“Cuando
leo la biografía de un personaje famoso
me pregunto sorprendido:
Pero ¿a esto llama el autor la vida de un hombre?
¿Y así escribirán la mía cuando yo me haya ido?
(¡Como si alguien supiese, en realidad, algo de mi!)
¡Yo mismo sé tan poco de mi vida!
Sólo algunos destellos…
fugas inesperadas
que yo me afano en perseguir…”. Walt Whitman
En un mundo
gobernado por las apariencias el poeta puede tener gestos recios. Con absoluto
dominio de sí y en pleno ejercicio de la poesía, el poeta puede reducir la
realidad a un movimiento y afirmar con soberbia un recurso de la lengua para dar
por concluida su creación. Como si todo fuera una cuestión de actuar para las
expectativas ajenas. Así entendí a León Felipe, cuando leí sus poemas en libros
que guardé en un estante hace años y que llamé “los americanos”, (Whitman, Neruda, Lorca, Felipe, Ginsberg, Castilla,
Cardenal, Blas de Otero, Vallejo, Machado y Hernández). Entiendo que sus afirmaciones
severas y en ocasiones, reiterativas, lucen por su improcedencia: “El día que
los pueblos sean libres/la política será una canción”, sería el ejemplo más
notorio de estas aseveraciones instintivas e inútiles. Estos versos puestos en
el prólogo a su versión de El canto a mi
mismo, han sido repetidos en los escenarios folclóricos y en las aulas como
un principio de fe. La confianza depositada en la consigna hace que la misma resuene
tan clara que haga inútil todo análisis. Recubre una complejidad que ubica a la
política en el lugar del mal; se la repite con convicción, liberado del mal el
hombre recobraría su estado de gracia natural. Aunque sabemos que carente de
política el hombre apenas sobreviviría como un ilustre mamífero, aplaudimos el
simpático lema. La imposible Libertad aflige al poeta cuando convierte el dolor
de su ausencia en canto; enjuaga lágrimas, redime al Hombre. El poeta ejecuta
acciones todas exageradamente espontáneas pero curiosamente necesarias.
Al publicano le toco hablar cuando ya toda España había hablado y cuando las cosas españolas humeaban todavía, calcinadas, por que también ellas habían hablado. Entonces la voz de Felipe tronó; se le llamó poeta prometeico y se lo escuchó en los barcos que regresaban a la América. En España dejó una insignia clavada en la lengua para dar batalla en la memoria. Su palabra se musitó como pan en la ansiedad de las bodegas.
¿Porque habéis dicho todos
que en España hay dos bandos,
si aquí no hay más que polvos?
Pero el lenguaje
no puede abarcar esa instancia de desgarro, o sí, pero nunca será el propio
dolor; en esos menesteres el poeta se expresará cantando: un artificio que se
completa en el oído de sus lectores. Hay un pacto originario que sostiene todas
estas imposturas entre el poeta y su público, asociados ambos por necesidades
intercambiables. Sólo una confianza ciega en la existencia y en los sentidos del
otro puede procurarle al lector una precaria sensación de Libertad.
El misterio
de la Libertad se aposenta entre el rumiar constante de la naturaleza y la
ligazón vital con el otro, (es la evanescente Libertad para la Liberación la que
se presiente tras los versos del poeta). Quizás el Marqués de Sade pudo
concebir una literatura semejante en intención, al proclamar una Libertad Instrumental
concebida exclusivamente para el goce. Los hombres han sido crueles con Sade, de
alguna forma se las han arreglado para que su nombre viva en el fondo de una prisión,
así como condenaron a la intemperie de los escenarios los versos del poeta
Felipe. Ambos, siempre solos, bajo los spots
o en la sombra están como esperando el futuro… pero no podemos disgregar más en
equívocas disquisiciones, que siendo literarias, nos obligan a trazar vanas estrategias,
falsas conmiseraciones y arriesgados cálculos en la conquista de territorios
inexistentes.
Firme, erguido, sereno,
con la lengua en silencio,
los ojos en sus cuencas
y en su lugar los huesos.
Ya eran las
ocho de la noche del viernes 27 de febrero de 1948, cuando el poeta León
Felipe, cruzó el salón del Hotel Salta ovacionado por un público que lo recibió
de pié. La demora había mantenido la
expectativa entre los salteños. El poeta venía de un largo y accidentado
viaje, la ciudad norteña le serviría por unos días de descanso a la vera del infinito
camino. Atrás quedaban Chile, Buenos Aires, las provincias argentinas, y más
atrás aún Colombia, Venezuela, Brasil y más aún México, Panamá y la Guerra,
todas sus guerras. Había titulado a su exposición, ¿Quién soy yo? Fue presentado por Francisco Álvarez Leguizamón, que siempre
según la prensa, se dirigió al auditorio con frases acertadas acerca de la misión y personalidad de León Felipe.
La reunión había sido gestionada por la asociación “Amigos del Arte”. Ante un salón colmado, el poeta se explayó sobre
su vida, el canto, la realidad que le toco transitar y de su fe en la poesía,
(Álvarez, treinta años después, recordará una frase en su Clave de Libertad: “la
religión es una gran poesía, la biblia el romancero de los pueblos antiguos”,
así como suya es la afirmación de que los
pueblos se acercan unos a otros por sus poetas).
Felipe habló
del camino elegido, recitó versos propios y ajenos; no cuesta imaginarlo años
después en el D.F. conversando con un joven médico argentino de zapatos
gastados, en algún bar de Insurgentes, proveyendo poemas y nombres de
anarquistas.
Los archivos
periodísticos anuncian y reseñan su presentación en el Teatro Alberdi, y una reunión
social ocurrida el lunes 1º, en “La Madrileña”. Los periódicos también reproducen
una carta enviada hacia fines de marzo por un corresponsal de su público jujeño.
De aquellos
días se recuerda muy poco, como ese afán de ilustrado salteño que presume de
recuerdos que no conservan nada. Existe la anécdota que refiere a Felipe
esperando al “Cuchi” Leguizamón, en las
escalinatas de la Catedral; ante la demora del músico en acudir a la cita, el
poeta atinó preguntar a un vacilante Raúl Aráoz: “¿No habéis visto a ese a quién vosotros llamáis, El Cerdo?”. También
se recuerda que el doctor Austerlitz lo acompañó a una comida junto a artistas
locales, en una quinta ubicada en la Recta de Cánepa.
El encuentro
en el Teatro Alberdi sería sin dudas la presentación que quedará para la
posteridad; la lectura en el Hotel no
había dejado de ser una presentación para socios, familiares, invitados y
amigos de la entidad promotora. En la presentación del domingo se encontraría
con Juan Carlos Dávalos, y el público grande salteño; sabría de un joven Manuel
Castilla en viaje, recorriendo el Perú o la próxima Bolivia, (o quizás no lo supo
y jamás imaginó el encuentro, ¿por qué debían encontrarse?), imposible de recobrar
los pensamientos siquiera lo de las tardes fumando en la habitación del hotel
bajo las lentas aspas del ventilador.
Las crónicas
de El Intransigente refieren que aquella mañana de domingo el Teatro Alberdi
desbordaba y que el poeta León Felipe fue introducido a la multitud por el
doctor Gustavo Leguizamón, con estas palabras:
“Me han conferido el honor de presentarles al
grande León Felipe. Allí está.
Le ha traído el viento y es el propietario
de la canción y el salmo. Es más americano que nosotros, porque conoce nuestra
historia grande.
Desde su verbo, se elevan la canción total
del hombre y la idea del Dios imprescindible. Va por el mundo vertical,
definitivo, desnudo y ha construido ya todas las retóricas. El ritmo de su
sangre ha inaugurado su poética, nacida para la recuperación de los valores
permanentes.
No sabe quién es ni a dónde va. Su ruta es
una estela de ademanes y profecías. Su rumbo, el destino del hombre.
Así ha transitado los caminos, contando su
historia a los hombres, los pájaros y los árboles. Lleva una nueva dimensión en
su palabra, porque conoce la medida del hombre.
El viento que hoy le ha traído a este
proscenio es el mismo que lleva su palabra sobre la inmensidad de América
adolescente, fecundada por gracia de la historia poética con la mejor semilla
del destino. Con ustedes el hombre. Allí tenéis al poeta”.
El hijo del
notario de Tábara, nacido en 1884, boticario de profesión, abrazó en la temprana
juventud un destino de poeta. Recorrió la España reseca de principios del siglo
XX como artista ambulante. Dicen que en Madrid vivió una bohemia prostibularia;
durmió con los mendigos en los lupanares con la cabeza apoyada en las sogas que
ponían de noche y quitaban de las bancas en la madrugada. Recibió limosnas; estuvo
cuatro años preso por estafas y cuando salió de prisión escribió su primer
libro, Versos y caminos del caminante;
en 1919 leyó ese libro en el Ateneo de Madrid y después se embarcó a Nueva
Guinea, donde vivió tres años en los hospitales coloniales de las islas del estuario
del río Muni. Volvió a Europa para dirigirse raudamente a América. En México se
dedicó a la enseñanza de la literatura española y en Veracruz trabajó como bibliotecario.
Fue agregado cultural en la embajada de la España Republicana; allí conoció a
Berta Gamboa, con quién contrajo matrimonio y se radicó en Estados Unidos. En
su estancia universitaria comenzó las traducciones a Waldo Frank y Walt
Whitman. Volvió a España en 1931 y 1934. Publicó en Norteamérica su poema Drop a Star; a comienzos de la Guerra
Civil se trasladó a Madrid; se despidió de América con el artículo Goodbye, Panamá, donde anuncia la
necesidad de enfrentarse a los enemigos de la República en todos los terrenos.
Pasa sus días de guerra entre Madrid, Valencia y Barcelona. Cuando cae Málaga,
compone su poema Insignia. Cuando finalmente
cae la República, se exilia en Francia y luego pasa a La Habana; en el viaje
compone sus libros, El payaso de las bofetadas
y Pescador de caña. Se radicó
nuevamente en México junto a los emigrados españoles. Son los años en que
compone El gran responsable; El hacha; Español del éxodo y del llanto; Parábola
y Poesía; Ganarás la luz, y da a conocer
su paráfrasis al Canto a mi mismo. Entre
1946 y 1948 viaja por América del Sur; es a comienzos de ese último año que llega
a Salta. El poemario salteño Copajira,
de 1949 se inicia bajo su invocación libertaria.
El lunes 1
de marzo de 1948, El Intransigente publicó una reseña de Juan Carlos Dávalos, a
propósito de la presentación del poeta en el teatro:
“El público que llenaba literalmente ayer a
las once la sala del Alberdi escuchó con el alma en vilo la magnifica
disertación que el poeta León Felipe leyó en unas páginas que, contra lo que
suele ocurrir cuando se lee desde el
primer momento dieron a los oyentes la impresión de que se hallaban ante un
maestro de la elocución y el pensamientos modernos... poeta no oficial, ni
político, ni retórico, ni utilitarista, sino de inspiración profética,
optimista, y humanista… el escritor trazó con fervor el gigantesco retrato de
Walt Whitman, genial apóstol norteamericano del hombre del futuro… el primero
que creyó… en la redención de la humanidad por obra del amor y no por el odio,
por influencia de la fraternidad democrática y no por la brutalidad de la
fuerza al servicio de los déspotas… En nuestra humilde opinión se equivocan los
que atribuyen al poeta español León Felipe, el estar influenciado en su credo
lírico por las ideas anticatólicas y antireligiosas de Federico Nietzsche, el
inventor del superhombre; como si el alto pensamiento español renacentista no
hubiera tenido representantes tan dignos de formar escuela como Vives y Ganivet, como Galdós y Unamuno,
como Cervantes y Quevedo. La voz de León Felipe, grande y altruista como el
espíritu ecuménico de España, proviene pues, de su jerarquía, su cordialidad y
su poder expansivo: es hoy una voz contemporánea de la energía atómica: pero no
de una violencia anárquica y desaforada… sino de un encendido y poderoso fervor
y confianza en la ingénita bondad del hombre común… un llamamiento cálido a los
mejores sentimientos de la recua doliente; y se dirige no a los dogmáticos y
poderosos, sino a los humildes, que son los más en este pícaro mundo, y por eso
merecen desde hace siglos, el desvelo incansable de los sabios y de los
generosos… Expuso el orador en abundante y lírico lenguaje unas ideas acerca
del terror a la muerte, que domina a los hombres, y que como sabemos, es la
fuente de muchas creencias falaces e inconsistentes… No decayó, en resumen, ni
por un instante el interés filosófico de la conferencia, ni menos su majestuosa
elocuencia lírica, pocas veces, hasta hoy, superada en nuestros medios
intelectuales; por lo cual los auspiciantes de este acto cultural merecen
también un aplauso”.
Sin la fortuna que dan las circunstancias políticas o la atención de la crítica, Felipe hizo poesía con voz elocuente, combativa. Su obra debió convivir junto a la de la fabulosa Generación del 27, y con los resabios de la del 98 y debió ser el primer escritor en incomodarse ante esa forma de acoso que son las determinantes generacionales y la casuística de las cronologías; tuvo el mérito de no pertenecer a ningún grupo y de no formar parte de la cultura oficial de su tiempo. Su adhesión a La República, tanto como su carácter lo alejaron de las posturas estéticas que se desarrollaron en la península ibérica gobernada por el franquismo. Su grito fue acunado en América. Juan Ramón Jiménez, alcanzó a decir de él, que quizás era “el mejor de los poetas menores”; Dámaso Alonso no le dedica ni una sola línea en su célebre Poetas Españoles Contemporáneos. Una omisión deliberada, pensada para ocultar una estética perpendicular a la geometría trazada en los cenáculos. Su obra poética, su mística invocación a la política, no sedujo a los pares; buscó al hombre común, lo editó Lozada. Octavio Paz respondió a la prensa alguna vez, diciendo que “Ganarás la Luz, es un buen libro pero no es poesía”. Al profeta había que ofenderlo y dejarlo solo. Felipe desarrolló palabra y acción en una dirección, y eso lo alejó de cualquier observación que pudiera realizarse sobre el estado del arte.
Con entusiasmo
de hondero lanzó su palabra como una piedra que atraviesa luchas fratricidas
bajo un cielo de mercaderes y bufones. Sus amigos lo tuvieron más presente que
los exégetas literarios. Fue acogido y adorado en el destierro. Su piedra de
sal perdura esparcida en el cancionero americano. En España, fue tratado como
un poeta de segunda categoría; sin discípulos, elegíaco y sin audiencia, en la
Vieja Europa se lo olvidó rápidamente. Arraigó en América; aquí se lo leyó y se
editaron sus obras completas; por su mano se divulgó a Whitman, más aún que por
mano de Martí o de Borges. Llegó en una particular hora continental; se lo tuvo
por un Quijote, aunque prefirió reconocerse más en Rocinante que en el héroe barbado.
“Mi oficio es este de escuchar latidos y temblores: de hombres, pueblos y
estrellas”. Con él, el español grita, susurra, mata y también cree en un dios.
Su voz quizás
no estuvo hecha para el canto, sino para el grito, quizás lo supo y se impuso una
sola empresa: “vencer ese perro negro de
la injusticia. Porque mientras él esté allí, tumbado en la luz, todos los
poemas del mundo tendrán una verruga violácea en la frente”. Esa es la
función que entendió debía cumplir como artista. “Esta es mi estética, vieja y perdurable aún. Vieja porque fue escrita
antes de la tragedia actual del mundo, y perdurable porque dentro de las
tinieblas de esta tragedia me sigue pareciendo la única: la estética de un
barco perdido entre la niebla. Hoy más que nunca es para mí la poesía fuego
organizado, señal, llamada y llamarada de naufragio. Todo buen combustible es
material poético excelente.”
De las
muchas paráfrasis o reinterpretaciones que hiciera del inglés, lo más memorable
será su versión del Canto a mi mismo.
Tal como Whitman, la suya también es una poesía luego de una larga meditación
populista. Su aliento y actitud profética lo definen como el poeta de la lengua
española sobre el cual el bardo yanquee ha ejercido un ascendiente lejano pero
no por eso, menos efectivo. Místico, hace del poeta un visionario, tal como lo
concibió Emerson. Desarraigado, su voz se lanza a una serie de identificaciones
con todo lo que le rodea; forma parte natural del coro poético americano; encarna
una voluntad anticipatoria, se nos aparece casi siempre posicionado a la
vanguardia de un ambicioso movimiento enamorado de experiencias. Declarativo, la
poca distancia con las cosas y acontecimientos colocan en ocasiones a Felipe en
un papel de clown, recorriendo las fogatas tristes de las brigadas internacionales.
La empresa estética también es empresa moral para el poeta errante. Tiene de
nietzschiano la creación de una vejez lo suficientemente nueva como para
procurarse una eterna juventud maldita. En sus últimos libros, el poeta ya no
es la anunciación política, apenas esboza a un oscuro idealista añorando la
revuelta incierta de las cosas.
Hacen falta estrellas, sí, muchas estrellas
pero de sangre
De la
conciencia poética de Salta, seguramente el mayor afectado por el paso del
poeta León Felipe fuera Francisco Álvarez[i],
no tanto en el arte de la poesía que no cultivó, (aunque se conocen versos y
traducciones), como en la práctica de un humanismo optimista y anticlerical que
ejerció inspirado. Podemos advertir en su único libro, que consideró a la Soledad
como causa y fin de la Libertad. Que entendió al Amor y al Arte como antídotos
contra la Soledad. Observó a la Soledad como un espacio hacia donde se dirige,
silenciosa, la Libertad. Si nada la ata, nadie la llama y no se sale al
encuentro de nada, esa Libertad Inútil se seca y acaba degradándose con la Naturaleza
en una serie de gestos huecos. Considera que la Libertad asume un rol creador cuando
conscientemente busca la Belleza. También nos sugiere que la elección por una
libertad narcisista e impecable, es un experimento moral que puede durar toda
una vida pero que no dejará de ser una locura. Y defiende a la Libertad como
vehículo del deseo que puede sostenerse tanto en la acción como en la pasible
sensualidad. Vio en la escena final de la muerte de Sócrates, en el gesto de no
retractarse, una acción estética ejemplar ejercida con conocimiento en la finitud
de los goces.
Y esto es cuanto puedo decir de León Felipe en Salta.
Y esto es cuanto puedo decir de León Felipe en Salta.
[i] Es por Pedro González,editor del periódico salteño CLAVES, que conocí la primera versión de
la muerte de su amigo. Alguna vez recordó para mí, cómo le llegó la noticia del
crimen: acompañaba a un Gobernador en el palco, cuando el Jefe de Policía se
acercó por detrás al mandatario y le comunicó en susurros, como si transmitiera
una intimidad, lo sucedido. El desfile no se suspendió. La última imagen que
tengo de la historia que me han referido, es un fugaz fotograma que pasa por mi
mente:
es la Belleza, sola en la súbita noche.
A veces, Pedro me dice:- Mirá, te traje esto para que leas. Y me
alcanza las fotocopias de una paráfrasis que León Felipe publicó de Macbeth. -Leé el final, me dice, y recita de memoria: -“Un cuento sin sentido es la vida, un cuento contado por un idiota,
lleno de cólera y estrépito”. Y una vez más, antes de tomar otro vaso, me
señala con humor: -Nosotros sabemos que ese
idiota está lleno de ruido y de furia, pero por Faulkner, no por el castellano
que usa Felipe. Nos reímos y bebemos en silencio antes que llegue la tarde
o se siente algún muerto en la mesa. Me levanto, saludo a don Pedro, y salgo
del bar. Vuelvo caminando a mi casa, imagino brujas trepadas a la inocencia de
los techos, murmurando:
“Todo lo bello es feo, todo lo feo es bello”.
esta nota se editó originalmente en el periódico cultural CLAVES,
en octubre de 2012.
esta nota se editó originalmente en el periódico cultural CLAVES,
en octubre de 2012.