viernes, 3 de junio de 2011

Anti-metafísica para salteños



















En aquellos días ya lejanos, Federico Engels, escribió La Subversión de la Ciencia por el Señor Eugenio Dühring, para exponer con ánimo crítico las tesis del materialismo dialéctico y el socialismo científico. Engels, cuando analiza las ciencias naturales y la sociología bajo los fundamentos de la teoría que está componiendo junto a Carlos Marx, lo que hace es defender sus posiciones de especulaciones metafísicas, de las ambigüedades del idealismo y del consecuente oportunismo político. El libro se conoció con el nombre de El Anti-Dühring, y es una herramienta que pulveriza toda posibilidad de construcción revolucionaria en una sociedad que se cobije bajo subjetividades o abstracciones y pierda la orientación decidida de la ciencia. En mi juventud era un libro que leía con fruición, destrozaba inocencias dentro y fuera de la política. En aquel tiempo podía vivir con ciertas dosis de relativismo moral y estético, estaba en la búsqueda de certezas. El idealismo ocupaba aún largas extensiones en mi pensamiento y solía acudir como argumento junto con el dolor o cuando débil, tomaba a mis sentidos como única fuente perceptible de realidad. Con los años dejé algunas lecturas tenaces y me propuse escribir, cosa que ya hacía pero sin conflictos, en la confusión lo hacía alegremente.
Días pasados, mi amigo, Orlando El Jetón Agüero, me regaló su versión del monólogo de Galileo ante el tribunal, por Bertold Brecht. Una obra excepcional de un escritor revolucionario, es decir, útil. El Jetón, se había tomado el trabajo de acomodar en versos aquel fragmento de la obra. Con su lectura descubrí la vigencia del pensamiento crítico en algunos jujeños; mi viejo apego por el luminoso autor y luego, inmediatamente, la actualidad de la amistad. Una ligera distorsión formal hacía del discurso de Galileo, una versión lírica del Anti-Dühring. Su lectura resulta eficaz a la luz de la siesta, ese momento del día cuando los iluminados no pretenden refutar las cosas sino más bien ignorarlas.
Un pueblo incrédulo y piadoso viviría en la ingenuidad y sería tan peligroso como otro que viviera de su fe y la crueldad. En mi caso particular, vivo casi sin devociones y entiendo que el goce intelectual también es trabajo, aunque irrite. Lo demás, es silencio.


(El texto que sigue es un fragmento de “Galileo Galilei” (1947), obra del poeta y dramaturgo alemán Bertold Bretcht).

GALILEO

El cultivo de la ciencia exige,
me parece,
un coraje excepcional.

La ciencia comercia con un saber obtenido por medio de la duda.

Ahora bien,
los príncipes,
los clérigos y los grandes señores se han ocupado
de mantener a la mayoría del pueblo en una nebulosa
de mentiras y supersticiones destinadas a ocultar
sus propias maquinaciones.

La miseria de la gente es vieja como las montañas,
y desde el púlpito y la cátedra se predica
que también es tan indestructible como las montañas.

Por eso nuestro nuevo arte de la duda cautivó a las multitudes.

Nos arrancaron el telescopio de las manos y con él
enfocaron a sus opresores.

Y de pronto,
aquellos hombres egoístas y brutales
que se aprovechan ávidamente
de los frutos del trabajo científico,
sintieron
que la fría mirada de la ciencia los detectaba y
denunciaba
una miseria milenaria
pero artificial,
que podía fácilmente ser eliminada
si se los eliminaba a ellos mismos.

Nos cubrieron entonces de amenazas
y sobornos,
que resultaron irresistibles
para las almas débiles.

¿Pero acaso podemos negarnos al pueblo y al mismo tiempo
ser hombres de ciencia?

Los movimientos de los cuerpos celestes son ahora más fáciles
de calcular,
pero los pueblos no pueden todavía calcular
el movimiento de sus señores.

La lucha por medir el cielo ha sido ganada,
pero las madres del mundo siguen siendo derrotadas día a día en la lucha
por conseguir el pan de sus hijos.

Y la ciencia debe ocuparse de esas dos luchas por igual.

Una Humanidad que se debate en las tinieblas de la superstición y la mentira,
y es demasiado ignorante para desarrollar sus propias fuerzas,
no era capaz de dominar las fuerzas de la naturaleza que
ustedes
los científicos descubren
y le revelan.

¿Con qué objetivo trabajan ustedes?

Mi opinión es que el único fin de las ciencias consiste en
aliviar
la miseria de la existencia humana.

Si los científicos se dejan atemorizar
por los tiranos
y se limitan a acumular el conocimiento
por el conocimiento mismo,
la ciencia se convertirá en un inválido,
y las nuevas máquinas sólo servirán para producir
nuevas calamidades.

Tal vez, con el tiempo, ustedes lleguen a descubrir todo
lo que hay para descubrir,
pero ese progreso sólo los alejará
más y más de la Humanidad.

Y el abismo entre ella
y ustedes,
los científicos
puede llegar a ser tan profundo que
cuando griten de felicidad
ante algún nuevo descubrimiento,
el eco les devolverá
un alarido
de espanto universal.