]  Sobre los primeros años de Castilla en El Intransigente, veasé: Raúl Aráoz Anzoátegüi, Importancia de la poesía de Manuel J. Castilla, en el diario “La Provincia”, de Salta, 25 de octubre de 1942. Entre los papeles privados de la profesora Alicia Chibán, depositados en la Biblioteca “J. Armando Caro”, se encuentran, entre otras fotocopias de textos dedicados al autor, unas hojas de Alfredo Roggiano, Seis poetas del norte argentino, de la revista tucumana, Norte, el 6 de abril de 1954, señala en una nota al pié: “Castilla y Áraoz Anzoátegüi se conocieron en 1940, y desde entonces los une la más leal y noble amistad. Ese año comenzaron a publicar ambos en “El Intransigente”, de Salta. Un estudio de la poesía de Salta deberá precisar fechas, influencias mutuas, etc., para establecer el verdadero patrimonio de cada uno.”
[2] En el artículo de presentación se leían frases tan respetables como estas: “Amparar la libertad, batir los abusos y preocupaciones insostenibles y seguir los pasos de los nuevos estados americanos en su expectables y grandiosa carrera, forma el primer objeto del plan de este periódico.”
[3] Poeta y gobernador de la provincia de Salta . 1861 – 1932. Autor del celebre poema El Borracho. Publicó entre otros títulos: Viejos y nuevos poemas, El Limbo y Güemes ante la historia. En 1951 se editaron El Temulento y siete poemas inéditos, con epilogo de Castilla.
[4] Director y fundador de El Intransigente. Nació en Cafayate, provincia de Salta, el 7 de enero de 1888. Industrial vitivinícola y ganadero, fue hijo de David Michel y Gabriela Torino. Curso estudios de medicina en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires. Fue diputado a la Legislatura de la Provincia de Salta, entre los años 1918 a 1922, y entre 1932 y 1936; presidente de la bolsa de comercio durante 15 años; dirigió el Club Gimnasia y Tiro de esa ciudad.Militante desde su juventud en la Unión Cívica Radical, partido del cual ya participaban otros miembros de su familia. En 1953 publicó en Montevideo, Desde mi celda, (Historia de una Infamia).
[5] Pintora, nacida en Viena. 1898 – 1954. Radicada en la Argentina desde 1934, acompañó al grupo de artistas que se instalaron en Salta en la década del 40. Ejerció una importante influencia estética en Castilla.
[6] Héctor Bernabó, artista plástico, 1911 - 1997. Según Jorge Amado, Orixá,fundador de Bahía. Recorrió junto a Castilla, la puna salto-jujeña y la rivera chaqueña del Pilcomayo, acompañados de un infatigable grupo de amigos y artistas.
[7] Politico radical y editor en la clandestinidad de El Boletín Intransigente. Visitaba a Michel Torino en su detención en la cárcel de Villa las Rosas. Era el encargado de retirar de la celda los escritos para las hojas de lucha.
[8] Salta, 1933. Trabajó como periodista en varios medios locales desde 1954. Fue director de prensa y difusión de la provincia en 1981; intendente de la ciudad  de Salta, de 1982 a 1983.  Diputado provincial  por la Unión Civica Radical, de 1985 a 1989.
[9] Comenzó su carrera periodística en El Intransigente en 1955. Fue corresponsal de varios medios porteños.
[10] Periodista salteño, se incorporó a la redacción en 1946, habiendo realizado para el diario, viajes por Bolivia, Chile y Perú. Fue legislador provincial y funcionario del gobierno provincial de Bernardino Biella.
[11] Poeta salteño nacido en Catamarca, en 1930. Autor de un delicado cancionero folclórico; conserva en su memoria el tesoro de la copla salteña. Amigo personal de Castilla. Escribió entre otras destacadas obras, Cartas a mi casa (1963), y Coplas del Arenal, (1972).
[12] Poeta salteño; compositor de la Vidala para mi sombra. Escribió para El Intransigente, una viñeta de tono poético en las décadas del 50 y los 60. Falleció.
[13] Poeta. Sus amigos lo recuerdan como Holver, y lo hacen emocionadamente. Su producción intelectual abarca obras de carácter jurídico, filosófico y estético. Fue rector de la Universidad Nacional de Salta. Murió en el exilio.
[14] Es el periódico de más larga duración en la ciudad de Salta. Propiedad de la familia Romero, luego de un controvertido e histórico proceso judicial; por su redacción pasaron ya, más de tres generaciones de periodistas y escritores salteños.
[15] Poeta salteño, 1923 – 2011. Fue uno de los fundadores del movimiento “La Carpa”. Compartió con Castilla los primeros años del periodismo.
[16] Llegó a Salta en 1942, junto a los hermanos Bernabó y Gertrudis Chale, se desempeñó como docente en la Escuela de Bellas Artes. Colaboró en El Intransigente con notas enviadas desde la región del chaco. Murió en Madrid, en 1983.
[17] Pintor salteño nacido en Buenos Aires, 1912 – 1993. Ejerció la docencia en la Escuela Provincial de Bellas Artes, Tomás Cabrera. Obtuvo numerosos premios provinciales y nacionales. Cultivó la amistad con Castilla, con quién realizó numerosos viajes  por la cuenca del río Bermejo.
[18] Salta, 1914 – 1978. Se destacan de su arte el diseño y realización de tapices. Creó y dirigió la Escuela de Bellas Artes. Fue Director de Cultura de la provincia e integrante de la Academia Nacional de Bellas Artes como delegado por Salta.
[19] Poeta salteño, 1915 – 2000. Autor de los romances a la figura del héroe gaucho, Martín Miguel de Güemes. Además de ocuparse de la épica y de la lirica, fue un activo cronista de El Intransigente.
[20] Grabador y dibujante salteño, 1910 - 1972. Amigo personal de Castilla, colaboró tempranamente con el desarrollo artístico del poeta.
[21] Poemario dedicado a los mineros de Oruro y Potosí. Libro esencial de la poesía social americana.  Editado en 1949.
[22] Interventor de la llamada Revolución Libertadora. Entre otros integrantes de su gabinete salteño actuó José Alfredo Martínez de Hoz.
[23] Escritor salteño, copioso autor periodístico, célebre conductor radial. Publicó entre otras historias populares, Calixto Gauna, (1953) y Cosas de la Salta de Antes, (1954). Colega y amigo de Castilla.
[24] La vaguedad, la incertidumbre y la digresión, se oponen a la desazón deliberada que esgrime en su poesía, a esa suerte de certeza en la que se tensa su invocación poética.
[25] A propósito de la incorporación de Castilla al grupo La Carpa, escribe el poeta Raúl Galán en, La exhaltación de lo argentino en las obras de Manuel J. Castilla-(El Mundo,  4/1/1958): “Castilla integró, a partir de 1944, el grupo de poetas de “La Carpa”, a cuya “Muestra Colectiva”, entregó un puñado de poemas que fueron anuncio inequívoco de la luminosa madurez que hoy le convierte sin disputa en uno de los valores más auténticos de la poesía argentina. Con invariable fidelidad a los propósitos enunciados por el grupo, brinda ahora en la plenitud de su obra la mejor prueba de la validez de aquellos principios que aludían a la necesidad de restituir a la poesía su condición de canto, de fraterno llamado al espíritu del prójimo, para celebrar la aventura del hombre sobre la tierra que es su pedestal y su nodriza.”
[26] Poeta jujeño, 1913 – 1963. Creador del movimiento literario regional “La Carpa”. Autor de Se me ha perdido una niña, y  Ahora o nunca, entre otros libros.
[27] En la revista cultural Ángulo, creada y sostenida junto a Pajita García Bes y Raúl Brié, Castilla publica el manifiesto fundacional de La Carpa, redactado por Galán.
[28] Poeta salteño, 1947. Recibió numerosos premios nacionales e internacionales. Como antólogo editó Nueva Poesía argentina, (Hiperión, 1987), y Poesía argentina actual, (Siesta, 1988). De su prolífica labor poética se destacan Bambú (2004), El Amanecido (2005) y Manada (2009).
[29] En el norte argentino, su tarea puede compararse en su intensidad e inspiración, a la ejecutada por su colega, Néstor Groppa; escritor jujeño nacido en Laboulaye, Córdoba; autor entre otros títulos de Anuarios, reunión de sus crónicas periodísticas entre 1960 y 1996. Amigo personal de Castilla. Ejerció una notable influencia en la literatura contemporánea jujeña. Falleció en 2011.
[30] Poeta salteño, 1935. Publicó Seis Poemas, (1962); Canción del ángel, (1964) y Umbroso Mundo, (1971).
[31] Escritor salteño. Trabajó desde la década del 30 en El Intransigente. En 1970 apareció su novela El Ratón, (Primer Premio Planeta, 1969). En 1973 la Sociedad Argentina de Escritores lo distinguió con su faja de Honor por el libro Baguala solamente.
[32] Poeta, periodista y político salteño. Llegó a ocupar interinamente y en repetidas ocasiones el cargo de Gobernador. Es autor, entre otros tantos, del libro de coplas, Casos del coya Martín Bustamante, (1963).
[33] Escritor salteño, 1887 – 1959. Escribió numerosos libros destacándose en prosa El viento blanco, (1922); Los buscadores de oro, (1930); La Venus de los barriales, (1941), y sus Ensayos Biológicos, (1941). Colaboró con El Intransigente durante 30 años. Es considerado patriarca de las letras salteñas.