En el prólogo a sus tempranos, Cantos Agrestes, Juan Carlos Dávalos, expresa taxativamente lo siguiente:
“Si la liberación de dolor relativo nos proporciona un relativo goce, yo afirmo que escribir versos es un placer. Los que confiesan, con displicencia, que sus versos son producto de sus ratos de ocio, dicen una gran mentira, o no saben lo que dicen, o no debieran de haber escrito. La poesía no es un juego de niños. Yo he puesto en estos versos toda mi alma, mis cinco sentidos, mis horas más íntimas y más bellas, mis alegrías más caras, mis pesares más hondos. No los escribí tampoco por puro amor a lo bello, por hacer arte. No soy ni quiero ser poeta de profesión. En efecto, no bebo vino, ni ajenjo, ni me inyecto morfina para que la vida –ya de suyo trágica- se me aparezca como un delirio de beodos. Admiro la obra de los genios desequilibrados, el amargo pesimismo de algunos. Pero creo que un poeta debe ser un hombre, no una “hoja muerta”; una superior afirmación de humanidad, de belleza y de bien, no una neurastenia más o menos adrede.”
Juan Carlos Dávalos, hijo pródigo de la oligarquía provinciana, no hizo de las drogas tema para su literatura ni para su vida. Salvo, en algún ocasional pasaje de su obra, la referencia al uso de drogas no ocupa su atención ni la de sus personajes; sí posee pasajes que mencionan el uso frecuente de hoja de coca y vino. Queda por realizarse un estudio sobre la función del vino en los textos davalianos, (Jacobo Regen, ha referido que siendo él un niño y asiduo visitante de la casa del patriarca de las letras salteñas, este le decía “andá vos, Pila”, y el pequeño poeta traía arrastrando del almacén, la damajuana y las morcillas). Es imposible concebir un Dávalos que no beba, la exquisita Paráfrasis de Li-Po, nos exonera de cualquier prejuicio y es tan bella y delicada que podríamos decir que estimula a una experiencia sensitiva.
Sin embargo es posible encontrar en su vasta obra un episodio equívoco con la cocaína. Según el mismo Dávalos, su obra no es más que autobiografía, (“Hacer autobiografía no es relatar en primera persona, ni narrar sucesos íntimos en los que fuimos actores o espectadores y que sólo al mismo autor le importan...¿no son realidades vividas las creaciones de la fantasía? Lo son para quién las extrae del fondo de su corazón. Aunque “El Cuervo”, no sea más que una alegoría, una invención, una quimera, ¿está, por ventura, menos fuertemente impreso el sello autobiográfico del soñador genial que fue Edgard Allan Poe?). ¿Cómo entender entonces, la página aquella en la cual Roldán, el buscador de oro, refiere su encuentro con Helena, la jovencita tucumana, diablito amarillo y el lunático Mister Mitler, norteamericano y vicioso?:
“Me acuerdo que la tucumanita se reía a carcajadas del macarrónico español de Mitler, y aunque se mostraba enamorada de él, habíase encaprichado conmigo, por ser yo más joven que el yanqui. Aprovechaba astutamente los descuidos de éste para guiñarme un ojo, darme un pellizco o apretarme la mano a hurtadillas. Quizás por orgullo, por despecho, pues la mujercita al fin y al cabo me agradaba, hube de reprimirla en alta voz, denunciando con una actitud franca su juego hipócrita, cuyo objeto, evidentemente, no era otro sino explotarnos a los dos, por turno. Este mi proceder agradó al yanqui, y poniéndonos ambos de acuerdo, nos divertimos a gusto con Helena, hartándola de bombones y caricias, invitándola a cenar en una fonda del Callao y administrándole, por último, una dosis de cocaína que obtuvimos de un contrabandista chino, dueño del figón”.
El asunto con la hoja de coca adquiere otra intención y se expresa con otra frecuencia en el conjunto de su obra. Es el alimento y símbolo cultural inequívoco del sujeto vencido, el indio. En algún pasaje aparece la descripción de su consumo; en varios otros la chullpa o bolsas y los tambores para almacenarla; el rito de su masticación y el uso como ofrenda en las apachetas y en la adivinación. En su literatura funciona de esta manera: si hay coca, hay indios. En algún ensayo aclara que el uso de la coca también se ha hecho costumbre en las clases altas salteñas y entre criollos en general, pero su valor sagrado y como alimento, es reservado al colla.
Deseé encontrar en sus Ensayos biológicos alguna referencia al sebil o cebil, como sustancia alucinógena pero esa referencia no existe a pesar de ser Dávalos, el poeta del cerro San Bernardo, el eterno paseante de sus cebilares, el literato que fumaba en pipa desde la cumbre contemplando su ciudad. Pero es que he deseado tanto de Dávalos, que este sólo puede dar lo que es o ha sido, casi un costumbrista tardío, un hombre más inquieto que delicado, un escéptico que sabía distinguir el idioma de Cervantes de la moral de Monseñor Tavella. He querido saber de otro uso del palán-palán. He querido que este biólogo literario me ofrezca, él también, sus insectos disecados listos para ser aspirados como los sirve Cronenberg, (¿o era Burroughs?) en el Almuerzo desnudo. He querido, finalmente que Dávalos me ofreciera un inventario de drogas más relevante que el de Piglia en Blanco Nocturno, ("a la larga todos confesaban que en el campo no se podía vivir sin consumir alguna poción mágica: hongos, alcanfor destilado, rapé, cannabis, cocaína, mate curado con ginebra, yagué, jarabe con codeína, seconal, opio, té de ortigas, láudano, éter, heroína, picadura de tabaco negro con ruda, lo que se pudiera conseguir en las provincias. ¿O cómo se explica la poesía gauchesca, La Refalosa, los diálogos de Chano y Contreras, Anastasio, El Pollo? Todos esos gauchos volados, hablando en verso rimado por la pampa… "en su ley está el de arriba si hace lo que le aproveche. /Siempre es dañosa la sombra del árbol que tiene leche". Para eso están los farmacéuticos de pueblo con sus recetas y preparados. ¿O no eran los boticarios las figuras clave de la vida rural? Una suerte de consultores generales de todas las dolencias, siempre dispuestos, a la noche por los zaguanes, a traficar con la leche de los árboles y los productos prohibidos"). He deseado, pero no tenía.
Al momento de editar esta página mi amigo Marcelo, me dice que hace ya varios años se utiliza en Ciencias Sociales el texto de Eric Boman, La coca, que hay traducciones de su obra, que es un clásico en las universidades andinas, y se ríe. Yo le digo que igual voy a colgar en mi blog una traducción de ese artículo, hecha por Dávalos; la hizo con un diccionario, le digo, y es mi blog, y además, tengo ganas de probar algo nuevo.
Una traducción de Juan Carlos Dávalos
LA COCA
Del libro de Eric Boman – Antiquités de la Región Andine
La propiedad de la coca más difícil de explicar es la de disminuir en alto grado la necesidad de alimentarse, sin disminución de fuerza, pues permite a los indios soportar grandes fatigas, tales como los largos y rápidos viajes a pie, durante muchos días, y aún semanas, o ejecutar trabajos muy rudos, como el de las minas, casi sin tomar alimento y solamente masticando la coca. Hechos de esta naturaleza han sido constatados por todos los viajeros del altiplano. M. Waddel trata de explicarlos por las dosis demasiado fuertes de azóe que contienen las hojas; pero el azóe contenido en la pequeña cantidad que un individuo consume al día vuelve insuficiente dicha explicación. M. Forbes niega la facultad -por decirlo así- nutritiva de la coca. Dice que él ha observado entre los Aymaras que no usan la coca una resistencia igual a la de aquellos que no la mastican. Cita como ejemplo los soldados del ejército boliviano, en el que la coca está prohibida y que sin embargo dan testimonio de una resistencia maravillosa para las marchas. Compara el vicio de la coca con el del tabaco y otros narcóticos que no son necesarios para el organismo, pero que resulta difícil abandonarlos una vez que uno se envicia. Según mis observaciones sobre este asunto, no puedo de ningún modo admitir las opiniones de M. Forbes, a pesar de la gran experiencia que tiene sobre los indios del altiplano. La ocasión en que mejor pude darme cuenta de las maravillosas propiedades de la coca, fue viajando, en 1901, desde El Moreno a San Antonio de los Cobres, al Acay y a Incachuli. El Juez de Paz de El Moreno había contratado para mí, como guía a un indio viejo que frisaba en los 80 años. Además del salario, debía yo proveerlo de coca; pero según la costumbre del país, habíamos convenido en que él debía llevar su propio avío. El juez me había advertido de esta última condición. Cuando el indio se presentó, le pregunté dónde tenía sus provisiones. Me mostró más o menos dos kilos de charqui de vicuña y tres kilos de frangollo de maíz, el todo envuelto en su poncho y me aseguró que aquello era suficiente para todo el viaje que debía durar unos quince días. Habiéndonos puesto en camino, le ofrecía al viejo indígena una mula sillonera y la aceptó, sin duda para mostrar, a la salida de la villa, a sus relaciones, el honor de que había sido objeto. Pero, una vez en el desierto, prefirió caminar a pie y no quiso seguir en la mula. Anduvo continuamente unos metros delante de la caravana que marchaba al trote. Al pasar los arroyos, sin detenerse, arrojaba al aire las ojotas, las barajaba en las manos con una habilidad singular y pasaba a pie pelado por no mojar sus sandalias. Para volvérselas a poner, avanzaba unos pasos a la carrera y se las calzaba mucho antes de que lo hubiésemos alcanzado. Ni una sola vez observé en él muestra de fatiga; las mulas parecían mucho más cansadas que el guía. Y sin embargo habíamos hecho jornadas de 70 kilómetros. Ofrecí, como es natural, a mi viejo guía, que tomase parte en la comida de los arrieros, pero constaté que él no comía casi nada, solo que masticaba coca todo el día. De regreso al Moreno, después de viajar quince días, estaba tan fresco como al partir. No puede realmente explicarse esta resistencia a la fatiga, sin tomar alimento en un indio de avanzada edad, sin admitir el poder de la coca, de suplir la falta de alimentos.
La Puna argentina puede ser considerada como el límite austral del uso general de la coca. Aunque existan numerosos coqueros en la Quebrada de Humahuaca, en los alrededores de Jujuy y en los valles de Salta, el uso de la coca no está allí generalizado y esta droga no constituye allí un artículo de primera necesidad. En Salta he conocido aficionados a la coca, pertenecientes a la clase elevada, pero no se trata de excepciones. Más al sud en Catamarca y en La Rioja, no hay sino muy pocas personas que mastiquen la coca y ellos son muy comúnmente arrieros mestizos que aprendieron a coquear en sus viajes a Bolivia. No obstante, se dice que el uso de la coca era más difundido en otros tiempos. El uso de la coca se extiende por el altiplano de Bolivia y del Perú, en algunos distritos de Ecuador y de Colombia, así como entre ciertas tribus de la cuenca del río Madre de Dios, en el Alto Amazonas y en las factorías que bordean este inmenso río. El límite septentrional del uso de la coca ha sido objeto de un estudio por parte de M. Ernst, según el cual esta planta es y ha sido, desde tiempos prehistóricos, desconocida en América central. Cuanto a Colombia, los cronistas primitivos hablan de una planta llamada “hayo” que los indígenas mastican con cal viva. En Venezuela todas las especies del género Erythroxilon “coca” se denomina todavía “hayo”, y según Pietro Mártir d’anghiera, los indios de la provincia de Cumaná masticaban hojas de hayo antes de 1530. Sin embargo, no se sabe de modo cierto si se trata del “Erythroxilon coca” o de otras especies del país, como “Erythroxilon cumanense” u “Hondense”. Actualmente el uso de la coca ha desaparecido en Cumaná. En resumen con pocas excepciones, su uso general está hoy limitado a la altiplanicie sudamericana, desde el Ecuador a la Argentina, y en la época pre hispánica esta costumbre parece que no sobrepaso esos límites.
Cuanto a las plantaciones de coca, se encuentran todas ellas en los valles cálidos de las vertientes orientales de los Andes, a una altura de más de 2.200 metros sobre el nivel del mar. Bolivia es el principal país productor (Provincias de Yurucaré, Inquisivi, Yungas, Larecaja, y Caupolicán). Según la estadística oficial de 1904, Bolivia produjo en ese año, 1.569.628 kilogramos de un valor total de 7 millones y medio de Francos. Toda la coca que se consume en Argentina proviene naturalmente de Bolivia. En el Perú se cultiva en los valles de Caravaya, Paucartambo, Santa Ana, Anco, Huancayo, Huánuco, etc. En el Ecuador el cultivo ha sido introducido pero sin gran desarrollo. En Colombia hay algunas plantaciones en Popayán y en Valle de Upar, al pié de la cadena que lo separa de la provincia Venezolana de Santa Marta de Maracaibo. Se ha ensayado el cultivo de la coca en los terrenos bajos, por ejemplo en las riveras del río Solimoes, pero la planta pierde allí sus cualidades esenciales. Como se ve, casi todo el cultivo de la coca se encuentra dentro de los límites del antiguo imperio incásico y la zona en que se usa esta droga coincide casi con los territorios sobre los cuales se extendía el imperio. La coca ha sido, como se sabe, mucho más apreciada en la época de los Incas que hoy en día; su uso era por lo tanto un privilegio de las clases elevadas y jugaba un papel importante en ciertas ceremonias religiosas. En la Puna, el empleo de la coca data también de la época prehispánica; según informes que me dieron en la Rinconada, se hallaron en las sepulturas de los antigales restos de cestos nativos de coca a los que aún hoy se usan para embalar este artículo. Como veremos, los indios de la Puna atribuyen todavía una importancia religiosa a las hojas de Erythroxilon, que constituyen su principal ofrenda a Pachamama y que juegan un papel insustituible en sus ceremonias religiosas.
publicado en El Intransigente, Salta, 1947