domingo, 30 de enero de 2011

Palabras para jóvenes poetas que buscan reconocimiento


de VIDA DE SCHILLER
por Thomas Carlyle

(sí, sí, ya sé de quién se trata, etc... pero viene bien recordarlo, y además, no presto más libros)

"Si el conocimiento de la sabiduría fuera practicarla; si la fama trajera la verdadera dignidad y paz de espíritu; o si la felicidad consistiera en darle a la inteligencia su alimento apropiado y rodear a la imaginación de la belleza ideal, una vida literaria sería la suerte más envidiable que este mundo nos ofrece. Pero la verdad es muy otra. El hombre de letras, como otro cualquiera, no tiene unos deseos inmutables y obtenibles; comprender y realizar son dos cosas, tanto en él como en los demás, muy distintas. Su fama raras veces ejerce una influencia sobre la dignidad de su carácter y jamás sobre la paz de su espíritu; su brillo es externo, para el espectador; en el interior, no es sino el alimento de la inquietud, el aceite vertido sobre el fuego inextinguible de la ambición, que vuelve a encender con renovada vehemencia la llama que amortigua por un momento. Además, este hombre de letras no está hecho totalmente de espíritu y arcilla: sus facultades pensantes pueden ser conformadas y ejercidas noblemente, pero para hacerle feliz precisa tener tanto pensamientos como afectos, y si no le dan trajes y comida se muere. Lejos de ser la más envidiable, su vida es quizás, entre las muchas formas de vida con que un espíritu ardiente se esfuerza por expresar su actividad, la más llena de sufrimientos y degradaciones. ¡Mirad la biografía de los escritores! Salvo el Calendario de Newgate, es el capítulo más triste de la historia del hombre. Las desgracias de estos hombres son un tema fecundo y con demasiada frecuencia sus faltas y sus vicios han corrido parejas con sus desdichas. Tampoco es difícil ver por qué ha sucedido así. El talento de cualquier clase va acompañado generalmente por una peculiar finura de sensibilidad; ésta es el constituyente más esencial del genio; y la vida, en cualquiera de sus formas, reserva bastantes pesares para los corazones formados de ese modo. La ocupación literaria acentúa esta tendencia natural; las incomodidas que la acompañan llegan a convertirle en una tristeza morbosa. Los afanes y cuidados de la literatura son los afanes de la vida; sus deleites son demasiados etéreos y pasajeros para proporcionar ese perenne flujo de satisfacción, basto, pero abundante y sustancial, de que está hecha la felicidad en este mundo nuestro. Los esfuerzos más acabados de la mente le proporcionan poco placer; frecuentemente le acarrean dolor, pues los objetos de los hombres rebasan con mucho sus fuerzas. Y la recompensa exterior de estas empresas, la distinción que confieren vale menos aun; el deseo de la misma es insaciable, aun siendo afortunado, y cuando se fracasa se convierte en celos y envidia y en todo sentimiento lamentable y penoso. Un temperamento tan aguzado con tan poco que lo frene o satisfaga, con tantas cosas para tentarlo o hacerlo infeliz, produce contradicciones que pocos pueden conciliar. de aqui la infelicidad de los literatos, de aquí sus faltas y sus locuras.
La literatura está expuesta, por tanto, a construir una ocupación peligrosa y desdichada incluso para el aficcionado. Pero para aquel cuya posición y comodidades dependen de ella, que no vive para escribir, sino que escribe para vivir, sus dificultades y peligros aumentan terriblemente. Pocos espectáculos son más tristes que el de un hombre así, con esas dotes y ese destino, llevado de acá para allá a empellones en el rudo ajetreo de la vida, cuyos golpes está tan poco preparado para soportar. Acariciando, quizás, los pensamientos más elevados y embarazado por las necesidades más mezquinas; con propósitos puros y santos y arrastrado, sin embargo, del camino recto por la presión de la necesidad, o por el impulso de la pasión; sediento de gloria y necesitado con frecuencia del pan cotidiano; oscilando entre el empíreo de su imaginación y el triste desierto de la realidad; agarrotado e incómodo en medio de sus mayores esfuerzos; insatisfecho de sus mejores obras, disgustado de su fortuna, este hombre de letras pasa con frecuencia sus fatigosos días en luchas con la miseria oscura: hostigado, apesadumbrado, rebajado o enloquecido; víctima a la vez de la tragedia y de la farsa; la última avanzadilla desesperada en la guerra del Espíritu contra la Materia. ¡Muchas son las almas nobles que han perecido amargamente, con sus tareas inacabadas, bajo estos dolores corrosivos! Unos en medio del hambre más extremada, como Otaway; otros en medio de la locura, como Cowper y Collins; otros como Chatterton, han buscado una quietud más rigida y volviendo sus pasos indignados de un mundo que les ha negado acogida, se han refugiado en esa recia Fortaleza donde la pobreza y el frío desdén y los mil achaques que la carne engendra no pueden alcanzarles nunca más.
No obstante, ¡entre esos hombres se encuentran los mejores ejemplares y los principales benefactores de la humanidad! Son ellos los que mantienen despiertas las partes más bellas de nuestras almas; los que nos proponen mejores objetivos que el poder o el placer y contiene la soberania total de Mammón sobre la tierra. Son la vanguardia de la marcha del éspiritu; los exploradores intelectuales que reclaman el desierto ocioso nuevos territorios para el pensamiento y la actividad de sus hermanos más afortunados. ¡Es una pena que de todas sus conquistas, tan ricas en beneficios para los demás, recojan ellos tan poco fruto! Pero es vano quejarse. Son voluntarios en esta batalla; pesaron los encantos de la lucha y sus peligros y tienen que atenerse al resultado de su decisión, como todo el mundo. Las durezas del camino que emprenden son enormes, pero no todas inevitables, para los que prosiguen rectamente no carece de grandes recompensas. Si la vida de un escritor es más agitada y penosa que la de otros hombres, puede tambien hacerse más interesante y exaltada: la fortuna puede hacerle infeliz; sólo él mismo puede hacerse despreciable. La historia del genio tiene, efectivamente, tanto su lado oscuro como su parte brillante. Y si es entristecededor contemplar la miseria y, lo que es peor aun, el envilecimiento de tantos hombres dotados, es doblemente reconfortante, por el otro lado, reflexionar sobre los pocos que, en medio de las tentaciones y pesares a que está expuesta la vida en todos sus dominios y más aún en la de éstos, la han atravesado con tranquila y virtuosa majestad y se hallan ahora aposentados en nuestras memorias no menos por sus conductas que por sus escritos. Tales hombres son la flor de este bajo mundo; sólo a ellos puede aplicarse en su verdadero sentido el espíteto de grandes. Hay una congruencia en sus acciones que nos deleita contemplar: "el que escribiera poemas heroicos debía hacer de su vida entera un poema heroico".