martes, 5 de febrero de 2013

Una visión en el campamento al alba gris y confusa

(Versión de 
A sight in camp in the daybreak gray and dim,
de Walt Whitman)

para @aileenelkadi


Una visión en el campamento al alba gris y confusa;
Al salir desvelado de la carpa,
Caminando lentamente en medio del aire fresco por la senda que
pasa junto al hospital de campaña,/
Veo tres formas que yacen sobre camillas; dejadas ahí, 
Abandonadas al descuido./
Sobre cada una han echado una amplia manta de lana parda,
Una manta gris y pesada que los cubre por entero.

Me quedo de pie contemplando en silencio, curioso;
Luego con leves dedos quito la manta del rostro más cercano;
¿Quién eres anciano, tan demacrado y taciturno, ceniciento,
de carnosas ojeras alrededor de tus ojos?/
¿Quién eres querido camarada?

Luego voy hacia el segundo. ¿Y tú, quién eres, querido niño?
¿Quién eres, dulce muchacho de mejillas aún encendidas?

Luego, el tercero: una cara ni niña ni vieja, serena,
parece hecha de un hermoso marfil blanco amarillento;/
Amigo, creo conocerte. Creo que es el rostro del Cristo, propiamente;
Muerto divino, hermano de todos; aquí, nuevamente yaces.
















A sight in camp in the daybreak gray and dim,
As from my tent I emerge so early sleepless,
As slow I walk in the cool fresh air the path near by the hospital tent,
Three forms I see on stretchers lying, brought out there untended lying,
Over each the blanket spread, ample brownish woolen blanket,
Gray and heavy blanket, folding, covering all.

Curious I halt and silent stand,
Then with light fingers I from the face of the nearest the first
just lift the blanket;
Who are you elderly man so gaunt and grim, with well-gray'd hair,
and flesh all sunken about the eyes?
Who are you my dear comrade?

Then to the second I step--and who are you my child and darling?
Who are you sweet boy with cheeks yet blooming?
Then to the third--a face nor child nor old, very calm, as of 
beautiful yellow-white ivory; 
Young man I think I know you--I think this face is the face of the 
Christ himself,
Dead and divine and brother of all, and here again he lies.





domingo, 3 de febrero de 2013

Visión del artillero

Versión de The Artilleryman’s Vision, de Walt Whitman

para @gguerber


Mientras mi esposa duerme junto a mí, cuando han acabado las guerras,
Y mi cabeza sobre una almohada hace tiempo que descansa en el hogar, y la medianoche vacía sucede,/
Y en la quietud, a través de la oscuridad, oigo, apenas oigo, respirar al niño;
Allí en mi habitación, en el desvelado sueño una visión me oprime;
El irreal combate comienza en la fantasía,
Empiezan los escaramuzas. Se arrastran, avanzan  cautamente. Oigo disparos intermitentes,
Oigo diversos disparos, el zumbido corto fiú! fiú! de las balas del rifle,
Veo explotar las granadas, que dejan una pequeña nube blanca, oigo el quejido del mortero
al pasar,/
La ráfaga de metralla castiga como un viento atravesando el bosque,
(ahora la batalla arrecia, tumultuosa);
Una y otra vez todas las escenas y poses en las baterías se me presentan en detalle,
El estruendo y el humo, los hombres orgullosos junto a sus piezas,
El jefe de artilleros escoge la mecha apropiada, prepara y apunta,
Después del disparo lo veo hacerse a un lado, ansioso por ver sus efectos;
Desde algún lugar me llega el grito de un regimiento cargando. (Esta vez el joven coronel
los encabeza blandiendo la espada),
Veo los claros abiertos por las descargas enemigas (que son cubiertos sin demora),
Respiro el humo sofocante, después una espesa neblina
oculta todo;/
Ahora una extraña pausa, por unos segundos ningún bando dispara;
Después reinicia el caos, más confuso que nunca, con oficiales ansiosos que  
vociferan ordenes,/
Mientras desde la lejanía el viento trae aplausos y ovaciones, (algún suceso especial),
Y siempre el sonido de los cañones cerca o lejos, (que aún en sueños provoca una diabólica exaltación y despierta mi vieja y demente alegría),
Y siempre el apuro de la infantería con la escuadra cambiando de posición; la caballería
se mueve de acá para allá,/
(Los que caen y mueren no son objeto de mi atención, ni los heridos bañados en sangre, algunos cojean hasta la retaguardia);/
Cenizas, desconcierto; la temeridad  de los edecanes que pasan al trote o galopando
Entre detonaciones de armas cortas y la advertencia que lleva el ssst de los rifles
(es lo que en mi visión escucho y veo),
Obuses que revientan en el aire, y por las noches son cohetes multicolores.















While my wife at my side lies slumbering, and the wars are over long,
And my head on the pillow rests at home, and the vacant midnight passes,
And through the stillness, through the dark, I hear, just hear, the
breath of my infant,
There in the room as I wake from sleep this vision presses upon me;
The engagement opens there and then in fantasy unreal,
The skirmishers begin, they crawl cautiously ahead, I hear the
irregular snap! snap!
I hear the sounds of the different missiles, the short t-h-t! t-h-t!
of the rifle-balls,
I see the shells exploding leaving small white clouds, I hear the
great shells shrieking as they pass,
The grape like the hum and whirr of wind through the trees,
(tumultuous now the contest rages,)
All the scenes at the batteries rise in detail before me again,
The crashing and smoking, the pride of the men in their pieces,
The chief-gunner ranges and sights his piece and selects a fuse of
the right time,
After firing I see him lean aside and look eagerly off to note the effect;
Elsewhere I hear the cry of a regiment charging, (the young colonel
leads himself this time with brandish'd sword,)
I see the gaps cut by the enemy's volleys, (quickly fill'd up, no delay,)
I breathe the suffocating smoke, then the flat clouds hover low
concealing all;
Now a strange lull for a few seconds, not a shot fired on either side,
Then resumed the chaos louder than ever, with eager calls and
orders of officers,
While from some distant part of the field the wind wafts to my ears
a shout of applause, (some special success,)
And ever the sound of the cannon far or near, (rousing even in
dreams a devilish exultation and all the old mad joy in the
depths of my soul,)
And ever the hastening of infantry shifting positions, batteries,
cavalry, moving hither and thither,
(The falling, dying, I heed not, the wounded dripping and red
heed not, some to the rear are hobbling,)
Grime, heat, rush, aide-de-camps galloping by or on a full run,
With the patter of small arms, the warning s-s-t of the rifles,
(these in my vision I hear or see,)
And bombs bursting in air, and at night the vari-color'd rockets.







lunes, 10 de diciembre de 2012

León Felipe en Salta o apuntes sobre la Libertad
























Cuando leo la biografía de un personaje famoso
me pregunto sorprendido:
Pero ¿a esto llama el autor la vida de un hombre?
¿Y así escribirán la mía cuando yo me haya ido?
(¡Como si alguien supiese, en realidad, algo de mi!)
¡Yo mismo sé tan poco de mi vida!
Sólo algunos destellos…
fugas inesperadas
que yo me afano en perseguir…”.  Walt Whitman

En un mundo gobernado por las apariencias el poeta puede tener gestos recios. Con absoluto dominio de sí y en pleno ejercicio de la poesía, el poeta puede reducir la realidad a un movimiento y afirmar con soberbia un recurso de la lengua para dar por concluida su creación. Como si todo fuera una cuestión de actuar para las expectativas ajenas. Así entendí a León Felipe, cuando leí sus poemas en libros que guardé en un estante hace años y que llamé “los americanos”, (Whitman, Neruda, Lorca, Felipe, Ginsberg, Castilla, Cardenal, Blas de Otero, Vallejo, Machado y Hernández). Entiendo que sus afirmaciones severas y en ocasiones, reiterativas, lucen por su improcedencia: “El día que los pueblos sean libres/la política será una canción”, sería el ejemplo más notorio de estas aseveraciones instintivas e inútiles. Estos versos puestos en el prólogo a su versión de El canto a mi mismo, han sido repetidos en los escenarios folclóricos y en las aulas como un principio de fe. La confianza depositada en la consigna hace que la misma resuene tan clara que haga inútil todo análisis. Recubre una complejidad que ubica a la política en el lugar del mal; se la repite con convicción, liberado del mal el hombre recobraría su estado de gracia natural. Aunque sabemos que carente de política el hombre apenas sobreviviría como un ilustre mamífero, aplaudimos el simpático lema. La imposible Libertad aflige al poeta cuando convierte el dolor de su ausencia en canto; enjuaga lágrimas, redime al Hombre. El poeta ejecuta acciones todas exageradamente espontáneas pero curiosamente necesarias.














Al publicano le toco hablar cuando ya toda España había hablado y cuando las cosas españolas humeaban todavía, calcinadas, por que también ellas habían hablado. Entonces la voz de Felipe tronó; se le llamó poeta prometeico y se lo escuchó en los barcos que regresaban a la América. En España dejó una insignia clavada en la lengua para dar batalla en la memoria. Su palabra se musitó como pan en la ansiedad de las bodegas.

¿Porque habéis dicho todos
que en España hay dos bandos,
si aquí no hay más que polvos?

Pero el lenguaje no puede abarcar esa instancia de desgarro, o sí, pero nunca será el propio dolor; en esos menesteres el poeta se expresará cantando: un artificio que se completa en el oído de sus lectores. Hay un pacto originario que sostiene todas estas imposturas entre el poeta y su público, asociados ambos por necesidades intercambiables. Sólo una confianza ciega en la existencia y en los sentidos del otro puede procurarle al lector una precaria sensación de Libertad.
El misterio de la Libertad se aposenta entre el rumiar constante de la naturaleza y la ligazón vital con el otro, (es la evanescente Libertad para la Liberación la que se presiente tras los versos del poeta). Quizás el Marqués de Sade pudo concebir una literatura semejante en intención, al proclamar una Libertad Instrumental concebida exclusivamente para el goce. Los hombres han sido crueles con Sade, de alguna forma se las han arreglado para que su nombre viva en el fondo de una prisión, así como condenaron a la intemperie de los escenarios los versos del poeta Felipe. Ambos, siempre solos, bajo los spots o en la sombra están como esperando el futuro… pero no podemos disgregar más en equívocas disquisiciones, que siendo literarias, nos obligan a trazar vanas estrategias, falsas conmiseraciones y arriesgados cálculos en la conquista de territorios inexistentes.


Firme, erguido, sereno,
con la lengua en silencio,
los ojos en sus cuencas
y en su lugar los huesos.

Ya eran las ocho de la noche del viernes 27 de febrero de 1948, cuando el poeta León Felipe, cruzó el salón del Hotel Salta ovacionado por un público que lo recibió de pié. La demora había mantenido la  expectativa entre los salteños. El poeta venía de un largo y accidentado viaje, la ciudad norteña le serviría por unos días de descanso a la vera del infinito camino. Atrás quedaban Chile, Buenos Aires, las provincias argentinas, y más atrás aún Colombia, Venezuela, Brasil y más aún México, Panamá y la Guerra, todas sus guerras. Había titulado a su exposición, ¿Quién soy yo? Fue presentado por Francisco Álvarez Leguizamón, que siempre según la prensa, se dirigió al auditorio con frases acertadas acerca de la misión y personalidad de León Felipe. La reunión había sido gestionada por la asociación “Amigos del Arte”. Ante un salón colmado, el poeta se explayó sobre su vida, el canto, la realidad que le toco transitar y de su fe en la poesía, (Álvarez, treinta años después, recordará una frase en su Clave de Libertad: “la religión es una gran poesía, la biblia el romancero de los pueblos antiguos”, así como suya es la afirmación de que los pueblos se acercan unos a otros por sus poetas).  
Felipe habló del camino elegido, recitó versos propios y ajenos; no cuesta imaginarlo años después en el D.F. conversando con un joven médico argentino de zapatos gastados, en algún bar de Insurgentes, proveyendo poemas y nombres de anarquistas.
Los archivos periodísticos anuncian y reseñan su presentación en el Teatro Alberdi, y una reunión social ocurrida el lunes 1º, en “La Madrileña”. Los periódicos también reproducen una carta enviada hacia fines de marzo por un corresponsal de su público jujeño.
De aquellos días se recuerda muy poco, como ese afán de ilustrado salteño que presume de recuerdos que no conservan nada. Existe la anécdota que refiere a Felipe esperando al “Cuchi” Leguizamón,  en las escalinatas de la Catedral; ante la demora del músico en acudir a la cita, el poeta atinó preguntar a un vacilante Raúl Aráoz: “¿No habéis visto a ese a quién vosotros llamáis, El Cerdo?”. También se recuerda que el doctor Austerlitz lo acompañó a una comida junto a artistas locales, en una quinta ubicada en la Recta de Cánepa.
El encuentro en el Teatro Alberdi sería sin dudas la presentación que quedará para la posteridad;  la lectura en el Hotel no había dejado de ser una presentación para socios, familiares, invitados y amigos de la entidad promotora. En la presentación del domingo se encontraría con Juan Carlos Dávalos, y el público grande salteño; sabría de un joven Manuel Castilla en viaje, recorriendo el Perú o la próxima Bolivia, (o quizás no lo supo y jamás imaginó el encuentro, ¿por qué debían encontrarse?), imposible de recobrar los pensamientos siquiera lo de las tardes fumando en la habitación del hotel bajo las lentas aspas del ventilador.
Las crónicas de El Intransigente refieren que aquella mañana de domingo el Teatro Alberdi desbordaba y que el poeta León Felipe fue introducido a la multitud por el doctor Gustavo Leguizamón, con estas palabras:
Me han conferido el honor de presentarles al grande León Felipe. Allí está.
Le ha traído el viento y es el propietario de la canción y el salmo. Es más americano que nosotros, porque conoce nuestra historia grande.
Desde su verbo, se elevan la canción total del hombre y la idea del Dios imprescindible. Va por el mundo vertical, definitivo, desnudo y ha construido ya todas las retóricas. El ritmo de su sangre ha inaugurado su poética, nacida para la recuperación de los valores permanentes.
No sabe quién es ni a dónde va. Su ruta es una estela de ademanes y profecías. Su rumbo, el destino del hombre.
Así ha transitado los caminos, contando su historia a los hombres, los pájaros y los árboles. Lleva una nueva dimensión en su palabra, porque conoce la medida del hombre.
El viento que hoy le ha traído a este proscenio es el mismo que lleva su palabra sobre la inmensidad de América adolescente, fecundada por gracia de la historia poética con la mejor semilla del destino. Con ustedes el hombre. Allí tenéis al poeta”.

El hijo del notario de Tábara, nacido en 1884, boticario de profesión, abrazó en la temprana juventud un destino de poeta. Recorrió la España reseca de principios del siglo XX como artista ambulante. Dicen que en Madrid vivió una bohemia prostibularia; durmió con los mendigos en los lupanares con la cabeza apoyada en las sogas que ponían de noche y quitaban de las bancas en la madrugada. Recibió limosnas; estuvo cuatro años preso por estafas y cuando salió de prisión escribió su primer libro, Versos y caminos del caminante; en 1919 leyó ese libro en el Ateneo de Madrid y después se embarcó a Nueva Guinea, donde vivió tres años en los hospitales coloniales de las islas del estuario del río Muni. Volvió a Europa para dirigirse raudamente a América. En México se dedicó a la enseñanza de la literatura española y en Veracruz trabajó como bibliotecario. Fue agregado cultural en la embajada de la España Republicana; allí conoció a Berta Gamboa, con quién contrajo matrimonio y se radicó en Estados Unidos. En su estancia universitaria comenzó las traducciones a Waldo Frank y Walt Whitman. Volvió a España en 1931 y 1934. Publicó en Norteamérica su poema Drop a Star; a comienzos de la Guerra Civil se trasladó a Madrid; se despidió de América con el artículo Goodbye, Panamá, donde anuncia la necesidad de enfrentarse a los enemigos de la República en todos los terrenos. Pasa sus días de guerra entre Madrid, Valencia y Barcelona. Cuando cae Málaga, compone su poema Insignia. Cuando finalmente cae la República, se exilia en Francia y luego pasa a La Habana; en el viaje compone sus libros, El payaso de las bofetadas y Pescador de caña. Se radicó nuevamente en México junto a los emigrados españoles. Son los años en que compone El gran responsable; El hacha; Español del éxodo y del llanto; Parábola y Poesía; Ganarás la luz, y da a conocer su paráfrasis al Canto a mi mismo. Entre 1946 y 1948 viaja por América del Sur; es a comienzos de ese último año que llega a Salta. El poemario salteño Copajira, de 1949 se inicia bajo su invocación libertaria.

El lunes 1 de marzo de 1948, El Intransigente publicó una reseña de Juan Carlos Dávalos, a propósito de la presentación del poeta en el teatro:
El público que llenaba literalmente ayer a las once la sala del Alberdi escuchó con el alma en vilo la magnifica disertación que el poeta León Felipe leyó en unas páginas que, contra lo que suele ocurrir cuando se  lee desde el primer momento dieron a los oyentes la impresión de que se hallaban ante un maestro de la elocución y el pensamientos modernos... poeta no oficial, ni político, ni retórico, ni utilitarista, sino de inspiración profética, optimista, y humanista… el escritor trazó con fervor el gigantesco retrato de Walt Whitman, genial apóstol norteamericano del hombre del futuro… el primero que creyó… en la redención de la humanidad por obra del amor y no por el odio, por influencia de la fraternidad democrática y no por la brutalidad de la fuerza al servicio de los déspotas… En nuestra humilde opinión se equivocan los que atribuyen al poeta español León Felipe, el estar influenciado en su credo lírico por las ideas anticatólicas y antireligiosas de Federico Nietzsche, el inventor del superhombre; como si el alto pensamiento español renacentista no hubiera tenido representantes tan dignos de formar escuela  como Vives y Ganivet, como Galdós y Unamuno, como Cervantes y Quevedo. La voz de León Felipe, grande y altruista como el espíritu ecuménico de España, proviene pues, de su jerarquía, su cordialidad y su poder expansivo: es hoy una voz contemporánea de la energía atómica: pero no de una violencia anárquica y desaforada… sino de un encendido y poderoso fervor y confianza en la ingénita bondad del hombre común… un llamamiento cálido a los mejores sentimientos de la recua doliente; y se dirige no a los dogmáticos y poderosos, sino a los humildes, que son los más en este pícaro mundo, y por eso merecen desde hace siglos, el desvelo incansable de los sabios y de los generosos… Expuso el orador en abundante y lírico lenguaje unas ideas acerca del terror a la muerte, que domina a los hombres, y que como sabemos, es la fuente de muchas creencias falaces e inconsistentes… No decayó, en resumen, ni por un instante el interés filosófico de la conferencia, ni menos su majestuosa elocuencia lírica, pocas veces, hasta hoy, superada en nuestros medios intelectuales; por lo cual los auspiciantes de este acto cultural merecen también un aplauso”.



















Sin la fortuna que dan las circunstancias políticas o la atención de la crítica, Felipe hizo poesía con voz elocuente, combativa. Su obra debió convivir junto a la de la fabulosa Generación del 27, y con los resabios de la del 98 y debió ser el primer escritor en incomodarse ante esa forma de acoso que son las determinantes generacionales y la casuística de las cronologías; tuvo el mérito de no pertenecer a ningún grupo y de no formar parte de la cultura oficial de su tiempo. Su adhesión a La República, tanto como su carácter lo alejaron de las posturas estéticas que se desarrollaron en la península ibérica gobernada por el franquismo. Su grito fue acunado en América. Juan Ramón Jiménez, alcanzó a decir de él, que quizás era “el mejor de los poetas menores”; Dámaso Alonso no le dedica ni una sola línea en su célebre Poetas Españoles Contemporáneos. Una omisión deliberada, pensada para ocultar una estética perpendicular a la geometría trazada en los cenáculos. Su obra poética, su mística invocación a la política, no sedujo a los pares;  buscó al hombre común, lo editó Lozada. Octavio Paz respondió a la prensa alguna vez, diciendo que “Ganarás la Luz, es un buen libro pero no es poesía”. Al profeta había que ofenderlo y dejarlo solo. Felipe desarrolló palabra y acción en una dirección, y eso lo alejó de cualquier observación que pudiera realizarse sobre el estado del arte.
Con entusiasmo de hondero lanzó su palabra como una piedra que atraviesa luchas fratricidas bajo un cielo de mercaderes y bufones. Sus amigos lo tuvieron más presente que los exégetas literarios. Fue acogido y adorado en el destierro. Su piedra de sal perdura esparcida en el cancionero americano. En España, fue tratado como un poeta de segunda categoría; sin discípulos, elegíaco y sin audiencia, en la Vieja Europa se lo olvidó rápidamente. Arraigó en América; aquí se lo leyó y se editaron sus obras completas; por su mano se divulgó a Whitman, más aún que por mano de Martí o de Borges. Llegó en una particular hora continental; se lo tuvo por un Quijote, aunque prefirió reconocerse más en Rocinante que en el héroe barbado. “Mi oficio es este de escuchar latidos y temblores: de hombres, pueblos y estrellas”. Con él, el español grita, susurra, mata y también cree en un dios.
Su voz quizás no estuvo hecha para el canto, sino para el grito, quizás lo supo y se impuso una sola empresa: “vencer ese perro negro de la injusticia. Porque mientras él esté allí, tumbado en la luz, todos los poemas del mundo tendrán una verruga violácea en la frente”. Esa es la función que entendió debía cumplir como artista. “Esta es mi estética, vieja y perdurable aún. Vieja porque fue escrita antes de la tragedia actual del mundo, y perdurable porque dentro de las tinieblas de esta tragedia me sigue pareciendo la única: la estética de un barco perdido entre la niebla. Hoy más que nunca es para mí la poesía fuego organizado, señal, llamada y llamarada de naufragio. Todo buen combustible es material poético excelente.”

De las muchas paráfrasis o reinterpretaciones que hiciera del inglés, lo más memorable será su versión del Canto a mi mismo. Tal como Whitman, la suya también es una poesía luego de una larga meditación populista. Su aliento y actitud profética lo definen como el poeta de la lengua española sobre el cual el bardo yanquee ha ejercido un ascendiente lejano pero no por eso, menos efectivo. Místico, hace del poeta un visionario, tal como lo concibió Emerson. Desarraigado, su voz se lanza a una serie de identificaciones con todo lo que le rodea; forma parte natural del coro poético americano; encarna una voluntad anticipatoria, se nos aparece casi siempre posicionado a la vanguardia de un ambicioso movimiento enamorado de experiencias. Declarativo, la poca distancia con las cosas y acontecimientos colocan en ocasiones a Felipe en un papel de clown, recorriendo las fogatas tristes de las brigadas internacionales. La empresa estética también es empresa moral para el poeta errante. Tiene de nietzschiano la creación de una vejez lo suficientemente nueva como para procurarse una eterna juventud maldita. En sus últimos libros, el poeta ya no es la anunciación política, apenas esboza a un oscuro idealista añorando la revuelta incierta de las cosas.

Hacen falta estrellas, sí, muchas estrellas
pero de sangre

De la conciencia poética de Salta, seguramente el mayor afectado por el paso del poeta León Felipe fuera Francisco Álvarez[i], no tanto en el arte de la poesía que no cultivó, (aunque se conocen versos y traducciones), como en la práctica de un humanismo optimista y anticlerical que ejerció inspirado. Podemos advertir en su único libro, que consideró a la Soledad como causa y fin de la Libertad. Que entendió al Amor y al Arte como antídotos contra la Soledad. Observó a la Soledad como un espacio hacia donde se dirige, silenciosa, la Libertad. Si nada la ata, nadie la llama y no se sale al encuentro de nada, esa Libertad Inútil se seca y acaba degradándose con la Naturaleza en una serie de gestos huecos. Considera que la Libertad asume un rol creador cuando conscientemente busca la Belleza. También nos sugiere que la elección por una libertad narcisista e impecable, es un experimento moral que puede durar toda una vida pero que no dejará de ser una locura. Y defiende a la Libertad como vehículo del deseo que puede sostenerse tanto en la acción como en la pasible sensualidad. Vio en la escena final de la muerte de Sócrates, en el gesto de no retractarse, una acción estética ejemplar ejercida con conocimiento en la finitud de los goces.
Y esto es cuanto puedo decir de León Felipe en Salta.





[i] Es por Pedro González,editor del periódico salteño CLAVES, que conocí la primera versión de la muerte de su amigo. Alguna vez recordó para mí, cómo le llegó la noticia del crimen: acompañaba a un Gobernador en el palco, cuando el Jefe de Policía se acercó por detrás al mandatario y le comunicó en susurros, como si transmitiera una intimidad, lo sucedido. El desfile no se suspendió. La última imagen que tengo de la historia que me han referido, es un fugaz fotograma que pasa por mi mente:
es la Belleza, sola en la súbita noche.
A veces, Pedro me dice:- Mirá, te traje esto para que leas. Y me alcanza las fotocopias de una paráfrasis que León Felipe publicó de Macbeth. -Leé el final, me dice, y recita de memoria: -“Un cuento sin sentido es la vida, un cuento contado por un idiota, lleno de cólera y estrépito”. Y una vez más, antes de tomar otro vaso, me señala con humor: -Nosotros sabemos que ese idiota está lleno de ruido y de furia, pero por Faulkner, no por el castellano que usa Felipe. Nos reímos y bebemos en silencio antes que llegue la tarde o se siente algún muerto en la mesa. Me levanto, saludo a don Pedro, y salgo del bar. Vuelvo caminando a mi casa, imagino brujas trepadas a la inocencia de los techos, murmurando:
Todo lo bello es feo, todo lo feo es bello”.



esta nota se editó originalmente en el periódico cultural CLAVES, 
en octubre de 2012. 

miércoles, 26 de septiembre de 2012

work in progress

El pasado miércoles 12 de septiembre, el fotógrafo Víctor Notarfrancesco, realizó las tomas para la tapa de El Oficio del Árbol. Llolanda Preti, conservaba el retrato elegido, y gentilmente nos recibió en su departamento para capturar su imagen.
A continuación reproduzco, fotos y videos de la tarde que compartimos en Salta.
El libro con la obra periodística de Manuel J. Castilla, estará listo en los primeros días de diciembre; el óleo es una obra poco conocida del artista plástico Luis Preti, y fue realizada algunos meses antes de la muerte del poeta.
































un abrazo largo a los amigos salteños
que generosamente colaboraron con la realización del libro!



miércoles, 29 de agosto de 2012

El Intransigente

Aquí dejo la versión original de una paráfrasis a Li Po
por Juan Carlos Dávalos:





















y una noticia de época que también indigno a los salteños:



miércoles, 27 de junio de 2012

Jesús Ramón Vera















En los primeros días de este mes, no se sabe exactamente cuando, falleció el poeta Jesús Ramón Vera. Fue encontrado en su casa, solo, boca abajo, rodeado de un charco de sangre. Lo halló el poeta Carlos Maita, tenían que encontrarse desde hacía tres días, y Ramón no aparecía. Maita entró por la cocina y dio con el cuerpo. Luego de los trámites judiciales, parientes y amigos decidieron enterrarlo en Rosario de la Frontera; él era de ahí, al igual que su padre. Hay un documental, creo que de un tal Ramírez, y creo, que se llama Copla Vera o Kallpa Cacique, (perdón, pero estoy lejos de casa, es decir lejos de mi biblioteca y tengo que recurrir a mi mala memoria, y quizás los datos no sean del todo exactos), decía, en ese documental el poeta expresa su deseo de morir en Rosario de la Frontera.
Rosario es un pueblo del sur de la provincia de Salta, un pueblo de campesinos, cerca del límite con Tucumán; un paso obligado de la droga, zona de grandes latifundios; la mayor explotación ahí es el poroto y ahora la soja que se está comiendo el monte y aprovecha las aguas del Río Juramento, (siguiendo el cauce del río se penetra en una de las selvas más bellas del país, sus aguas cristalinas y profundas, atraviesan farallones y serranías casi impenetrables), esos montes ahora son el paso obligado de la cocaína que ya no baja de Bolivia, sino que se produce ahí mismo. Por supuesto, la pasta base, el sobrante de la producción, le queda a mano a los consumidores del pueblo.
El Paco ha producido entre otros estragos, una ola de suicidios entre los jóvenes, que la prensa local, acompañando las opiniones de los políticos y de la iglesia católica, relaciona con  las redes sociales, a juegos de rol y a ciertas prácticas esotéricas. Nunca a la droga y a la pobreza.
El poeta conocía el problema y desde hacía algunos años había regresado a su pueblo. Quería establecer allí una escuela de artes para rescatar a los pibes de la calle y de las adicciones. Peleó mucho por un lugar, hasta que finalmente hace un par de años consiguió un galpón. Peleó por un presupuesto, ante las autoridades provinciales gestionó su reconocimiento para transformarlo en centro educativo basado en la enseñanza por el arte. Cuando finalmente había logrado parcialmente ese reconocimiento, la policía cerró el establecimiento por orden de la intendencia del lugar, (era un galpón que los chicos cuidaban y algunos usaban para no dormir en la intemperie). Las excusas fueron las de siempre, comenzaron a amenazar al poeta y le dieron a entender que ese espacio no podía seguir funcionando como lo venía haciendo. El poeta una vez más volvió a la ciudad de Salta para presentar su reclamo, (en eso estaba cuando lo vi por última vez, una semana antes de su muerte, yo estaba en un bar con el periodista Julio Haro, entró al patio, alzó una mano y nos saludo de lejos, en ese momento me pareció que se estaba despidiendo, pero no me levanté y seguí bebiendo, me distraje con la charla).
Se ha especulado mucho sobre su muerte. Sabíamos que el poeta estaba enfermo y pronto debía intervenirse por una ulcera sangrante. El poeta, como todo hombre bueno, sabía beber y entregarse a los brazos de la noche y de los amigos, había perdido algunos, pero conservaba a muchos otros. Desconfiaba naturalmente de los políticos locales, como casi todos aquí. Se había apartado de los grupos literarios y de ese pequeño mundillo; todo su interés estaba puesto en sostener el espacio creado al que llamaba, Escuela de Bellas Artes  Roberto Maheasi, en homenaje al artista japo-salteño.
Fue amigo del poeta Manuel Castilla, su último lector; se puede decir que desplegó una parte del programa estético del poeta salteño. Durante años cultivó la copla y su uso en las comparsas del carnaval, (muchas de las coplas que cantan los falsos indios en los corsos, le pertenecen); tuvo una imprenta donde publicó a los amigos; la generación más joven de poetas había logrado hacerle un homenaje, el evento se llamó Ahí viene Ramón, y según me contaron, tuvo bastante éxito y concurrieron casi todos los poetas de la ciudad. En su casa alojó a mis amigos. La gente que lo quería, lo quería mucho.
Yo lo conocí a fines de los 90 en cuanto llegué a Salta. Para beneficio de mi salud, nos veíamos poco, aún así, siempre nos arreglábamos para amanecernos charlando y recitando poemas propios y ajenos, de amigos y enemigos, (porque en la poesía también hay enemigos). Cuando me veía, alzaba la voz y decía: ahí está Morandini, el que se metió con todos! Creo que le divertía y le parecía razonable que comenzara a reseñar la producción literaria regional. Algunas noches nos comportábamos como niños y subíamos a los techos de su casa a acuclillarnos en la terraza de la calle Martín Cornejo, con un paquete de velas, un par de botellas y algo de droga que él no consumía. Ahí aprendí nuevas coplas, (los únicos libros que mis padres en los 70 sacaron del país fueron, el Martín Fierro y Los Casos del Coya Martín Bustamante, eran mi único vínculo con la lengua durante los años de mi infancia). A su lado aprendí el valor de lo que por entonces resonaba en mi como cierta curiosa melodía regional. Con él conocí al poeta Jacobo Regen, (dado muchas veces por acabado y vuelto a renacer con más claridad que nunca). Con él conocí a Pilo y a Buscanidos, proveedores leales y de confianza; él me enseñó a observar y medir las mezquindades del medio que poco a poco lo fueron desplazando de la escena literaria. Solía visitarme mientras viví en Cerrillos, había logrado dictar unas horas de literatura en el colegio nocturno de esa localidad y se venía hasta mi casa en el campo a cenar, a pasar su insomnio, a veces a dormir. Le dediqué varios poemas y hasta un libro entero basado en su percepción de la poesía, Ropa Interior, (dudo que alguna vez vea la luz de una imprenta, el libro se fue desarmando en otros proyectos, y cada día que pasa me alejo más de sus versos). 
Quiso a las personas que yo amo: Sonia, Valentina, Mariano, Carlos, María, El Guille, Estela, mi hermano Marcelo. Hoy estamos tristes, hay bronca, culpa y hasta algunos excesos. Hace algunos días pude llorar su muerte, recién hoy puedo escribir estas palabras para comenzar a enterrar el dolor. 

Ramón, vi a los niños
treparse a unos narajanles
en las veredas polvosas de Orán,
ahí arriba,
entre los soles,
desaparecen. 

Cesa el juego
pero no su deseo.