sábado, 10 de abril de 2021

Vida y muerte de Vicente Luy

“Un camino, para un loco, es una piedra más en el camino”

Vicente Luy

 

El poeta nació el 3 de mayo de 1961 en la ciudad de Córdoba, y murió en Salta el 23 de febrero del año 2012. Signado por la tragedia, sus padres fallecieron a los pocos meses de nacer, vivió junto a su abuelo, el poeta español Juan Larrea. Publicó su primer libro en 1991, Caricatura de un enfermo de amor, por la editorial Último Reino. Le siguió,  La vida en Córdoba (1999), Aviones (2002), No le pidan peras a Cúper (2003), La sexualidad de Gabriela Sabatini (2006), Vicente habla al pueblo, por La Creciente editora (2007), ¡Que campo ni campo! Llantodemudo (2008), Poesía Popular Argentina, por el sello CILC (2009) y en 2012 como póstumo y curado por el poeta Hernán, Plan de operaciones / La única manera de vivir a gusto es estando poseído y otros, en editorial CrackUp. A pesar de su vocación de artista provocador, su poesía permaneció oculta luego de la publicación de su primer libro, circulando poco más allá de amigos y conocidos. En la segunda mitad de los 90 formó parte de Verbonautas, trabando amistad con algunos integrantes de la escena del rock porteño. Brilló con una intensa obra poética que no escatimó registros ni procedimientos para realizarse. Con su temprana muerte, su poesía arrolladora y una vida de leyenda, fue ubicado rápidamente por los jóvenes lectores en el panteón de los mitos literarios argentinos.










Autor de una poesía política construida con cínicas observaciones sobre las instituciones y una generosa dosis de humor, sus versos sugieren muchas veces con la velocidad del haiku o el slogan publicitario, un tono confesional para el exhaustivo catálogo de desgracias personales. La tensa transparencia autobiográfica trasluce sus complejos poemarios entre la imprecación y una tierna melancolía. En un reportaje quizás apócrifo contesta:

“-Decís: “La poesía es la única ciencia que se ocupa del problema”. ¿Cuál es el problema?

-Es una ironía la frase, pero en realidad cada problema, cada gesto, tiene su fondo. Y es ahí donde debe llegar la poesía, al meollo. Se trate de una historia de amor o un comentario social”. 

En sus versos usa el humor como una ligera perversión para desnudar toda hipocresía revestida de sobriedad. “Lo reconozco: a veces juego con la gente. No lo había hecho antes. Empecé y me gustó; probé variantes. Hay algunas súper dignas de ser experimentadas”, confiesa en uno de sus últimos poemas. Al igual que Porchia, la forma breve fue el instrumento más eficaz que supo construir. Decirle aforismo es bajar el precio de una poesía casi verbal y espontánea. Acuñó el concepto de poesía exprés, sentencias que condensan cinismo y kitsch. “La poesía exprés implica un lenguaje oral, rápido. Y, remite, como todo, a la política. Así hables sólo de sexo.”, señalaba Luy al diario La Voz del Interior. Vivió lo que escribió o viceversa, pero sin dudas que su vitalismo provenía de su experiencia. Trabajó distintos temas como el amor -dicen que es la palabra que más veces repite-, la política, el fútbol, la amistad, el sexo, la locura y la actualidad, de todas extrajo una verdad sólo confirmada en el arte de su lírica. “Confío ciegamente en mi poesía”, aclaró, con esa misma seguridad asumió los riesgos de la escritura y de la vida en un proyecto conmovedor.










 Las historias de los poetas suicidas son fascinantes, el frenesí de la creación literaria atraviesa sus vidas como un rayo. Si considerábamos a Alejandra Pizarnik como la última encarnación del poeta maldito de la tradición moderna, con Luy tenemos el modelo legendario posmoderno. Lanzarse al vacío y perecer aún se considera un símbolo de sensibilidad y una lúcida respuesta al misterio de la vida. El poeta suicida se ha convertido casi en un género literario hecho de actos sin palabras. Pablo de Rohka, Jorge Cuesta, Sylvia Plath o el recordado salteño Walter Adet, son expresiones de ese atormentado silencio. El breve y fugaz paso de Luy por el cielo de Salta, también nos recuerda la incandescencia de otros artistas locales como Aguja Salinas, Carlitos Nieva y Julio Espinosa, febriles creadores de un genio dolido, también arrojados al pabellón de la indiferencia y el hastío. Curiosamente y anticipándose en años a la tragedia, el libro del autor salteño Daniel Martín, Variaciones sobre mi último suicidio, da cuenta de la desesperación de una conciencia poética que sin perder el humor se quita la vida en el Salar de Arizaro, el libro fue publicado en Córdoba a comienzo de los 90 y sigue la saga de un tema que ya había abordado en su cortometraje Ni.

La formación literaria de Vicente Luy, su irreverencia y agudeza sintáctica, el principio fragmentario con el que compone las sucesivas imágenes poéticas, tanto como la voluntad estética de una vida dedicada a la poesía, fueron impartidas por su abuelo el poeta Juan Larrea. A los catorce años el pequeño Vicente abandona sus estudios. El poeta español alentó desde muy temprana edad llegar hasta el final en el experimento radical de vivir una vida artística, “al que dude que se aproxime un revolver cargado e inmediatamente sentirá el anuncio de una nueva primavera”. Para Larrea el arte nunca debe ser un simulacro cobarde, en su dilatada carrera literaria identifica a la vida con la poesía. Poeta creacionista, se lo considera el padre oculto de la generación española del 27, sus años europeos transcurrieron entre las luces de la vanguardia y la polémica exquisita; cultivó la amistad con Pablo Picasso, el gobierno de la República le encargo que instruyera a Picasso en la elaboración del Guernica; compartió la amistad con César Vallejo, fue su editor y lo acompañó al borde del lecho el día de su muerte -cuenta Luy, siempre sorprendido por los versos anticipatorios del peruano, “Y eso que tuvimos pérdidas/vi a Larrea llorar/se emocionaba hablando del Cholo”; escribió junto a Luis Buñel, guiones y lo asistió en numerosas producciones, la célebre escena de la navaja seccionando un ojo en “El perro andaluz”, está basada en un poema suyo. Con muy pocos textos publicados y un labrado bajo perfil, Juan Larrea fue un poeta de culto. Para algunos fue un dandy, un señorito a quién aparentemente no le interesaba demasiado la literatura. Anota en su diario: “Vida poética la mía. Vida que no tiene otra razón de ser sino en la poesía. No hay en ella un deseo de ganancia que no esté subordinada al triunfo de la vida impersonal, a la belleza, a la verdad, a la justicia”, también Luy muchos años después anotará, “Mi abuelo/era un poeta/que no escribía”. Con la caída de la República concibe en París un proyecto cultural que tiene a América como Utopía. Como investigador de la cultura y arqueólogo, obtiene la Beca Guggenheim y reside sucesivamente en Perú -donde nace Lucienne la madre de Vicente-, México y Nueva York. Forma parte de la larga lista de intelectuales y artistas de la diáspora republicana en nuestro continente. Cabe recordar que los amigos de Larrea, León Felipe y Xavier Abril, visitaron Salta en distintos momentos, trayendo siempre la buena nueva de la era atómica y la sociedad de masas. En 1956 llega a Córdoba invitado por el decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional, para desempeñarse como docente e investigador. Crea el Instituto Nuevo Mundo y desarrolla la Cátedra César Vallejo. En 1961 su hija y su yerno, Gilbert Luy, fallecen en un accidente de aviación y Larrea queda a cargo de su nieto Vicente. Cabe consignar aquí que en ese mismo accidente en Guarulhos, también fallece el padre del poeta cordobés Alejandro Schmidt.

Juan Larrea







El padre adoptivo de Vicente Luy había escrito sólo un par de libros de poesía y unos cuantos ensayos entre los que se destaca su Teología de la Cultura. Su casa, según dicen, cómoda pero modesta del Barrio Jardín Espinosa, conservaba valiosas obras de arte y un paquete con la correspondencia sostenida con García Lorca y Albert Einstein. Al morir el 9 de julio de 1980 dejó a su nieto una cuantiosa fortuna que Vicente se encargó de administrar hasta que se agotó en la edición de sus propios libros, no sin antes disfrutarla durante años en pequeños placeres y en una entrega generosa a los proyectos artísticos de sus amigos. También ocurrió que la casa familiar se hundió y Vicente ganó un juicio millonario a la empresa de aguas de la provincia, esa eventualidad lo llevó a vivir a Salsipuedes en la continuidad de un plan perfecto dedicado a la poesía. En los últimos años de su vida el poeta padeció una serie de internaciones psiquiátricas y varios intentos de suicidio. El 22 de febrero de 2012, un día antes de morir, Vicente le envió un mail a su amigo el periodista cordobés Emanuel Rodríguez: “J. L. Abuelo, abuelo Juan, me complicaste, pero a nadie amé en la vida como a vos. Llevo 30 años sin poder hacer el duelo”.

Su último libro lleva cinco epígrafes que son un retrato del autor y sus circunstancias y nos exime de mayores comentarios:

Hoy me gusta la vida mucho menos,

pero siempre me gusta vivir: ya lo decía.

Casi toqué la parte de todo y me contuve

con un tiro en la lengua detrás de mi palabra

César Vallejo

En realidad no voy a ser “yo” quien se casa con Gilbert, no va  a ser Gilbert “mi” marido. Es una experiencia independiente del “yo” que se va a unir a un “medio” que va a ser Gilbert. La personalidad no entra en juego. Tampoco seré “yo” quién será madre, no será “mí” niño, será “él” niño. La posesión ha dejado de ser posible… El movimiento creador entró ya en la experiencia que se vive a través de mi, su ritmo me va a preceder o poseer cada vez más. En realidad el único anhelo que puede uno tener es ser cada vez más poseído.”

Lucienne Larrea, madre de Vicente, Diario personal (1958)

Sí, fue una tragedia. Mi hija viajaba con su marido en el Comet que se estrelló en São Pablo el 23 de noviembre. Terrible episodio de esta gran aventura del Espíritu. Había nacido en Arequipa, sobrecargada de símbolos, a los dos meses de mi llegada al Perú. Me dejó un niño de seis meses sobre el que se acumulan ahora todos los símbolos del Mundo Nuevo.”

Juan Larrea, abuelo de Vicente. Posdata a David Bary (1962)

Estoy ahorrando plata

para volverme loco;

es natural.

Y como todo buen demente

tengo una buena razón.

Vicente Luy (1979)

La única manera de vivir a gusto es estando poseído.

Vicente Luy (2010)


Vicente Luy en la ciudad de Salta, 22 de febrero de 2012



Poema de Hecho


He sabido de tiempos y lenguajes. He

    saltado y he dicho amor; y he visto bien a

    la lluvia. En fin yo también era uno de

    aquellos. Puedo verme viendo el mar en el ayer

    hoy que las calles se pueblan de signos.

En otra época hasta fui un hombre. Pensaba,

    sentía frío en los pies. Era muy inteligente. ¿Te

    gustan las rosas? Hasta fui mujer.

Ahora me veo llorar, y no encaja. Los actos de las

    bestias no me sugieren más que plegarias y

    cantos. Y cae fácil el vino. A lo  lejos, Napoleón

    cose sus medias.

Pero es la vida, oscilante. De plomo, de hierbas, y de

    un constante movimiento. Hay que ver cómo

    las aves callan para entender. Hay que mirar

    el techo, y rotar.

Esto es para payasos. Aquí no caben quienes esco-

    gen sus espinas, el menú económico, el sol, las

    plazas llenas de gente…

 

Tieso en un charco; ¿cuántos somos? ¿de qué

    ancho de ojos? ¿con cuántos chupetines? ¿a

    qué profundidad?

De niño, callaba. Lucía la luz en mis orejas; y ca-

    minaba despacio, alardeando de ser uno más.

    Olía a jabón, sabía del cielo por boca de los

    hombres; y también reía, creo. Yo, y además

    era fácil olvidar.

Desperté a media mañana, en formación frente a la

    bandera. Torcían los trescientos de a leguas el

    espejo.

No insistas; no vamos a jugar.

 

 A mi lado enrollan nuestros lamentos, nuestras vo-

    ces de mando; ¡fuerza, valor! Y si, conmueve la

    vida cuando uno escapa a sus pasos y se ríe o

    no lejos de toda huella.

Me veo corriendo; la luz clara, vacía de haces

    fantásticos y de símbolos y representaciones.

    Y se me antojan poco lógicas sus maneras, los

    molinos de viento, toda mi familia de pie.

Amor, ¿no entiendes? Es poco el día, y no alcanzan

    a irse sus leyes, y no alcanzo a dejarte al sol

    cuando me llaman a vivir.

Recuerdo la última paliza, y busco arrastrar los

    silencios por el radio . Busco la leche de la gran

    mujer; busco la fuerza.

Más, despreocuparos.

Aquella mañana en la enfermería un señor muy feo

    me echó un polvo blanco en los ojos.

    Regresé a mi pelotón; teníamos práctica de desfile.

 

También existen orillas, estaciones. A la altura del

    colchón, los hombres. Cuentan sus botas, y

    a sus ojos los tiñen, y ocultándolo subrayan el

    propio temor. Levantan las torres, cuando

    más, hasta Dios; y se jactan y se sonríen.

Vuelve a casa, sin lágrimas. Siempre estuvimos en

    guerra.

 

Tienes tiempo, reconoce tus huesos; ahora otros. Ya

    ves, aún no llegas al principio.

Hacia la cima de la colina la marcha del soldado;

    Infantil, franca, estúpida. Ya estamos listos

    para la revuelta.

Observa la cadencia de mis pasos, mi camisa limpia.

    Aquí hay amor, no lo dudes. Y yo no soy tan

    azul; puede tocarme. Apenas si sé reír; apenas

    si puedo llorar, cuando se esconde y sospecha

    el juez que sueñan los ciudadanos.

Espera, voy a buscarte.

Pero me quedo quieto de pronto, alborotando a las

    palomas más suaves; una niña se acerca. Su

    vestido no nos interesa, ni su olor; tampoco la

    temperatura de su cuello. Debemos ser realis-

    tas, es sólo una niña.

Mis amigos lamentan el hecho, y beben y se sientan a

    fumar. Hacen vida de hombres con ropa de

    hombres; luego mueren.

Y aún te deseo…

La fe me ha hecho un guiño, y se aleja; no escapará.

La vida, la vida, la vida. Somos otra cosa.

 

de Caricatura de un enfermo de amor, (1991)