lunes, 31 de enero de 2011

Juan L. Ortiz sobre un libro de Néstor Groppa













“Lo provincial tiene siempre algo que ver con la elegía”

Juan L. Ortiz


Trataré de ser breve, puesto que este es el comentario de un comentario apoyado en otros comentarios. El texto que van a leer a continuación es una pieza excepcional de Juan L. Ortiz, (voy a usar comillas, comas y paréntesis a su manera, imposible substraerse de eso en esto…), es una lectura crítica a Indio de carga, de Néstor Groppa, un diálogo introspectivo con su libro. Dice María Teresa Gramuglio, en su introducción a “Las Prosas del Poeta”, que el artículo El lector y el duende, está escrito en la misma dirección que la poesía de Ortiz, “se torna enigmático a fuerza de prodigar las alusiones y ramificar la sintaxis”. Ortiz hace suyas las imágenes de Groppa y las tamiza con sus representaciones de lo que es en él poesía, desplegando “…sus apreciaciones sobre las filiaciones y la eficacia poética de esa poesía como “discutiendo” con su diablillo interior, multiplicando las formas interrogativas, disyuntivas, dubitativas, potenciales, y negando, finalmente, cualquier “ciencia” que pudiera disecar bajo fallos seguros la singularidad irreductible de cada persona”, concluye Gramuglio. El texto reafirma el estilo prosódico del entrerriano; incorpora, sutilmente, crítica social y dialoga sobre la forma de articular, poéticamente, compromiso social con percepción del paisaje, deteniéndose en cada uno de los poemas en un examen sensible y lúdico.

Alguna vez le comenté a Groppa, este texto de Juan L. Recuerdo haberle dicho, “no creo que lo favorezca del todo”; “así es”, me contestó el poeta; para conciliar, agregué, “pero es útil”; “sí, es interesante, habla de su poesía”, contestó detrás de sus lentes que me parecieron enormes; "su libro es cómo la continuación de Copajira", dije para dilatar la conversación; “así le decía a Manuel, (por Castilla), que mi indio se había escapado de su libro”. Luego nos pusimos a ver los cuadros colgados en su casa. Años después utilicé su expresión para decirle a Jacobo Regen, que su poética se alejaba del paisaje, “salvo en El vendedor de tierra ahí puede haber algo”, me aclaró el salteño; “ahí se le escapó una hormiga”, acoté y la conversación se extendió amablemente por toda la noche.

No he vuelto a ver a ninguno de los dos poetas pero cada tanto releo sus libros y vuelvo sobre la monumental “Obra Completa” de Juan L. Ortiz, editada por el Centro de Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, (es a dicha institución a quién le corresponden todos los créditos, sin su permiso, reproduzco fielmente el siguiente artículo para mejor utilidad y provecho de las jóvenes generaciones del norte argentino).

Néstor Groppa


Prosa – Comentarios

(páginas 1089 a 1092 de “Obras Completas” de Juan L. Ortiz. Santa Fe, 1996)


El lector y el duende

(Alrededor de Indio de carga de Néstor Groppa)

Después de Taller de muestras en las ediciones de “Botella de mar”, donde, tras de algunas más o menos complacientes o más o menos felices “greguerías” recortadas al hilo de un viaje desde Boulogne Sur Mer hasta el norte de nuestro país, y de una ternura funambulesca por momentos no era difícil prever, en el supuesto de una labor continuada, la “trama” y aún el “tono” de la que seguiría, he aquí que Groppa nos da, con el sello de Tarja, la increíble revista de Jujuy, un conjunto de poemas ilustrados por Audivert, Policastro, Pantoja, Castagnino, Onofrio y Pellegrini.

En efecto, los “elementos” latentes, sobre todo, en la segunda mitad de Taller… determinan, como una savia, este segundo libro. El cual se abre, transparentemente, por cinco cuartetas dedicadas a Vicenta Groppa, muerta en 1939, que ya fuera objeto de una muy tierna y muy mimética “tarjeta”, cuando la nostalgia de Navidad, en el tren por Santiago de aquel viaje; nota que por cierto, es la única aquí y que acaso ilusionara a más de un lector con una limpidez que no podía corresponder a los aires ulteriores, a pesar de la latitud y de la gentileza de este Virgilio o de este Orfeo de “Las Liebres”, sin el “charme” tradicional, que no tenía especial interés en encantar lo anónimo o las divinidades de la piedra sino que más bien tendía a rescatar con sus aristas, hacia, quizás, una imagen que a todos nos atañería, su experiencia de esa humanidad que va subiendo, o bajando, mejor, por su mismo “veneno”, víctima toda ella, todavía, de otra serpiente: la serpiente “histórica”…

Y se da así en recuperar la melancolía nativa curvada siempre sobre los terrones… los ojos vecinos que clavan desde el hambre en el reproche de los niños… el pobre loco “Ramos” que trabaja el agua, y las manos en vela de los campesinos, sembrándose, pese a todo, ellas mismas; y arriba, arriba, la raíz de América, “el aire”, ésa que fuera arrancada “cristianamente” de su corazón, y que sobrevive aún, en un desplazamiento monstruoso, a lo largo de las “estaciones” o del calvario de los conchavos, bajo el peso de una pesadilla sin memoria, con una tenacidad, por otro lado, de muñones, capaces de reblandecer, despegadas las hojas y desplegado su tiempo, el “Hylli” de todas las mieses…

Luego es “Leopoldo” (El labrador), su pequeño discípulo o su pequeño silencio que va, con el derretimiento del propio silencio en las figurillas de los años, bajo una sed aún de silencio… con el silencio que se ahila a través de las gramillitas… y con el silencio de las imaginerías del agua…: que va, con todos esos silencios, a una nada de sudores, frente al silencio, también ajeno, que éstos cavaran…

Y es “Heleno” (El minero) con sus veinticuatro años ya sabios, cerrados repentinamente cuando se abrían, abajo, en el juego… despedido por unos sombreros y unas camperas encanecidos de súbito, y esa lágrima de sal que ha de arder en flor, también, al crecer en la separación y la fidelidad, hasta la perla que asimismo morderá la reminiscencia…

Y es el “Changador”, de las cimas del hielo y de las leyendas, que llega con su ilusión y su dulzura, por encima del enrojecimiento de la “cuadrilla” y del desleimiento ocasional de los surcos: que llega con su ilusión de otro lugar de América... y que, como los otros, fue un peso que ninguno asumía pero que debía caer correctamente, aunque “en huesos”, y tener por única almohada el cieno del canal y por único sudario el velo del mismo con la consecuente piedad de todos, de todos los deshojamientos del cielo…

Y es la “Chiriguana ciega”, en el brete de la zafra, el monte entero en el agua de los ojos, hiriendo a través de éstos con las cosas que miraran desde el horror de los feudos de arriba entre sus compañeros –y que ahora ven, a su vez, esos sarmientos externos… casi toda cáscara, ella, a la intemperie, y que ha de desprenderse, todavía, quizás con los dedos abiertos sobre un infierno…

Y es el “monte” mismo como una corola invertida de la altura, desplegándose hasta un infinito de hojas y de hálitos; padre de todos los espíritus y de todas las gracias que no encuentran a nadie, a no ser los pájaros, para la donación, y que, por otras partes, desde las profundidades, sube en el surtidor de las maderas hasta la ausencia más cristalina, aunque equilibrando sobre sus brazos la quimera de la gente que queda, por cierto, a nivel de las polvaredas; y es él mismo, por sus siglos y siglos de sumas sin precipitación, una especie de expectativa de cuento en que un ala encima del mar desdeña toda orilla y todo mástil… y hondísimo de verde e igual de luna, él, a la vez, se estremece ahora en una vejez de jardín que no concluye de incensar, imperceptiblemente, lo imposible de la duración…

Y es “La mano”. La historia, ¿conocida? de la mano a lo largo de las edades, desde la visera para la visión entre las caídas del silencio hasta el redescubrimiento azorado de los deditos que alzan un pétalo de ave o una pluma de flor, uniendo un circulo de milenios que pasara por todas las inscripciones, aéreas o profundas, exteriores o íntimas, del quehacer humano…

Y es por último “La libertad”, referida a la esperanza de América, pero con los millones de sacrificados de todas las tierras y de todos los tiempos, que vanamente la rastrearon con sus tejidos fundamentales; la mala palabra, aunque sin figura, desde las tablillas, mas aire también, bajo el duelo que cierra el momento, para los enfurecidos albañiles que continúan aquí… este aquí espumado por la eternidad de dos mares y que se mide en medio de los aparecidos de las culturas asesinadas y pilladas, y los pétalos, aún, de aquéllas que en el vértigo de las eras y por poco cielo, tallaran urbanísticamente, la azucena de la luz…

Es la libertad que se quiere hallar detrás de las fábulas y los cementerios de la “familia”, y la que la roca y los harapos, antiquísimos testimonios del sufrimiento continental, han de mirar, por fin, reintegrados ya, nosotros, en la dimensión original; y por lo que perdure de los oficios, por las letras nacidas de la sangre, por las siempre-vivas que digan del compromiso, ellos han de saber de nuestras preguntas por ella… porque de las venas abiertas en las minas, de la cronología ignorada de las penas sin nombre, de los siglos hundidos de que brotan las muchedumbres de hoy… ella, ella, amasa ahora la harina que la consagra, a manera de esa flor oscura que hizo posibles, bien que malamente, los días… Y esto no podría ocurrir de otro modo, ya que es inconcebible que se pierda tanto trigo de padecimiento en la siembra de las épocas, incluyendo, desde luego, la que nos toca soportar…

Mas nos hemos demorado, en resumidas cuentas, en el juego de traducir a las nuestras, y con “paso redoblado”, algunas imágenes que nacieran, presumiblemente, con el suyo, “de danza”. Se trata de una simple flaqueza que nada tiene que ver con intento alguno de probar la “intercambialidad” de lo que hace una poesía con la que no pudimos menos de ir consintiendo hasta caer -oh ligereza nuestra- en tal pecado. Por dicha, quienes, después, lean el libro, han de comprobar, con el cotejo, la palidez de esta versión cuya frivolidad resultaría sólo cohonestada sí, por su lado paradojal, llevara a un contacto directo con aquel.

Pero el diablillo que nos despega oportunamente de toda criatura literaria o artística llega siempre con unas chaquetillas más o menos “estéticas”, o más o menos justas, o más o menos flexibles, desde las llamadas “eternas” hasta las distinciones “militares” (“vanguardia”, etc.) de los academismos últimos, a objeto de que, enfundada la que la prueba aconsejase, no se confundan la “posición” del “este” en los alineamientos del “campo” o en las disposiciones de la “jungla”…

Quiere decir que henos en la ocasión frente a una vida posible de tales endosamientos… endosamientos cuya integridad, ciertamente, queda librada al azar o a las curvas de la fortuna “bélica”…

Mas nuestra “inocencia” misma, ah, casi husmeara a Renard, casi husmeara a Gómez de la Serna, casi husmeara a Girondo, casi husmeara a Fernández Moreno, a propósito de la tijerillas y de las bolatinerías de Taller de muestras. Y es que, ya se sabe, nos “penetran tanto las letras” que resultamos al fin hechuras de sus heridas, con la respiración y todo.

Se explicaría, entonces, que si eludiéramos las sastrerías del duende, no pudiéramos evitar en cambio las “cuestioncillas” que, desvestido a su vez de la oficiosidad castrense pero con los automatismos de la “Intendencia”, aún, por la facilidad de sus exigencias, él mismo nos abriera en seguida, cerrándonos, casi, el paso:

-¿Te quemó acaso en El indio… el calor de la llama última y resucitó en ti una fuerza que no sabías? ¿Ha pasado él, como el niño entre los doctores, a través de su propia piedad y de “las palabras de la tribu”, con una certidumbre de pluma? ¿Ha transferido su hacer a un mundo que ha de vivir únicamente con su vida, y ello, por ventura, con esa gracia que ni siquiera articula y que suele morir en el silencio? ¿Llegó él a la ligereza requerida para hallar y develar la realidad purísima del sentimiento, más allá, naturalmente, de un tejido prosódico, y más allá, todavía, de la “lamparilla” común? ¿Alcanzó así la semilla extrema de la luz, sobre los límites poco menos que de lo inverosímil, y astronómicamente arriba de toda arieta al liberar las virtualidades de los mecanismos interiores y llamarnos, consecuentemente, sin ninguna cortesía? ¿Habría, por lo tanto, signos en él del sacrificio de todas las mentiras y vaguedades y filoxeras del lenguaje y de los correspondientes reflejos de la mentalidad comunal y de las convenciones comunales, por el acceso a un universo primero, bajo la oscuridad, también primera, en que se habría querido desaparecer? ¿Más habría, asimismo, una manera como de ángel de llegar hasta la raíz de todo, y esto, según se da en algunos, en una sola fiebre con lo anterior: en el centro, si cabe, de ésta que denominamos “llama última”?

-Pero me estás hablando –le corté- y por momentos hacia el borde de cierto abismo teológico, más bien del camino que sigue la “claridad” poética, en general, que preguntándome por las aventuras de una “relación” dada, aunque dicho camino dependa, sin duda, en proporción muy considerable, la calidad de la realización que no queda, justamente, en el camino. Y por otro lado, con todo su rigor, has caído en un “trasiego” similar al mío, de un “vino” que, perdóname la jactancia, bebí de la propia cuba… Ese “vino” que está, de seguro, entre los que han iluminado mejor todas las vías de la expresión poética… ese “vino” que ha saludado con “generosidad” muy evangélica las posibilidades de aquéllas que por su condición de “reales” y dinámicas parecieran más alejadas de sus viñas y que vendrían a significar, por el contrario, otra probable redención de la mezquindad y lujuria del mismo espíritu, confundidas frecuentemente con el “ángel”… redención ésa que él confiase al reencuentro con el hermano y su realidad primordial, sobre un planeta de epifanía… ese “vino que ha ido hasta esperar, en fin, de los fieles del “Señor”; si debiesen ellos callar en la imposibilidad de un acuerdo con lo que mueve a otra fe, que siquiera no olviden la superioridad del martirio en relación a la propia poesía…

-Más ambos “por las ramas”, ¿entonces? –me incluyó- ¿Por qué no despachamos de una vez nuestra diligencia jurídica?

-Acabo de pensar que quizás el Indio de carga camine en la dirección de esa poesía que, por lo que se sabe, todavía no ha nacido del mismo seno que la gestara… camine desde luego, con los pasos que le rima su sangre, pero desde la “historia” y hacia la “historia”, ¿por qué no?... Y he pensado también en lo que dijo más o menos Neruda de la poesía de América: que admitidas la amplitud y la inocencia del paisaje, su “reflejo” lírico no podía sino frisar en al épica en cuanto cierta forma de la “enunciación”. Y es sugestivo a este respecto que un joven poeta inglés, de ningún modo fluvial, llevado a desplegar las imágenes de la pampa que le tocara en su niñez y en su primera juventud diera por poco en la narrativa de un río nuestro, no siempre, por supuesto, salido de madre, y más parecido a Vallejo por su trasluz y su “pathos” que al propio Pablo aluvional… y ah, es verdad, “residencial”…

-Te has referido tú mismo, si bien sospechándola, a una “dirección”, o lo que es igual, a una “posición” que tiene su nombre entonces en esas prendas que lanzaste con tu mirada por ahí. Te invito a que arrojemos la red de los “condicionamientos” de fibras ay, tan enlazadas y tan ininterrumpidas, y valoremos ya la “condición” que escapa a ella. O la chispa, si quieres.

Me había visto contra la pared de aquel verbo premioso…”despachar”… Ahora era “valorar”… ¿Dónde estaba pues? ¿En una oficina de Tribunales o en los pasillos de una Bolsa?... Y yo que con mis resabios nihilistas no me hubiese sentido cómodo, oh no! En una toga “estética” decidiendo “en nombre de todos” y para que “exista en cierto modo para todos”, sobre lo que no se agota en mi instante ni cabría consiguientemente destacar de las contingencias de un diálogo reanudable y de cualquier modo circunstanciado, cuando no de una relación fuera del tiempo…: yo era ahora compelido a “fijar”, bajo la misma urgencia, el “precio” de lo que tenía para mí el sentido de una “presencia”… Mas consciente y todo de las ondulaciones “bursátiles” y de las ondulaciones “judiciales”, con curvas unas veces de siglos y otras veces de vértigo para las hojillas de laurel… pero sin desconocer por ello la “explicación” primera o última de toda sentencia y lo que ésta, por su sencillez misma, debe forzar a vivir… y teniendo para mí que de existir la posibilidad de alguna jurisprudencia para resolver hasta sobre poemas que nos “parecieran” ya “descomponibles”, dicha “ciencia” nacería, igual que la poesía, con cada poeta, lo que la negaría como tal, al ser los poetas inasimilables entre sí u objetos solamente de una estimación ligada a sus virtualidades y sus grados de verificación, sin desdeñar, de fijo, los encadenamientos que hacen o van haciendo la originalidad tan poco libre, ay: con todo esto, sí, no me restaba más que mostrarme cortés con la impaciencia de mi “familiar”, bien que, principalmente, era tiempo de librar al noble “indio” de mayor “carga” de palabras… Mas no sería resultado, él también, a pesar de lo que tal vez una malhadada lupa consideraría como traicioncillas de su “momento” retórico, muy fiel sin embargo éste, en general, al integrar una inspiración bastante segura, por lo demás… no sería resultado, él también, según dijera Blyth del “haiku”, “del deseo, del esfuerzo no hablado de no escribir más poesía, de no oscurecer más lejos la verdad y la magnitud de una cosa con palabras pensamientos y sentimientos”?... ¿Y este afán de respetar la transparencia sagrada, no se habría trasmitido, atravesando aquí y allá la “elocuencia” fatal, a esas sus apelaciones repetidas al silencio? ¿Al silencio por su calidad de atmósfera, de materia misma de los dramas, y de pupila acusadora; silencio que requeriría, y él debe sentirlo asimismo, la evocación de otro Chirico o de otro Rouault, más que la de los “blancos” de la palabra o los suspensos de la “pantalla”?...

¿Qué la lupa aún fijaría insignificantes arrastres y breves languideces en la corriente anecdótica? Pero esta corriente, por instante, parece venir del mismo silencio…

¿Qué el instrumentillo, o nadería estetoscópica, mejor hundiéndose más en la indiscreción, no percibiera siempre el ritmo íntimo de los poemas –ritmo qué él ligaría a su mejor verdad- y que cuando dicho elemento era sensible solía experimentar que chocaba contra la densidad misma de algunas imágenes?

Mas sin discutir su “oído” le recordaríamos que ese latido no es la única referencia segura sobre el movimiento “en sí” o el de la transposición de un impulso, ni lo único que rige desde adentro la “necesidad” de los ademanes. Sería en todo caso como otra medida, muy fluctuante, de algo más interior, si se quiere: de esa melodía de surtidor cuya presión es la que nos parece crear los juegos que redimen. Si éstos, en la presente circunstancia –le concederíamos- fueran unas veces cubiertos por el peligro, o por su propia masa, más exacto, y otras conformes a las “cargas” de ésta, la debiesen cortar o la debiesen sesgar, angulosos, por así decir, del “estilo” que la flotación les imponía, no cabría decir, o, no, que los poemas desapareciesen… Ahí están, unos consigo mismos y héroes de sí mismos sobrevivientes de la tragedia o del silencio, sobre la playa de los ecos y ay: de las consecuencias “interpretativas”, “intendentiles” y “forenses” que se advierte, pero indudablemente lo peor, de los humos de las divagaciones con la quimera, aún, aunque eventual, de unos sentidos de vidrio: desde la segunda todas esas repercusiones, bajo el signo de nuestro pequeño “espíritu”, tan empleadillo o tan sargentillo, ah, de las “visualizaciones” y disecaciones” y “fallos”, o de las propias sombras que deben seguir al amor.

publicado en El Litoral, el 12 de abril de 1959

Colchón salteño

resto sin editar de
Las Notas del Carnicero


La sociedad sin clases

resto sin editar de
Las Notas del Carnicero



domingo, 30 de enero de 2011

Palabras para jóvenes poetas que buscan reconocimiento


de VIDA DE SCHILLER
por Thomas Carlyle

(sí, sí, ya sé de quién se trata, etc... pero viene bien recordarlo, y además, no presto más libros)

"Si el conocimiento de la sabiduría fuera practicarla; si la fama trajera la verdadera dignidad y paz de espíritu; o si la felicidad consistiera en darle a la inteligencia su alimento apropiado y rodear a la imaginación de la belleza ideal, una vida literaria sería la suerte más envidiable que este mundo nos ofrece. Pero la verdad es muy otra. El hombre de letras, como otro cualquiera, no tiene unos deseos inmutables y obtenibles; comprender y realizar son dos cosas, tanto en él como en los demás, muy distintas. Su fama raras veces ejerce una influencia sobre la dignidad de su carácter y jamás sobre la paz de su espíritu; su brillo es externo, para el espectador; en el interior, no es sino el alimento de la inquietud, el aceite vertido sobre el fuego inextinguible de la ambición, que vuelve a encender con renovada vehemencia la llama que amortigua por un momento. Además, este hombre de letras no está hecho totalmente de espíritu y arcilla: sus facultades pensantes pueden ser conformadas y ejercidas noblemente, pero para hacerle feliz precisa tener tanto pensamientos como afectos, y si no le dan trajes y comida se muere. Lejos de ser la más envidiable, su vida es quizás, entre las muchas formas de vida con que un espíritu ardiente se esfuerza por expresar su actividad, la más llena de sufrimientos y degradaciones. ¡Mirad la biografía de los escritores! Salvo el Calendario de Newgate, es el capítulo más triste de la historia del hombre. Las desgracias de estos hombres son un tema fecundo y con demasiada frecuencia sus faltas y sus vicios han corrido parejas con sus desdichas. Tampoco es difícil ver por qué ha sucedido así. El talento de cualquier clase va acompañado generalmente por una peculiar finura de sensibilidad; ésta es el constituyente más esencial del genio; y la vida, en cualquiera de sus formas, reserva bastantes pesares para los corazones formados de ese modo. La ocupación literaria acentúa esta tendencia natural; las incomodidas que la acompañan llegan a convertirle en una tristeza morbosa. Los afanes y cuidados de la literatura son los afanes de la vida; sus deleites son demasiados etéreos y pasajeros para proporcionar ese perenne flujo de satisfacción, basto, pero abundante y sustancial, de que está hecha la felicidad en este mundo nuestro. Los esfuerzos más acabados de la mente le proporcionan poco placer; frecuentemente le acarrean dolor, pues los objetos de los hombres rebasan con mucho sus fuerzas. Y la recompensa exterior de estas empresas, la distinción que confieren vale menos aun; el deseo de la misma es insaciable, aun siendo afortunado, y cuando se fracasa se convierte en celos y envidia y en todo sentimiento lamentable y penoso. Un temperamento tan aguzado con tan poco que lo frene o satisfaga, con tantas cosas para tentarlo o hacerlo infeliz, produce contradicciones que pocos pueden conciliar. de aqui la infelicidad de los literatos, de aquí sus faltas y sus locuras.
La literatura está expuesta, por tanto, a construir una ocupación peligrosa y desdichada incluso para el aficcionado. Pero para aquel cuya posición y comodidades dependen de ella, que no vive para escribir, sino que escribe para vivir, sus dificultades y peligros aumentan terriblemente. Pocos espectáculos son más tristes que el de un hombre así, con esas dotes y ese destino, llevado de acá para allá a empellones en el rudo ajetreo de la vida, cuyos golpes está tan poco preparado para soportar. Acariciando, quizás, los pensamientos más elevados y embarazado por las necesidades más mezquinas; con propósitos puros y santos y arrastrado, sin embargo, del camino recto por la presión de la necesidad, o por el impulso de la pasión; sediento de gloria y necesitado con frecuencia del pan cotidiano; oscilando entre el empíreo de su imaginación y el triste desierto de la realidad; agarrotado e incómodo en medio de sus mayores esfuerzos; insatisfecho de sus mejores obras, disgustado de su fortuna, este hombre de letras pasa con frecuencia sus fatigosos días en luchas con la miseria oscura: hostigado, apesadumbrado, rebajado o enloquecido; víctima a la vez de la tragedia y de la farsa; la última avanzadilla desesperada en la guerra del Espíritu contra la Materia. ¡Muchas son las almas nobles que han perecido amargamente, con sus tareas inacabadas, bajo estos dolores corrosivos! Unos en medio del hambre más extremada, como Otaway; otros en medio de la locura, como Cowper y Collins; otros como Chatterton, han buscado una quietud más rigida y volviendo sus pasos indignados de un mundo que les ha negado acogida, se han refugiado en esa recia Fortaleza donde la pobreza y el frío desdén y los mil achaques que la carne engendra no pueden alcanzarles nunca más.
No obstante, ¡entre esos hombres se encuentran los mejores ejemplares y los principales benefactores de la humanidad! Son ellos los que mantienen despiertas las partes más bellas de nuestras almas; los que nos proponen mejores objetivos que el poder o el placer y contiene la soberania total de Mammón sobre la tierra. Son la vanguardia de la marcha del éspiritu; los exploradores intelectuales que reclaman el desierto ocioso nuevos territorios para el pensamiento y la actividad de sus hermanos más afortunados. ¡Es una pena que de todas sus conquistas, tan ricas en beneficios para los demás, recojan ellos tan poco fruto! Pero es vano quejarse. Son voluntarios en esta batalla; pesaron los encantos de la lucha y sus peligros y tienen que atenerse al resultado de su decisión, como todo el mundo. Las durezas del camino que emprenden son enormes, pero no todas inevitables, para los que prosiguen rectamente no carece de grandes recompensas. Si la vida de un escritor es más agitada y penosa que la de otros hombres, puede tambien hacerse más interesante y exaltada: la fortuna puede hacerle infeliz; sólo él mismo puede hacerse despreciable. La historia del genio tiene, efectivamente, tanto su lado oscuro como su parte brillante. Y si es entristecededor contemplar la miseria y, lo que es peor aun, el envilecimiento de tantos hombres dotados, es doblemente reconfortante, por el otro lado, reflexionar sobre los pocos que, en medio de las tentaciones y pesares a que está expuesta la vida en todos sus dominios y más aún en la de éstos, la han atravesado con tranquila y virtuosa majestad y se hallan ahora aposentados en nuestras memorias no menos por sus conductas que por sus escritos. Tales hombres son la flor de este bajo mundo; sólo a ellos puede aplicarse en su verdadero sentido el espíteto de grandes. Hay una congruencia en sus acciones que nos deleita contemplar: "el que escribiera poemas heroicos debía hacer de su vida entera un poema heroico".

viernes, 28 de enero de 2011

Soneto del Calamar

Squid Sonnet

The look you shot me, milk-blue squid of Kimmeridge,
was one of recognition.
To you, I must have seemed an ogre, the kind that mothers
warn their children of. Something in you stiffened—

and the whole wild treble-clef of you leapt five foot
clear of the water,
then vanished through the bladder-wrack. Love you as I did,
I would have been the death of you.

And so, half-honoured and half-humbled,
I went back along the beach to the obsessive clink
of fossil-hunters' hammers, and the burdened buggies,

over the bridge and up the narrow, foot-worn path
where the eyes of people coming down declined

to meet the eyes of those returning to their cars.

Annie Freud


Soneto del calamar

La mirada que me lanzaste, calamar de leche azul de Kimmeridge

fue de reconocimiento.
Debí parecerte un ogro, del cual las madres
advierten a sus hijos. Algo en ti con convicción

salvaje te hundió en un clavado de cinco brazadas

en el agua clara,

a continuación, te desvaneciste tras una melena de algas. Como aquella vez, te amo,
habiendo sido tu muerte.

Y así, un poco honrado y otro poco humillado,
regresé por la playa siguiendo el obsesivo golpe
de martillo de los colectores de fósiles, los buggies asolados

sobre el puente, subiendo por el camino estrecho, desgastado por el paso
de las personas que descienden y bajan sus ojos

para encontrarse con los ojos de aquellos que regresan a sus coches.

Annie Freud


jueves, 27 de enero de 2011

Desprendimiento del fantasma

vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

Francisco de Quevedo



Para un efectivo desprendimiento del propio fantasma primero debe asegurarse de estar muerto. Aquí se requiere de certezas. La muerte es una condición ineluctable para el desprendimiento del fantasma por el simple hecho de que no hay fantasmas de seres vivos, al menos no en la forma en que entendemos al espectro o alma. La muerte es necesaria porqué con ella viene el primer paso en la conciencia del ser fantasma, la inmovilidad. En los primeros momentos de la muerte uno no sabe que esta muerto. Cree que puede respirar y aún pestañar, cuando descubre esa imposibilidad, y esto sucede pasados algunos minutos después del deceso, entonces uno comienza a reconocerse como muerto. Lo primero que se observa es el propio cuerpo inmóvil, que ha dejado de ser lo que era, un instrumento que se hereda de la naturaleza y que ahora sin pensar demasiado, hay que abandonar. Desde la posición horizontal, si se ha tenido la suerte de morir así, podrá observar y escuchar lo que sucede con su muerte. Será inevitable la desesperación, deberá ser fuerte, esta ya no sirve para nada, tendrá que soportar el llanto de los deudos, las confesiones intempestivas, la soledad de la situación. El primer impulso será el de tocarse, observarse las manos, alzar la cabeza y mirarse la punta de los pies. Es natural. La incipiente sensación reconocible será la de estar dentro de un sueño, y tanto como en la realidad de la vida, si es que el sueño forma parte de esa realidad, la primera afirmación de personalidad será observarse las manos; no se espante, no podrá verlas pero podrá sentirlas. Sentirá su peso, el ejercicio de la querida articulación al cerrase, podrá extender los brazos y no podrá aferrarse a nada, por eso mismo deberá conservar la calma puesto que si alguien llora no podrá consolarlo, a cambio, podrá verlo y escucharlo. Pronto se dará cuenta que no puede emitir sonido, nada saldrá ya de su boca; si bien esto puede angustiarlo, comenzará a tomar conciencia de la situación, de los pro y los contra de la misma. Podrá observar los primeros síntomas del olvido; podrá percibir la congoja, el odio o la indiferencia de los deudos; que ya no podrá influir con gestos o palabras en el mundo de los vivos. Apreciará, al fin, la corrupción de la materia sobre la que descansa la vida. Entonces, querrá erguirse, dudará un momento, tomará confianza y sabrá que no causará ningún espanto. Si mantiene la boca abierta no será por necesidad física, será más bien por asombro. La pérdida de los sentidos que lo han acompañado será paulatina, las sensaciones se irán disipando o mejor aún, se fundirán en un sin sentido de la percepción. Habrá notado o recordará que los muertos padecen de frío y eso será lo único concreto que lo remita a su memoria corporal, percibirá el frió en su penetrante laceración, deberá asumirlo, es solo la memoria del frío. Si usted actúa con cautela y decide no incorporarse, perderá las posibilidades fantásticas del movimiento. Aquellos que extrañen la vida y se rindan al temor, no gozarán de la situación y de muertos viejos, penarán en el calvario. Muerto, podrá moverse libre dentro y fuera de su cuerpo. Verá finalmente que su yo, su verdadero yo, aquel de la mortal envoltura, es mucho más flexible y ágil. Si su atención se dirige a estos primeros detalles, tendrá un futuro venturoso como fantasma, sino, sabrá que le esperan años de estoica inmadurez y triste provincianismo. Si es ágil y rápido sabrá dejar atrás la memoria que tenía del frío y asumirá mejor el nuevo escenario. Un escalofrío inicial recorrerá lo que fue su espalda, será un desgarramiento sin dolor pero la sensación de desprendimiento no será sin angustia, al fin y al cabo está deshabitando un lugar entrañable. Ese desprendimiento lo alejará del sentido de las palabras. Téngase confianza, ingresará a un espacio alucinatorio y deberá acostumbrase a la física del lugar, a la cambiante disposición de una vida inmaterial. Verá, podrá levantarse y observarse a si mismo lo cual es toda una novedad, si quiere comparar piense en el espejo y tendrá por ahora y hasta su muerte una vaga idea de lo que le espera cuando se encuentre con sus restos; querrá compadecerse y una ligera nostalgia como una nube se instalara en su pecho pero al final del impresionante shock que será clavar su mirada en sus propios ojos vacíos, sabrá reponerse. Es tanta la conciencia que carga un fantasma que rápidamente recuperará la autoestima. Ahora resta ponerse en pié. No podrá, usted flota insensible preso de una nueva decadencia que no requiere del tiempo para expresarse. Si no escribió un libro, difícilmente alguien vuelva a conversar con usted. Será importante no mirar atrás, no habrá despedidas, todo será cómo una ligera bienvenida y algo no pensado le permitirá desplazarse entre paredes y superar alturas; nada le pertenecerá, no podrá aferrarse a ninguna cosa, el sentido de posesión está firmemente anclado en la conciencia y será su yoga el desterrar ese forjado materialismo. No será fácil, esto sucede una sola vez, cómo en la espontánea decisión por la vida, el desprenderse en fantasma hacia la muerte.