lunes, 31 de enero de 2011

Juan L. Ortiz sobre un libro de Néstor Groppa













“Lo provincial tiene siempre algo que ver con la elegía”

Juan L. Ortiz


Trataré de ser breve, puesto que este es el comentario de un comentario apoyado en otros comentarios. El texto que van a leer a continuación es una pieza excepcional de Juan L. Ortiz, (voy a usar comillas, comas y paréntesis a su manera, imposible substraerse de eso en esto…), es una lectura crítica a Indio de carga, de Néstor Groppa, un diálogo introspectivo con su libro. Dice María Teresa Gramuglio, en su introducción a “Las Prosas del Poeta”, que el artículo El lector y el duende, está escrito en la misma dirección que la poesía de Ortiz, “se torna enigmático a fuerza de prodigar las alusiones y ramificar la sintaxis”. Ortiz hace suyas las imágenes de Groppa y las tamiza con sus representaciones de lo que es en él poesía, desplegando “…sus apreciaciones sobre las filiaciones y la eficacia poética de esa poesía como “discutiendo” con su diablillo interior, multiplicando las formas interrogativas, disyuntivas, dubitativas, potenciales, y negando, finalmente, cualquier “ciencia” que pudiera disecar bajo fallos seguros la singularidad irreductible de cada persona”, concluye Gramuglio. El texto reafirma el estilo prosódico del entrerriano; incorpora, sutilmente, crítica social y dialoga sobre la forma de articular, poéticamente, compromiso social con percepción del paisaje, deteniéndose en cada uno de los poemas en un examen sensible y lúdico.

Alguna vez le comenté a Groppa, este texto de Juan L. Recuerdo haberle dicho, “no creo que lo favorezca del todo”; “así es”, me contestó el poeta; para conciliar, agregué, “pero es útil”; “sí, es interesante, habla de su poesía”, contestó detrás de sus lentes que me parecieron enormes; "su libro es cómo la continuación de Copajira", dije para dilatar la conversación; “así le decía a Manuel, (por Castilla), que mi indio se había escapado de su libro”. Luego nos pusimos a ver los cuadros colgados en su casa. Años después utilicé su expresión para decirle a Jacobo Regen, que su poética se alejaba del paisaje, “salvo en El vendedor de tierra ahí puede haber algo”, me aclaró el salteño; “ahí se le escapó una hormiga”, acoté y la conversación se extendió amablemente por toda la noche.

No he vuelto a ver a ninguno de los dos poetas pero cada tanto releo sus libros y vuelvo sobre la monumental “Obra Completa” de Juan L. Ortiz, editada por el Centro de Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, (es a dicha institución a quién le corresponden todos los créditos, sin su permiso, reproduzco fielmente el siguiente artículo para mejor utilidad y provecho de las jóvenes generaciones del norte argentino).

Néstor Groppa


Prosa – Comentarios

(páginas 1089 a 1092 de “Obras Completas” de Juan L. Ortiz. Santa Fe, 1996)


El lector y el duende

(Alrededor de Indio de carga de Néstor Groppa)

Después de Taller de muestras en las ediciones de “Botella de mar”, donde, tras de algunas más o menos complacientes o más o menos felices “greguerías” recortadas al hilo de un viaje desde Boulogne Sur Mer hasta el norte de nuestro país, y de una ternura funambulesca por momentos no era difícil prever, en el supuesto de una labor continuada, la “trama” y aún el “tono” de la que seguiría, he aquí que Groppa nos da, con el sello de Tarja, la increíble revista de Jujuy, un conjunto de poemas ilustrados por Audivert, Policastro, Pantoja, Castagnino, Onofrio y Pellegrini.

En efecto, los “elementos” latentes, sobre todo, en la segunda mitad de Taller… determinan, como una savia, este segundo libro. El cual se abre, transparentemente, por cinco cuartetas dedicadas a Vicenta Groppa, muerta en 1939, que ya fuera objeto de una muy tierna y muy mimética “tarjeta”, cuando la nostalgia de Navidad, en el tren por Santiago de aquel viaje; nota que por cierto, es la única aquí y que acaso ilusionara a más de un lector con una limpidez que no podía corresponder a los aires ulteriores, a pesar de la latitud y de la gentileza de este Virgilio o de este Orfeo de “Las Liebres”, sin el “charme” tradicional, que no tenía especial interés en encantar lo anónimo o las divinidades de la piedra sino que más bien tendía a rescatar con sus aristas, hacia, quizás, una imagen que a todos nos atañería, su experiencia de esa humanidad que va subiendo, o bajando, mejor, por su mismo “veneno”, víctima toda ella, todavía, de otra serpiente: la serpiente “histórica”…

Y se da así en recuperar la melancolía nativa curvada siempre sobre los terrones… los ojos vecinos que clavan desde el hambre en el reproche de los niños… el pobre loco “Ramos” que trabaja el agua, y las manos en vela de los campesinos, sembrándose, pese a todo, ellas mismas; y arriba, arriba, la raíz de América, “el aire”, ésa que fuera arrancada “cristianamente” de su corazón, y que sobrevive aún, en un desplazamiento monstruoso, a lo largo de las “estaciones” o del calvario de los conchavos, bajo el peso de una pesadilla sin memoria, con una tenacidad, por otro lado, de muñones, capaces de reblandecer, despegadas las hojas y desplegado su tiempo, el “Hylli” de todas las mieses…

Luego es “Leopoldo” (El labrador), su pequeño discípulo o su pequeño silencio que va, con el derretimiento del propio silencio en las figurillas de los años, bajo una sed aún de silencio… con el silencio que se ahila a través de las gramillitas… y con el silencio de las imaginerías del agua…: que va, con todos esos silencios, a una nada de sudores, frente al silencio, también ajeno, que éstos cavaran…

Y es “Heleno” (El minero) con sus veinticuatro años ya sabios, cerrados repentinamente cuando se abrían, abajo, en el juego… despedido por unos sombreros y unas camperas encanecidos de súbito, y esa lágrima de sal que ha de arder en flor, también, al crecer en la separación y la fidelidad, hasta la perla que asimismo morderá la reminiscencia…

Y es el “Changador”, de las cimas del hielo y de las leyendas, que llega con su ilusión y su dulzura, por encima del enrojecimiento de la “cuadrilla” y del desleimiento ocasional de los surcos: que llega con su ilusión de otro lugar de América... y que, como los otros, fue un peso que ninguno asumía pero que debía caer correctamente, aunque “en huesos”, y tener por única almohada el cieno del canal y por único sudario el velo del mismo con la consecuente piedad de todos, de todos los deshojamientos del cielo…

Y es la “Chiriguana ciega”, en el brete de la zafra, el monte entero en el agua de los ojos, hiriendo a través de éstos con las cosas que miraran desde el horror de los feudos de arriba entre sus compañeros –y que ahora ven, a su vez, esos sarmientos externos… casi toda cáscara, ella, a la intemperie, y que ha de desprenderse, todavía, quizás con los dedos abiertos sobre un infierno…

Y es el “monte” mismo como una corola invertida de la altura, desplegándose hasta un infinito de hojas y de hálitos; padre de todos los espíritus y de todas las gracias que no encuentran a nadie, a no ser los pájaros, para la donación, y que, por otras partes, desde las profundidades, sube en el surtidor de las maderas hasta la ausencia más cristalina, aunque equilibrando sobre sus brazos la quimera de la gente que queda, por cierto, a nivel de las polvaredas; y es él mismo, por sus siglos y siglos de sumas sin precipitación, una especie de expectativa de cuento en que un ala encima del mar desdeña toda orilla y todo mástil… y hondísimo de verde e igual de luna, él, a la vez, se estremece ahora en una vejez de jardín que no concluye de incensar, imperceptiblemente, lo imposible de la duración…

Y es “La mano”. La historia, ¿conocida? de la mano a lo largo de las edades, desde la visera para la visión entre las caídas del silencio hasta el redescubrimiento azorado de los deditos que alzan un pétalo de ave o una pluma de flor, uniendo un circulo de milenios que pasara por todas las inscripciones, aéreas o profundas, exteriores o íntimas, del quehacer humano…

Y es por último “La libertad”, referida a la esperanza de América, pero con los millones de sacrificados de todas las tierras y de todos los tiempos, que vanamente la rastrearon con sus tejidos fundamentales; la mala palabra, aunque sin figura, desde las tablillas, mas aire también, bajo el duelo que cierra el momento, para los enfurecidos albañiles que continúan aquí… este aquí espumado por la eternidad de dos mares y que se mide en medio de los aparecidos de las culturas asesinadas y pilladas, y los pétalos, aún, de aquéllas que en el vértigo de las eras y por poco cielo, tallaran urbanísticamente, la azucena de la luz…

Es la libertad que se quiere hallar detrás de las fábulas y los cementerios de la “familia”, y la que la roca y los harapos, antiquísimos testimonios del sufrimiento continental, han de mirar, por fin, reintegrados ya, nosotros, en la dimensión original; y por lo que perdure de los oficios, por las letras nacidas de la sangre, por las siempre-vivas que digan del compromiso, ellos han de saber de nuestras preguntas por ella… porque de las venas abiertas en las minas, de la cronología ignorada de las penas sin nombre, de los siglos hundidos de que brotan las muchedumbres de hoy… ella, ella, amasa ahora la harina que la consagra, a manera de esa flor oscura que hizo posibles, bien que malamente, los días… Y esto no podría ocurrir de otro modo, ya que es inconcebible que se pierda tanto trigo de padecimiento en la siembra de las épocas, incluyendo, desde luego, la que nos toca soportar…

Mas nos hemos demorado, en resumidas cuentas, en el juego de traducir a las nuestras, y con “paso redoblado”, algunas imágenes que nacieran, presumiblemente, con el suyo, “de danza”. Se trata de una simple flaqueza que nada tiene que ver con intento alguno de probar la “intercambialidad” de lo que hace una poesía con la que no pudimos menos de ir consintiendo hasta caer -oh ligereza nuestra- en tal pecado. Por dicha, quienes, después, lean el libro, han de comprobar, con el cotejo, la palidez de esta versión cuya frivolidad resultaría sólo cohonestada sí, por su lado paradojal, llevara a un contacto directo con aquel.

Pero el diablillo que nos despega oportunamente de toda criatura literaria o artística llega siempre con unas chaquetillas más o menos “estéticas”, o más o menos justas, o más o menos flexibles, desde las llamadas “eternas” hasta las distinciones “militares” (“vanguardia”, etc.) de los academismos últimos, a objeto de que, enfundada la que la prueba aconsejase, no se confundan la “posición” del “este” en los alineamientos del “campo” o en las disposiciones de la “jungla”…

Quiere decir que henos en la ocasión frente a una vida posible de tales endosamientos… endosamientos cuya integridad, ciertamente, queda librada al azar o a las curvas de la fortuna “bélica”…

Mas nuestra “inocencia” misma, ah, casi husmeara a Renard, casi husmeara a Gómez de la Serna, casi husmeara a Girondo, casi husmeara a Fernández Moreno, a propósito de la tijerillas y de las bolatinerías de Taller de muestras. Y es que, ya se sabe, nos “penetran tanto las letras” que resultamos al fin hechuras de sus heridas, con la respiración y todo.

Se explicaría, entonces, que si eludiéramos las sastrerías del duende, no pudiéramos evitar en cambio las “cuestioncillas” que, desvestido a su vez de la oficiosidad castrense pero con los automatismos de la “Intendencia”, aún, por la facilidad de sus exigencias, él mismo nos abriera en seguida, cerrándonos, casi, el paso:

-¿Te quemó acaso en El indio… el calor de la llama última y resucitó en ti una fuerza que no sabías? ¿Ha pasado él, como el niño entre los doctores, a través de su propia piedad y de “las palabras de la tribu”, con una certidumbre de pluma? ¿Ha transferido su hacer a un mundo que ha de vivir únicamente con su vida, y ello, por ventura, con esa gracia que ni siquiera articula y que suele morir en el silencio? ¿Llegó él a la ligereza requerida para hallar y develar la realidad purísima del sentimiento, más allá, naturalmente, de un tejido prosódico, y más allá, todavía, de la “lamparilla” común? ¿Alcanzó así la semilla extrema de la luz, sobre los límites poco menos que de lo inverosímil, y astronómicamente arriba de toda arieta al liberar las virtualidades de los mecanismos interiores y llamarnos, consecuentemente, sin ninguna cortesía? ¿Habría, por lo tanto, signos en él del sacrificio de todas las mentiras y vaguedades y filoxeras del lenguaje y de los correspondientes reflejos de la mentalidad comunal y de las convenciones comunales, por el acceso a un universo primero, bajo la oscuridad, también primera, en que se habría querido desaparecer? ¿Más habría, asimismo, una manera como de ángel de llegar hasta la raíz de todo, y esto, según se da en algunos, en una sola fiebre con lo anterior: en el centro, si cabe, de ésta que denominamos “llama última”?

-Pero me estás hablando –le corté- y por momentos hacia el borde de cierto abismo teológico, más bien del camino que sigue la “claridad” poética, en general, que preguntándome por las aventuras de una “relación” dada, aunque dicho camino dependa, sin duda, en proporción muy considerable, la calidad de la realización que no queda, justamente, en el camino. Y por otro lado, con todo su rigor, has caído en un “trasiego” similar al mío, de un “vino” que, perdóname la jactancia, bebí de la propia cuba… Ese “vino” que está, de seguro, entre los que han iluminado mejor todas las vías de la expresión poética… ese “vino” que ha saludado con “generosidad” muy evangélica las posibilidades de aquéllas que por su condición de “reales” y dinámicas parecieran más alejadas de sus viñas y que vendrían a significar, por el contrario, otra probable redención de la mezquindad y lujuria del mismo espíritu, confundidas frecuentemente con el “ángel”… redención ésa que él confiase al reencuentro con el hermano y su realidad primordial, sobre un planeta de epifanía… ese “vino que ha ido hasta esperar, en fin, de los fieles del “Señor”; si debiesen ellos callar en la imposibilidad de un acuerdo con lo que mueve a otra fe, que siquiera no olviden la superioridad del martirio en relación a la propia poesía…

-Más ambos “por las ramas”, ¿entonces? –me incluyó- ¿Por qué no despachamos de una vez nuestra diligencia jurídica?

-Acabo de pensar que quizás el Indio de carga camine en la dirección de esa poesía que, por lo que se sabe, todavía no ha nacido del mismo seno que la gestara… camine desde luego, con los pasos que le rima su sangre, pero desde la “historia” y hacia la “historia”, ¿por qué no?... Y he pensado también en lo que dijo más o menos Neruda de la poesía de América: que admitidas la amplitud y la inocencia del paisaje, su “reflejo” lírico no podía sino frisar en al épica en cuanto cierta forma de la “enunciación”. Y es sugestivo a este respecto que un joven poeta inglés, de ningún modo fluvial, llevado a desplegar las imágenes de la pampa que le tocara en su niñez y en su primera juventud diera por poco en la narrativa de un río nuestro, no siempre, por supuesto, salido de madre, y más parecido a Vallejo por su trasluz y su “pathos” que al propio Pablo aluvional… y ah, es verdad, “residencial”…

-Te has referido tú mismo, si bien sospechándola, a una “dirección”, o lo que es igual, a una “posición” que tiene su nombre entonces en esas prendas que lanzaste con tu mirada por ahí. Te invito a que arrojemos la red de los “condicionamientos” de fibras ay, tan enlazadas y tan ininterrumpidas, y valoremos ya la “condición” que escapa a ella. O la chispa, si quieres.

Me había visto contra la pared de aquel verbo premioso…”despachar”… Ahora era “valorar”… ¿Dónde estaba pues? ¿En una oficina de Tribunales o en los pasillos de una Bolsa?... Y yo que con mis resabios nihilistas no me hubiese sentido cómodo, oh no! En una toga “estética” decidiendo “en nombre de todos” y para que “exista en cierto modo para todos”, sobre lo que no se agota en mi instante ni cabría consiguientemente destacar de las contingencias de un diálogo reanudable y de cualquier modo circunstanciado, cuando no de una relación fuera del tiempo…: yo era ahora compelido a “fijar”, bajo la misma urgencia, el “precio” de lo que tenía para mí el sentido de una “presencia”… Mas consciente y todo de las ondulaciones “bursátiles” y de las ondulaciones “judiciales”, con curvas unas veces de siglos y otras veces de vértigo para las hojillas de laurel… pero sin desconocer por ello la “explicación” primera o última de toda sentencia y lo que ésta, por su sencillez misma, debe forzar a vivir… y teniendo para mí que de existir la posibilidad de alguna jurisprudencia para resolver hasta sobre poemas que nos “parecieran” ya “descomponibles”, dicha “ciencia” nacería, igual que la poesía, con cada poeta, lo que la negaría como tal, al ser los poetas inasimilables entre sí u objetos solamente de una estimación ligada a sus virtualidades y sus grados de verificación, sin desdeñar, de fijo, los encadenamientos que hacen o van haciendo la originalidad tan poco libre, ay: con todo esto, sí, no me restaba más que mostrarme cortés con la impaciencia de mi “familiar”, bien que, principalmente, era tiempo de librar al noble “indio” de mayor “carga” de palabras… Mas no sería resultado, él también, a pesar de lo que tal vez una malhadada lupa consideraría como traicioncillas de su “momento” retórico, muy fiel sin embargo éste, en general, al integrar una inspiración bastante segura, por lo demás… no sería resultado, él también, según dijera Blyth del “haiku”, “del deseo, del esfuerzo no hablado de no escribir más poesía, de no oscurecer más lejos la verdad y la magnitud de una cosa con palabras pensamientos y sentimientos”?... ¿Y este afán de respetar la transparencia sagrada, no se habría trasmitido, atravesando aquí y allá la “elocuencia” fatal, a esas sus apelaciones repetidas al silencio? ¿Al silencio por su calidad de atmósfera, de materia misma de los dramas, y de pupila acusadora; silencio que requeriría, y él debe sentirlo asimismo, la evocación de otro Chirico o de otro Rouault, más que la de los “blancos” de la palabra o los suspensos de la “pantalla”?...

¿Qué la lupa aún fijaría insignificantes arrastres y breves languideces en la corriente anecdótica? Pero esta corriente, por instante, parece venir del mismo silencio…

¿Qué el instrumentillo, o nadería estetoscópica, mejor hundiéndose más en la indiscreción, no percibiera siempre el ritmo íntimo de los poemas –ritmo qué él ligaría a su mejor verdad- y que cuando dicho elemento era sensible solía experimentar que chocaba contra la densidad misma de algunas imágenes?

Mas sin discutir su “oído” le recordaríamos que ese latido no es la única referencia segura sobre el movimiento “en sí” o el de la transposición de un impulso, ni lo único que rige desde adentro la “necesidad” de los ademanes. Sería en todo caso como otra medida, muy fluctuante, de algo más interior, si se quiere: de esa melodía de surtidor cuya presión es la que nos parece crear los juegos que redimen. Si éstos, en la presente circunstancia –le concederíamos- fueran unas veces cubiertos por el peligro, o por su propia masa, más exacto, y otras conformes a las “cargas” de ésta, la debiesen cortar o la debiesen sesgar, angulosos, por así decir, del “estilo” que la flotación les imponía, no cabría decir, o, no, que los poemas desapareciesen… Ahí están, unos consigo mismos y héroes de sí mismos sobrevivientes de la tragedia o del silencio, sobre la playa de los ecos y ay: de las consecuencias “interpretativas”, “intendentiles” y “forenses” que se advierte, pero indudablemente lo peor, de los humos de las divagaciones con la quimera, aún, aunque eventual, de unos sentidos de vidrio: desde la segunda todas esas repercusiones, bajo el signo de nuestro pequeño “espíritu”, tan empleadillo o tan sargentillo, ah, de las “visualizaciones” y disecaciones” y “fallos”, o de las propias sombras que deben seguir al amor.

publicado en El Litoral, el 12 de abril de 1959