miércoles, 18 de abril de 2012

Viñeta I



La virgen en andas
Por Manuel J. Castilla

para El Intransigente, 17 de diciembre de 1959

Atardecía. El chaco recibía la noche entre dorado y negro. Los montes de quebracho, de algarrobos, de guayacanes parecían velar en silencio. El caserío era apenas una mancha en la llanura. Cerca nomás estaba la montaña. Las lomas más chicas y ya verdeando de churquis y yuyarales.
Era en Anta. Y era también el día de la Virgen, iban a llevarla en procesión. Adelante, como para enfrentar el viento, se colocó el bombo. A su lado se pusieron los violines. Pero más al frente, a la cabeza de todos, se ubicaron los abanderados. “Es puro el blanco y es puro el azul”, dijo uno que iba al último, mientras miraba la bandera.
Después se fueron. La Virgen tenía una túnica azul. Flores de papel formaban una guirnalda a sus pies. Iba en una hornacina y sobre un par de andas. Le amanecían rosas en las mejillas.
Las manitas juntas con sus dedos rosados estaban como en éxtasis también.
Iba sobre los hombros de los criollos. Algunos tenían los ojos rojos de la amanecida. El del bombo, cuando inició la marcha, iba espantando loros. Subieron la loma a puro silencioso empuje. Casi alegres, callados de fe. Las mujeres parecían no pensar nada. Seguían a los hombres nomás. Sus ojos húmedos pedían un milagro en silencio.
Así, lentamente llegaron hasta el borde de la loma alta. Después bajaron igual como habían subido. Cumplían el rito y la recorrida de todos los años. Hasta que llegaron a las casas. En una de ellas, al amparo de un alero la dejaron a la Virgen. Solita entre flores azules y rosas rojas, todas de papel. Junto a las velas, había un vaso de vino.
A todo esto los hombres pidieron la caja y cantaban. Bagualas largas salían de sus bocas tristes. La noche estaba alta, bien alta. Sobre el amanecer, a los pies de la Virgen del Valle una estrella parecía dormir sobresaltada por la bulla del bombo.

Esta nota como la anterior viñeta, forman parte del libro:

El Oficio del Árbol
Obra Periodística de Manuel J. Castilla, 1940 - 1960
(Selección, prólog y notas de Alejandro Morandini)

jueves, 23 de febrero de 2012

los poemas de Cormenzana



Cantaré tu sueño
imitando la voz
que habita mi cuerpo
hasta pronunciar
mi nombre.


El mito
El sentido de una existencia singular, aislada del resto y por entero entregada a la cadencia de la voz propia y que hace de su aislamiento el escenario público, se constituye en uno de los rasgos distintivos en la elaboración del mito contemporáneo. Pero ese relego introspectivo una vez más exige una radicalidad absoluta. Allí donde la escena contemporánea de la poesía se sobreestima, haciendo de la palabra lo menos relevante del espectáculo, debía procurarse el poeta una intimidad lo suficientemente poderosa como para no caer hechizada frente a los espejos.
Tal ausencia de la escena poética debía ser absolutamente notoria; el instinto, esta vez, enteramente persuasivo, así lo advertía. Pero aquel sacrificio no debía ser un sacrificio, sino más bien un solipsismo deliberado, un alejamiento sin distancias. El reposo con dolor no es reposo, exige el alerta de la conciencia insomne. Osvaldo Aguirre, decía del poeta Cormenzana, que se había retirado a cultivar su propio mito. Osvaldo, veía el espectáculo pero no comprendía el procedimiento del artista. Su retiro de la escena literaria, es sí, una ausencia calculada, no para continuar la representación en otro espacio, sino para preservar al actor del personaje. La crítica ha interpretado al Cormenzana inédito, como un poeta maldito, mito simplificador de conveniencias, pero no pudo abordarlo en otro plano que no fuera desde la mimesis propia con la naturaleza de la situación.
Álvaro, no es un mito, su radicalidad deviene de la propia ligazón que tiene con la lengua. En todo caso, son los poemas en su precaria autonomía, los que procuran constituirse en microformaciones psicológicas, piezas únicas de una exquisita sensibilidad. En ellos las palabras ya no son símbolo, son sentido. ¿Pero es que no hay símbolos en su poesía? Sí, pero no son estatuas vivientes mortificadas en una bochornosa quietud; son situaciones lexicales, denotativas, que no revisten carácter de permanentes a lo largo del poemario. Ni “el violín”, ni “el mago”, ni la única “flor” que aparece a lo largo del libro son entes conceptuales, no conservan ninguna permanencia de sentido; de un poema a otro pierden su virtud y constituyen otra figura retórica. Sus sustantivos son los restos diurnos de una lengua que el sueño reúne y esparce en su discurso.
Pero eso no es observable desde la platea. La poesía de Álvaro no era apta para el examen y mucho menos para su admisión en los escenarios atléticos y competitivos de la literatura contemporánea. Tamaño desplante provoca disímiles elaciones. Lo primero en ser observado es la ausencia de productividad; la alta productividad es tomada como un valor estimable por la crítica, la falta de rendimiento remite a una presunción de extrañeza con el poeta. Desprovisto de sociabilidad, ya es, o un sujeto encantador o peligroso según los humores con que se lo atienda. De su operación senestésica, se advierte el tráfico de sentido y de ese pequeño trabajo se observa la carencia a que obliga toda sustitución. Objetivistas y neobarrocos, no asistieron a sus ceremonias. Durante 35 años los poemas del jigante se refugiaron en la literatura de nuestro norte, pero la suya no obedecía a una actitud regionalista, por el contrario, el pago chico lo ignoró o peor, deliberadamente, sus exégetas se dejaron llevar por la confusión y sembraron la historia mítica. Álvaro, era el poeta al cual se escuchaba, los rastros impresos de esa poesía eran escasos, los poemas circulaban en papelitos entre amigos, pero no había nada de heroico en ello, situación que ya no observarán los antólogos a partir de la reciente edición jujeña.

Tocando el violín
con los pies
en medio del río,
lograba que el agua
recobrara su memoria.


El síntoma
La Belleza es el síntoma. Finalmente, no se trata de estar de acuerdo con las exigencias del poema, ni con Cormenzana, y así, con toda la poesía. No es cuestión que pueda establecerse por convenio; es la emergencia de Belleza en palabras que abre sentido en el mundo. Esa es la Diferencia de la que habla Heidegger, entre cosa y mundo y donde anida toda poesía. El mensajero, en este caso el poeta, carga en si el dolor de la experiencia innegociable. El autor no puede sino estar pendiente de un solo acuerdo, tenso, con lo que su propio idioma consiente.
No se trata de un poeta proscripto por el cual reclamar ante las instituciones. Es más bien, una intuición ejercida por fuera de todo arreglo con la época; es, como se dice, una situación preexistente con la lengua. Fuera de alcance de los avatares sociales, tal vez. Dicho así, la metáfora del ausente en la Poesía Argentina, cobra una inapropiada víctima en los poemas de Álvaro. Luego de 1976 su Belleza interpela la falta de Belleza y toda vileza del pensamiento. Días pasados, en Jujuy, el poeta Alejandro Carrizo, enfático, afectado al momento de presentar este poemario, expresó desbordado: “Estos son nuestros poemas”. Pablo Baca, fue un poco más allá: “Siento estos poemas como propios”. Todos los presentes sabíamos de qué estaban hablando.

No me quedaré a ocupar
el lugar que tu voz
inventa cuando hablas.
Iré a tu lado,
a que mi mano
acaricie tu lengua
mientras cantes.


La máxima exposición social de los poemas del jigante ha merecido el juicio favorable de Olga Orozco, Roberto Juarroz y Raúl Gustavo Aguirre. Lo demás es anécdota. Otra operatoria social, si es que cabe la expresión, es la aparición de los epígrafes en el copete de algunos poemas; los de Li Po; Joyce; Juan José Hernández, podrán abrir las puertas a la percepción del poema pero en otros su efecto es nulo. Los poemas son para ser dichos, Groppa los ha publicado paulatinamente en la página literaria que dirigía, durante o después de la Dictadura, eso no importa; mientras tanto los poemas se editan verbalmente, se dicen y pasan de boca en boca buscando su fortuna en el decir propio. Con los años el poeta reúne una variada audiencia.
La fuerza de la seducción de estos poemas radica en el hecho de que fueron ejecutados para el oído de sus escuchas y para distraer y extraviar los sentidos de sus lectores; esta experiencia sensual, casi sexual, generativa y autárquica, no tiene otro afán más que el de procurar beneficios a su público. Aún cuando la crueldad sea el signo de la época y las turbulencias de la historia persigan como una sombra al cantor enamorado. El fenómeno del arte es tan etéreo que la poesía desemboca indefectiblemente en música, y allí, al final del día, cuando la palabra ya agotó toda su posibilidad expresiva, y si tal cosa fuera posible, cuando el hablar ineluctable de la lengua empalidece, quedan los versos finales del jigante: Sin música/sería invisible/el mundo.

Ventura es cima
Jorge Guillén

Cegados.
no sin luz,
solo cegados.
En palpar incesante
se suman nuestras manos.
Regresamos sin retroceder.
El sésamo del presente
cede su clave
y desplaza el tiempo de su seno.
Una vez allí,
meramente habitamos.
no creas que es poco.


La invocación
Para el poeta Ernesto Aguirre: “Todo poema es breve”. No hay mérito en la extensión. Su amplitud no depende de la brevedad, ni hace a su materia más profunda por la escasez de palabras. Todo poema trata asunto breve y toda laxitud termina por decir una sola cosa. Álvaro ha elegido las formas breves no para narrar detalles, la suya no es la iluminación trascendente, es más bien, el punto último donde se extingue la luz. Todas esas apreciaciones sobre el efecto provienen más de las exigencias del mercadeo literario que de la poesía misma. Si no es el camino de la fenomenología, la vía interpretativa del “jigante” será entonces, la que se impone para escuchar el silencio. Pocas poesías reúnen entorno suyo tanta necesidad de silencio como la de Álvaro. Pocos poetas ponen a sus lectores a escribir como lo hace Cormenzana. Cada oyente es su escriba, cada lector un interprete, cada poema una cifra.
En ti
me escucho.
Pero
sólo en tu nombre
alcanzo a oír
todas mis voces.
Aves
volando en el mismo sitio.


El soporte de su poesía ha sido durante años un decir. La pausa dentro de un hablar/hábitat del poema. Baca, ha expresado que Cormenzana, debería escribir tal como habla, el poeta ha contestado que él escribe sólo lo que no puede dictar. Decir quizás sea el procedimiento del cuerpo pero no el de la poesía. El poema no podía deshabitarse. Los Poemas del Jigante son los poemas de la juventud, lo que adviene como lengua originaria y sensible. Por eso el silencio, la más originaria de las expresiones, preanuncia y sucede a cada poema y los poemas lo conservan transitoria y sucesivamente.
“De Álvaro, su poesía esta en las conversaciones, con sus libros conservaremos algo”; palabras más palabras menos es lo que me ha expresado uno de sus más fervientes lectores/oyentes de este singular poeta. Heidegger expresa en su “De camino al habla”, que: “El hablar de los mortales es invocación que nombra... Poesía, propiamente dicho, no es nunca meramente un modo (Melos), más elevado del habla cotidiana. Al contrario, es más bien el hablar cotidiano un poema olvidado y agotado por el desgaste y del cual apenas ya se deja oír invocación alguna”. El poeta ha pasado muchas noches con su auditorio enseñando este párrafo luminiscente.
De cada sujeto hablante, lo que hay en torno a su decir, es un poeta. Lo que sucede con la palabra escrita es un desprendimiento, una dolorosa abertura donde lo que fluye es intimidad; en la brecha abierta, la llaga, la herida, o como pueda nombrarse, el sujeto se exhibe. Ese desprendimiento fue diferido por el autor y luego de varios intentos de publicación, finalmente los poemas adquieren cuerpo y pueden llegar a un auditorio más amplio.

Es el agua del tiempo
que se va por los espejos
Néstor Groppa


La anécdota
Ya había muerto Groppa. Y ya estaba tomada la decisión en 3Ramones Editores, de publicar los poemas de Álvaro Cormenzana, pero aún necesitábamos el sí del poeta. Ligeramente entristecido por la mala nueva, me dirigí en los días posteriores a Maimará. El poeta me esperaba; estaba recostado en la reposera en los fondos de la vieja casona; los álamos se mecían con el viento y el sauce y la higuera acompañaban su descanso. Teros, quitupíes y chingolos habían buscado refugio en el molle, esa antigüedad pensada en la creación. Hablamos del poeta Raúl Galán, del poder del verso, Ahora o nunca! De su llamada, de lo que ese verso exige, de su constante demanda al duende de la Belleza. Es decir, le dábamos vueltas al asunto sin encarar el motivo de aquella visita. Finalmente, cuando la tarde se iba apagando y el viento adormeciéndonos, me animé y le pregunté si era ahora cuando debíamos publicar sus poemas. Sí, me dijo, es ahora -o nunca, agregué-. No lo sabemos, contestó, pero impriman nomás, che. Luego bajé a Jujuy llevando la nueva, creyendo que la Belleza volvía a su lugar.

miércoles, 26 de octubre de 2011

murió en su casa durmiendo la siesta





Ayer murió en su casa de Limache el escritor Raúl Aráoz Anzoátegüi, yo lo conocí, me presto una biografía de Joyce; otra vez lo entrevisté y luego compartí con él algunos momentos en su casa. Era de otra época. Sabio y generoso. Manuel J. Castilla, lo tuvo entre sus tempranas amistades, luego se pelearon de por vida. Ahora todo eso terminó.

sábado, 8 de octubre de 2011

"Lean, che"











Breve homenaje al hombre que fue un llamado.
Lean,che. Bella frase de Lamborghini.
No es necesario que lean al CHE, basta con que se lea, nomás...

martes, 2 de agosto de 2011

Cielo de pobres celestes*



SALTA, 1930 – 1960
Un relato de pintores, rupturas e identidades
por Luna de la Cruz

edición a cargo de Roly Arias
para Ediciones de Galería FEDRO


“En la negación a una Salta idílica influyó también el peronismo como acontecimiento histórico. Los hechos políticos y sociales se incorporan al arte a través de un misterioso metabolismo que hasta ahora no interesó a los ensayistas”. Estas palabras de Walter Adet, en El arte detector de mentiras, finalmente aparecen refutadas con este libro. Si bien no es intención de la ensayista, el recorte temporal que propone para analizar el surgimiento y configuración del campo de las artes plásticas y la producción iconográfica de los imaginarios sobre Salta y sus tipos sociales, deja, al menos, como extemporánea la afirmación del poeta. El período escogido para su estudio comprende el más relevante y controvertible para la historia de la Salta moderna. Recordamos que en esos años se inaugura el primer Museo Colonial Histórico y de Artes; se crea la Escuela de Bellas Artes “Tomás Cabrera”; arriba a esta provincia el más destacado grupo de artistas para producir y transmitir su oficio; abarca los años de los primeros concursos o salones provinciales de plástica; el surgimiento de las revistas Ángulo y Pirca; comprende el período de los golpes de estado, con auge y caída del Régimen Conservador, y el de las transformaciones institucionales más formidable que haya vivido la provincia junto a la emergencia incontenible del peronismo como fuerza política de características revolucionarias. Luego de aquellos años, nada volverá a ser lo que era, ni siquiera para las delicadas disciplinas que persiguen Belleza.
Luna de la Cruz, realiza un examen, a la vez que una tarea interpretativa, de los discursos dominantes de una época plena de transformaciones sociales y culturales. Aborda discretamente el surgimiento del peronismo como fenómeno que aglutina y da sentido a la acción de las masas y al comportamiento de las elites. Pero no es el peronismo el eje de su trabajo, por el contrario, la autora no afronta abiertamente esta cuestión. Es la lectura que realiza del proceso histórico, la reformulación que hace de viejas antinomias y dicotomías, (culto – popular o civilización y barbarie), junto al análisis de las instituciones que surgen en lo que se define como génesis del campo artístico, lo que hace pensar en todo momento en lo insoslayable que puede resultar el peronismo en algunos casos.

El ensayo no es solo especulación antropológica o examen histórico, también es un relato de pintores que nos traslada a un tiempo mítico, fundacional de una concepción de arte, de su consumo y del ser artista. Es el recuerdo y a la vez la caracterización de un grupo de artistas que se trasladan a Salta, donde recrean tipos humanos y paisajes, emprenden una empresa estética nunca antes ensayada en estas latitudes, incentivando a propios y extraños en aventuras editoriales, exploración de territorios hasta ese momento desestimados, alentando la apertura a una nueva subjetividad y sensibilidad artística que emerge con la Segunda Guerra. A la llegada de los hermanos Bernabó, (uno de ellos el inefable, Carybé), Luis Preti, Raúl Brié y la musa inspiradora del grupo, Gertrudis Chale, arrastrarán en su pasaje sensible al chaco salteño a Manuel J. Castilla, Raúl Aráoz Anzoátegüi y a Carlos Luis “Pajita” García Bes, entre otros cofrades de la hermandad delicada. Se recrea en estas páginas la estancia en Tartagal, en Chicoana y los innumerables viajes y exposiciones entre Buenos Aires, el norte argentino y países vecinos. Es innegable la poderosa influencia que ejercieron en Castilla, Carybé y Chale, (y es innegable también que de todos ellos era Manuel quién trabajaba viajando y tomando de estas experiencias los motivos para su escritura periodística, a la vez que ahondaba en el conocimiento de lo que iba definiendo como propio de su expresión). Hay una anécdota que no se cuenta, porque recién ahora surge de investigaciones y de una escrupulosa lectura de periódicos de época: es el Dr. Rafael Villagrán, quién trabajaba en el Ministerio de Salud de la Provincia, el que lleva al curtido y experimentado Carybé, a orillas del Pilcomayo para que realice unos retratos de pobladores originarios para ser expuestos en Salta, en una suerte de primer PowerPoint para los profesionales de la salud en la ciudad; a partir de allí ya nada podrá detener al grupo en su expedición. Algo de etnografía habría en aquellos viajes pero entendemos que no es tarea de artistas ni la crónica, ni el estudio antropológico, por lo mismo, es posible estar en desacuerdo con Clifford Geertz, y la significación cultural que le otorga a las obras artísticas.
Puede entenderse que la acción de este grupo se afirma en un valor burgués; excluyendo a Castilla y Anzoátegüi, el resto conforma un grupo exógeno que viene a establecerse precariamente y a redefinir lo que se entendía como plástica local, su extrañamiento viene a reforzar el privilegio burgués de captar lo excepcional; cuentan con la técnica, el saber y la posibilidad económica para realizar la operatoria: definen qué es lo observable como materia sensible, el indio chaqueño. El grupo ordena lo extraño y ejerce un esteticismo excluyente al conferirle valor a lo que encuentra a su paso, esa será la forma que tendrá el consumidor de arte a futuro para asegurarse que el producto adquirido proviene de una fuente genuina e inobjetable. Ejemplifica esta situación lo expresado en el número 3 de la revista Ángulo, de septiembre de 1945: “…No exageramos al afirmar que en los últimos veinte años, la dedicación a la pintura por parte de diletantes y artistas, ha sido poco menos que nula. Se podría contar con los dedos de una mano las personas a quienes les interesó poseer no una cultura plástica, sino apenas una información… Hoy ha comenzado a estudiarse esa maravillosa expresión del espíritu. Por ello, como consecuencia de una sutil penetración en los misterios del arte, ha surgido una capacidad de apreciación, un “clima” espiritual que era indispensable. La permanencia prolongada de artistas eruditos, por una parte, y la bibliografía sobre pintura han devenido, si no en una obra de creación, en una disposición generosa del espíritu para todo lo que fuera una verdad pictórica”. La recreación del relato de aquellos días ya lejanos y el consiguiente valor conferido al grupo actualiza la legitimidad que alcanzó aquel puñado de artistas.
El ensayo recupera la figura y el valor plástico de José Casto, quién se destaca por sobre el grupo de “diletantes”, (Mariano Coll, Guillermo Usandivaras, Papi), como aquel que sin pertenecer a la elite local, y que por su trabajo y conocimiento acumulado, logra ocupar un lugar notorio en los años de gestación del campo artístico. Recordamos aquí que fue Casto, quién alentó los primeros pasos de Castilla, en la poesía. Fue él quién ayudó a la madre del poeta, Mama Lola, a imprimir y coser lo que sería Adolescencia, su primer libro artesanal y quién ilustrara las primeras colaboraciones que publicara en El Intransigente.
El capítulo dedicado a los imaginarios de alteridad es el que condensa el entramado conceptual que posibilita entender cómo se ha logrado la operatoria social de construcción y difusión de la imagen del indoamericano perteneciente al territorio del chaco salteño y cómo se realizó y qué antecedentes inmediatos posibilitaron la experiencia del grupo fundador de la modernidad plástica en Salta.
Cabe señalar el valioso aporte documental que realiza el libro al dar a conocer fuentes no divulgadas hasta ahora, entendiendo que cada vez que se publica una imagen de texto, esta tiene un valor documental y no meramente un fin didáctico o ilustrativo. Igualmente, sabiendo del acotado margen que deja el diseño para las reproducciones, lamentamos que no se haya reproducido en un formato más visible el óleo La prueba del calostro, de Carybé, en tanto es el ejemplo más persuasivo del ensayo y que se propone reconsiderar las representaciones de los tipos sociales de la región, este cuadro conserva toda la exuberancia de una vida idealizada integrada a la naturaleza. El lector de este libro se encuentra ante una reflexión académica y no con un catálogo o muestrario iconográfico, por lo tanto es entendible cualquier posible descompensación entre imágenes y palabra: el libro es fruto de un esfuerzo de edición por ilustrar una densidad argumentativa pocas veces desarrollada en los libros de arte local.
El texto viene a suplir una falta de relatos e interpretaciones sobre la época, sus actores, las rupturas y continuidades existentes en el terreno artístico; por las herramientas teóricas utilizadas supera en su claridad expositiva lo que sería un simple panorama de la vida plástica salteña. La publicación reelabora la investigación realizada por la autora para su tesis de licenciatura. Cabe destacar aquí que por el aparato crítico utilizado, el corte temporal propuesto y sus indagaciones ideológicas, este libro puede ser incluido en la serie de estudios sociales elaborados en los últimos años por la Universidad Nacional de Salta, en su Escuela de Antropología más precisamente, y que en conjunto examinan las condiciones de posibilidad de las representaciones sociales salteñas en la primera mitad del siglo XX, (me refiero específicamente a la tesis doctoral de Sonia Álvarez, y las tesis de grado de Mónica Flores Klarik y Andrea Villagrán, cuyos aportes a una historia social de Salta se encuentran en el recientemente editado Poder y Salteñidad).
Galería FEDRO se ha propuesto desde hace algo más de una década no solo la promoción de jóvenes artistas, ha decidido intervenir en la elaboración de un aparato crítico que reformule las prácticas y reinterprete la creación a través de clínicas, talleres, conferencias, seminarios y publicaciones. El primer libro editado en 2005 por esta factoría de arte se llamó, Pintura Contemporánea Salteña, Doce muestras. Salta 1930 – 1960 es su segunda entrega; esperamos que este espacio dirigido por María Laura Buccianti y Roly Arias continúe su incesante producción en beneficio no solo de las futuras generaciones, sino para quienes somos sus coetáneos y depositarios actuales de su genuino interés artístico.

*“Querido Carybé, aquí nos tienes: Luis, Rulo y yo en medio de los arenales, de los perros flacos y sarnosos -de otros perros gordos y plácidos- bajo un cielo de pobres celestes.” Gertrudis Chale

viernes, 17 de junio de 2011

Los Morandini

















Los Morandini, de los de siempre. La foto es de aquellos días ya lejanos en la casa de la calle Arenales; entonces, todos éramos candidatos a ser lo que cada uno es ahora, y no lo sabíamos.
Por cualquier malentendido.

viernes, 3 de junio de 2011

Anti-metafísica para salteños



















En aquellos días ya lejanos, Federico Engels, escribió La Subversión de la Ciencia por el Señor Eugenio Dühring, para exponer con ánimo crítico las tesis del materialismo dialéctico y el socialismo científico. Engels, cuando analiza las ciencias naturales y la sociología bajo los fundamentos de la teoría que está componiendo junto a Carlos Marx, lo que hace es defender sus posiciones de especulaciones metafísicas, de las ambigüedades del idealismo y del consecuente oportunismo político. El libro se conoció con el nombre de El Anti-Dühring, y es una herramienta que pulveriza toda posibilidad de construcción revolucionaria en una sociedad que se cobije bajo subjetividades o abstracciones y pierda la orientación decidida de la ciencia. En mi juventud era un libro que leía con fruición, destrozaba inocencias dentro y fuera de la política. En aquel tiempo podía vivir con ciertas dosis de relativismo moral y estético, estaba en la búsqueda de certezas. El idealismo ocupaba aún largas extensiones en mi pensamiento y solía acudir como argumento junto con el dolor o cuando débil, tomaba a mis sentidos como única fuente perceptible de realidad. Con los años dejé algunas lecturas tenaces y me propuse escribir, cosa que ya hacía pero sin conflictos, en la confusión lo hacía alegremente.
Días pasados, mi amigo, Orlando El Jetón Agüero, me regaló su versión del monólogo de Galileo ante el tribunal, por Bertold Brecht. Una obra excepcional de un escritor revolucionario, es decir, útil. El Jetón, se había tomado el trabajo de acomodar en versos aquel fragmento de la obra. Con su lectura descubrí la vigencia del pensamiento crítico en algunos jujeños; mi viejo apego por el luminoso autor y luego, inmediatamente, la actualidad de la amistad. Una ligera distorsión formal hacía del discurso de Galileo, una versión lírica del Anti-Dühring. Su lectura resulta eficaz a la luz de la siesta, ese momento del día cuando los iluminados no pretenden refutar las cosas sino más bien ignorarlas.
Un pueblo incrédulo y piadoso viviría en la ingenuidad y sería tan peligroso como otro que viviera de su fe y la crueldad. En mi caso particular, vivo casi sin devociones y entiendo que el goce intelectual también es trabajo, aunque irrite. Lo demás, es silencio.


(El texto que sigue es un fragmento de “Galileo Galilei” (1947), obra del poeta y dramaturgo alemán Bertold Bretcht).

GALILEO

El cultivo de la ciencia exige,
me parece,
un coraje excepcional.

La ciencia comercia con un saber obtenido por medio de la duda.

Ahora bien,
los príncipes,
los clérigos y los grandes señores se han ocupado
de mantener a la mayoría del pueblo en una nebulosa
de mentiras y supersticiones destinadas a ocultar
sus propias maquinaciones.

La miseria de la gente es vieja como las montañas,
y desde el púlpito y la cátedra se predica
que también es tan indestructible como las montañas.

Por eso nuestro nuevo arte de la duda cautivó a las multitudes.

Nos arrancaron el telescopio de las manos y con él
enfocaron a sus opresores.

Y de pronto,
aquellos hombres egoístas y brutales
que se aprovechan ávidamente
de los frutos del trabajo científico,
sintieron
que la fría mirada de la ciencia los detectaba y
denunciaba
una miseria milenaria
pero artificial,
que podía fácilmente ser eliminada
si se los eliminaba a ellos mismos.

Nos cubrieron entonces de amenazas
y sobornos,
que resultaron irresistibles
para las almas débiles.

¿Pero acaso podemos negarnos al pueblo y al mismo tiempo
ser hombres de ciencia?

Los movimientos de los cuerpos celestes son ahora más fáciles
de calcular,
pero los pueblos no pueden todavía calcular
el movimiento de sus señores.

La lucha por medir el cielo ha sido ganada,
pero las madres del mundo siguen siendo derrotadas día a día en la lucha
por conseguir el pan de sus hijos.

Y la ciencia debe ocuparse de esas dos luchas por igual.

Una Humanidad que se debate en las tinieblas de la superstición y la mentira,
y es demasiado ignorante para desarrollar sus propias fuerzas,
no era capaz de dominar las fuerzas de la naturaleza que
ustedes
los científicos descubren
y le revelan.

¿Con qué objetivo trabajan ustedes?

Mi opinión es que el único fin de las ciencias consiste en
aliviar
la miseria de la existencia humana.

Si los científicos se dejan atemorizar
por los tiranos
y se limitan a acumular el conocimiento
por el conocimiento mismo,
la ciencia se convertirá en un inválido,
y las nuevas máquinas sólo servirán para producir
nuevas calamidades.

Tal vez, con el tiempo, ustedes lleguen a descubrir todo
lo que hay para descubrir,
pero ese progreso sólo los alejará
más y más de la Humanidad.

Y el abismo entre ella
y ustedes,
los científicos
puede llegar a ser tan profundo que
cuando griten de felicidad
ante algún nuevo descubrimiento,
el eco les devolverá
un alarido
de espanto universal.