miércoles, 12 de agosto de 2015

Borges inédito

JORGE LUIS BORGES
CONFERENCIA SOBRE JAMES JOYCE

1960, La Plata, Argentina.





















Señoras, señores:

El sociólogo norteamericano de ascendencia sueca Thorstein Veblen escribió un trabajo sobre la preponderancia de los judíos dentro de la cultura occidental.1 Esta preponderancia o primacía puede demostrarse estadísticamente, y Thorstein Veblen quiso indagar sus causas. Rechazó en primer término lo étnico. No creyó, negó, que hubiera una superioridad o una peculiaridad en la estirpe judía. Señaló además que los judíos están muy mezclados, que quizá no pueda hablarse de judíos puros, y encontró la razón de este fenómeno en el hecho de que los judíos, dentro de la cultura occidental, están manejando una cultura que no es la suya. Es decir, hacia la cual no deben ninguna lealtad, y dentro de la cual pueden obrar sin supersticiones y muchas veces de un modo revolucionario.
Ahora, vayamos a un problema análogo, que es el que nos interesa hoy. El caso de Irlanda, el caso de los irlandeses dentro de la cultura británica y dentro de la cultura occidental. En el siglo XIX se insistió en la diferencia entre la raza sajona y la raza celta –hay una novela de [George] Meredith titulada Celt and Saxon2–, pero luego, ahondando en el asunto, se ha visto que no se trata de una diferencia racial. En el siglo XIX se creía que todos los ingleses eran de ascendencia sajona, que ser irlandés significaba tener sangre celta; ahora se piensa que ingleses e irlandeses son racialmente heterogéneos, y es natural que sea así. Pensemos que hubo en Inglaterra una población celta, que luego la invadieron los romanos, que luego la invadieron los sajones, anglos y jutos, estos últimos venían de Dinamarca; luego tenemos las invasiones danesas, luego la invasión normanda, de escandinavos, ganados para la cultura francesa… Bueno, ya vemos que Inglaterra es bastante heterogénea. Y en cuanto a Irlanda, bastaría detenernos en algunos de los grandes nombres irlandeses para ver que muchos proceden de estirpe inglesa, de modo que no bastaría la teoría de la raza celta para explicar estas cosas. Ahora, lo que sí es indudable es que Irlanda ha dado al mundo una cifra de nombres famosos que no guarda relación con el hecho de que Irlanda es un país pequeño, pobre, no demasiado poblado. Sin embargo tenemos, ya en el siglo IX, al famoso místico Juan Escoto Erígena, y luego –no pretendo agotar el catálogo de nombres ilustres irlandeses, diré los que van acumulándose, los que se presentan a mi memoria– pensemos en Wilde, pensemos en Yeats –de quien [T.S.] Eliot ha dicho que es quizá el mayor poeta de lengua inglesa de nuestro tiempo–, pensemos en George Moore, pensemos en Bernard Shaw, pensemos en [Richard Brinsley] Sheridan, pensemos, en otro campo, en el Duque de Wellington. Es decir, abundan los nombres ilustres. Y luego pensemos también en James Joyce.

 Yo creo que la teoría, que la conjetura de Veblen podría aplicarse a los irlandeses, más allá de todo carácter racial. Y entonces podríamos decir que los irlandeses viven dentro de la cultura inglesa, manejan –a veces espléndidamente– la lengua inglesa, y sin embargo se saben no ingleses, es decir, no deben una lealtad especial a la tradición o a las tradiciones inglesas, y entonces pueden encarar lo que hacen desde un punto de vista revolucionario. Y si ustedes me permiten un paréntesis, tal es –o tal podría ser, o tal ya ha sido–, en ciertos casos, nuestra actitud de americanos. Nosotros participamos en la cultura occidental, manejamos una lengua occidental –el español– y sin embargo nos sabemos no europeos, no españoles. En todo caso nuestra historia parte de la decisión de no ser españoles, y quizá a ello se deba que la máxima revolución de las literaturas de lengua hispánica surja primero en América y luego llegue a España. Estoy pensando, evidentemente, en el modernismo, en Rubén Darío, en Jaimes Freyre y –not least– en Leopoldo Lugones.
Ahora volvamos al caso de Joyce, que es el que nos interesa hoy. No sé cuál es exactamente la ascendencia de Joyce; sé que su padre era un recaudador de impuestos, que la familia era católica –por eso Joyce fue educado por los jesuitas–, y en cuanto a la ascendencia celta sé que Joyce, contrariamente a sus compañeros de generación, no se interesó mayormente –al principio– en ella. Cuando los irlandeses estudiaban su antigua lengua celta, el eers, Joyce recordó que Dublin había sido un puerto de vikings, de vikings daneses, que en Irlanda había habido dinastías de reyes escandinavos, es decir que en la raíz de Irlanda estaba no solamente lo celta, sino lo escandinavo; y Joyce estudió noruego y le escribió, en noruego, una larga carta a aquel gran dramaturgo –que otro irlandés, Bernard Shaw, estaba imponiendo a la atención de Inglaterra–, a Henrik Ibsen. Y en el último libro de Joyce, en aquel enigmático y vertiginoso Finnegans Wake hay –nos dicen– muchas palabras escandinavas, muchos calemboures hechos con palabras escandinavas.

 Ya que conviene fijar en el tiempo a Joyce, cabe recordar estas pocas fechas. Joyce nace en Dublin en 1882, publica la obra que lo hará famoso –y escandaloso– en el mundo, el Ulises, hacia 1922. Y luego muere en 1941. La vida de Joyce transcurre lejos de Irlanda. Él mismo dice, en El retrato del artista adolescente –una novela evidentemente autobiográfica– que él se propone dejar a Irlanda y trabajar con tres armas, y esas tres armas son «el silencio, el destierro y la astucia», «silence, exile and cunning». Ahora, la obra de Joyce es una obra que más allá de nuestras preferencias o aversiones, es muy importante para nuestro tiempo. Yo participé, alguna vez, en el movimiento que se llamó Ultraísta, yo creí en la posible renovación de las letras, y si yo tuviera que señalar una obra que representara de un modo magnífico todo lo que llamamos –y lo que aún ahora sigue llamándose– moderno, esa obra sería, indudablemente, la obra de Joyce.
Es decir, hay en el mundo centenares, miles de muchachos jóvenes que están ensayando una obra que corresponde a lo que Guillaume Apollinaire llamó la «aventura», oponiéndose al «orden». Pues bien, el mejor símbolo, el mejor espejo, de esa aventura –de nuestra aventura– es notoriamente la obra de James Joyce. Quiero decir que si tuviera que perderse todo lo que se llama literatura moderna y hubiera que salvar dos libros, esos dos libros que podríamos elegir –digamos en todo el mundo– serían en primer término el Ulises, y luego el Finnegans Wake.
Joyce, desde luego, siempre se sabe irlandés, se siente profundamente irlandés. Esto es una pasión para él. Y quizá, más que irlandés, dubliner, hombre de Dublin. Cuando Joyce se hace famoso vuelve por unos días a Irlanda y luego vuelve a París y vuelve a Zürich, donde muere, quebrantado por una larga y terca labor, y ya ciego, en 1941. Martínez Estrada ha dicho que William Henry Hudson pudo dejar la República Argentina siendo joven y no volvió nunca a ella porque la llevaba consigo, no necesitaba volver. Su memoria era tan vívida como la intuición –digamos sensible– de las cosas. Y lo mismo podríamos decir de Joyce, que se llevó a Irlanda, a su Irlanda, consigo. Además, él ya dijo que el destierro era un arma. Quizá, para que él escribiera esos dos libros tan profundamente irlandeses –el Ulises y Finnegans Wake–, fue necesaria la nostalgia, fue necesario el estímulo y el acicate de la nostalgia, y esto Joyce lo supo ya que escribió aquello de «silence, exile and cunning».
Joyce empieza escribiendo un libro de cuentos cortos, Dubliners, luego hay una pieza de teatro suya que se llama, significativamente, Exiles. Todas estas obras se las lee ahora porque reflejan, porque sobre ellas cae la gloria de Ulises, sino serían –merecidamente, me parece– olvidadas. Tenemos la novela El retrato del artista adolescente, el libro más accesible de Joyce. Y luego tenemos este libro de cuentos, Dubliners, y parece que Joyce se propuso agregar un cuento a la serie, pero antes a Joyce le había interesado profundamente la evolución literaria europea. Es decir, Joyce estudió profundamente las dos grandes corrientes francesas de la época: el naturalismo, cuyo nombre máximo o más famoso es el de Zolá, y el simbolismo. El simbolismo produjo en Irlanda un gran poeta, como sabemos, el poeta Yeats. Se trata de dos escuelas opuestas. En Francia los simbolistas fueron enemigos de los naturalistas. Pero a Joyce las dos le interesaron. Y vamos a encararlas ahora, ya que esto es necesario para la comprensión de la obra de Joyce.
Veamos en primer término el naturalismo. Los naturalistas se proponían ofrecer a su lectores «les tranches de vie», tajadas de vida. Hay una frase que corre también por aquella época, y esa frase es «trascripción de la realidad». Es decir, los naturalistas –aunque alguno de ellos, especialmente Zolá, tenían una poderosa imaginación, o una imaginación visionaria– decían sólo querer «trascribir la realidad», y vamos a analizar esta frase. Desde luego, sólo se trascribe lo oral, sólo se trascribe lo que está escrito, o lo que se dice, tras-cripción. En cambio, buena parte de la realidad no es oral. De modo que ya en este programa, que parece modesto, de trascripción de la realidad, hay algo imposible. Es decir, se puede trascribir lo que una persona dice, o un escritor puede manejar un estilo escrito que se confunda, o que parezca confundirse, con el estilo oral. Pero la mayor parte de la realidad no es oral. Hay una parte de nuestra realidad que es visual, otra es olfativa, otra es táctil, otra es gustativa, y luego tenemos también la memoria, la memoria hecha de imágenes. Y tenemos las pasiones. Nada de esto puede trascribirse directamente. Sería posible trascribir la realidad si esta fuera simplemente verbal, pero es muchas otras cosas. Es memoria, y pasión, y nostalgia, y voluntad, y tantas cosas que no son palabras.
A Joyce le interesa también el simbolismo. El simbolismo quiere lo contrario del naturalismo. El simbolismo cree que nada puede expresarse, que el escritor debe proceder por sugestión y, en este sentido, el simbolismo está más cerca de las eternas tradiciones de la literatura que el naturalismo. Digamos, ¿qué son las palabras? Las palabras son símbolos, pero para que esos símbolos obren es necesario que sean símbolos compartidos. Por ejemplo, si yo hablo de la Plaza Constitución esto despierta una imagen en todos nosotros, porque la conocemos. Pero si yo les hablo de la calle Congress, en Austin, por ejemplo, esto no tiene por qué despertar ninguna imagen precisa.
Los simbolistas querían proceder por sugestión. Y la metáfora en gran parte es una sugestión. Y quizá las metáforas o las imágenes más felices son no las que declaran las cosas, sino las que las sugieren. Recuerdo en este momento una imagen de [Stéphane] Mallarmé, y es curioso que Mallarmé es simbolista, y sin embargo yo voy a citar una imagen suya que es lo contrario de simbolista, que marca demasiado las cosas, me parece. Mallarmé habla de una pareja de amantes, y entonces la llama «du blanc couple nageur», «la blanca pareja nadadora»3. Esto, desde luego, es vívido, pero al mismo tiempo es demasiado vívido. Aquí Mallarmé no fue muy simbolista. En cambio, recuerdo a un poeta del siglo XIV, [Geoffrey] Chaucer, que en Troilo y Criseida dice: «O loveres ye, that bathen in gladnesse», «Oh, amantes, que os bañáis en la alegría.»4 Y aquí la palabra «bañáis» sugiere la desnudez. La palabra «bañáis» sugiere también lo que dice de un modo demasiado explícito Mallarmé. Es decir, en este verso, aquel lejano poeta del siglo XIV fue mejor simbolista; logró, de acuerdo con las normas del simbolismo, más ciertamente que Mallarmé… Como esa imagen es tan explícita que es torpe, y que notamos en seguida las diferencias entre la natación y el abrazo, digamos.

 A Joyce le interesaban ambos métodos. Casi podríamos decir que a Joyce le interesaba todo lo que fuera literatura. Joyce no fue un pensador importante. La vida de Joyce es una vida común. Tuvo la pasión política que tuvo su época, fue conscientemente y a veces agresivamente irlandés, buscó deliberadamente modelos en Francia para no buscarlos en Inglaterra; las ideas de Joyce son ideas comunes, lo que lo diferencia de todos los hombres es su pasión literaria, es el hecho de haber entregado su vida a la literatura. Joyce había escrito el libro Dubliners, y luego pensó agregar un cuento a la serie. Y el argumento de ese cuento era un argumento asaz sencillo, o que pareció sencillo, o que le pareció sencillo a primera vista. Joyce pensó en un personaje bastante común, Leopold Bloom, un judío un poco perdido en Dublin, y en un día de ese hombre. Ahora, lo que le interesaba a Joyce es que ese hombre sabe que su mujer lo engaña, sabe que esa mujer va a engañarlo ese día. Y él tiene que cumplir con sus tareas; es un hombre de negocios, y entonces él recorre la ciudad de Dublin, conversa con diversas personas, se olvida a veces de esa preocupación, pero naturalmente esta idea de que su mujer va a engañarlo –él sabe la hora y el lugar–, está persiguiéndolo y proyecta una suerte de sombra sobre él, y luego él vuelve a su casa, él sabe lo que ha ocurrido y se duerme.
Joyce pensó dedicar un cuento a este día. Este día de fracaso, de soledad, este día de un hombre que está viviendo un destino trágico pero que no quiere confesárselo, que trata de vivir con indiferencia ese día. Entonces Joyce se dijo «voy a escribir un cuento en el cual esté ese día de Leopold Bloom desde el momento en que se despierta hasta el momento, en la alta noche, en que lo rinde el sueño». Y luego Joyce se puso a mirar ese día, y le sucedió entonces lo que le ocurrió a aquel griego remoto, Zenón de Elea, que se preguntó el problema de un móvil que tiene que partir de aquí y tiene que llegar hasta este otro extremo del pupitre, entonces Zenón se dijo «antes tiene que pasar por este punto intermedio, pero antes de pasar por este punto intermedio tiene que pasar por este, antes por este, antes por este», y así hasta lo infinito. Es decir, Zenón de Elea vio en una extensión –en cualquier extensión– el infinito. Lo mismo le pasó a Joyce. Podemos pensar en Joyce inclinándose sobre ese día de Leopold Bloom y viendo que ese día para ser registrado fielmente contenía miles de cosas. Pensemos en el número de percepciones visuales que nos acompañan desde el despertar hasta el momento de dormir. Son, ciertamente, miles. Pensemos en las percepciones táctiles, en las percepciones gustativas, pensemos simplemente lo que significa atravesar una calle o entrar en una habitación, o encontrarnos con una persona y reconocerla. Pensemos en el contexto de memorias que traen nuestros actos. Yo, por ejemplo, al venir hoy a La Plata, he pensado en las muchas veces que he venido. He pensado –y acaso momentáneamente y sin proponérmelo– en amigos míos que han muerto, he pensado en López Merino, luego he recordado versos de Almafuerte… Todo lo que cabe en un día. Joyce comprendió que si él quería cumplir con ese programa –al parecer modesto– de redactar un día humano, tendría que escribir un libro casi infinito, y Joyce dedicó muchos años –en París, en Trieste, y en la ciudad de Zürich, en Suiza, donde moriría– a la redacción de este libro.
Entre los personajes tradicionales, había uno que siempre había atraído a Joyce, y ese personaje era Ulises. Joyce lo comparó con otros personajes que viven en la memoria y en la imaginación de los hombres, con Fausto, con Don Juan, con Hércules, y todos ellos le parecieron mucho menos significativos que Ulises. Y pensó que en aquel relato de un modesto comerciante judío irlandés podría cifrarse, de algún modo, la aventura de Ulises. Creo que [William] Blake dice que todo sucede en los sesenta latidos de un minuto. Blake, en su lenguaje metafórico, habla de los alcázares de plata y de oro que hay en cada minuto humano, y Joyce pensó algo parecido. Pensó que toda la empresa de Ulises –su nostalgia, su deseo de volver a Itaca– podía estar en el día único de Leopold Bloom. Leopold Bloom también quiere volver a su Itaca, a su casa, y desea y teme encontrarse con una Penélope que no le ha sido fiel.

 Como Joyce había estudiado todas las técnicas literarias, y no estaba enteramente satisfecho con ninguna de ellas, se propuso ensayarlas y agotarlas en el Ulises. Tomó como esquema la Odisea. Es decir, cada capítulo del Ulises de Joyce corresponde a uno de los cantos, a una de las rapsodias, de la Odisea. Y además, Joyce buscó otras analogías. Por ejemplo, cada capítulo está dedicado a un órgano del cuerpo humano; en cada capítulo prima un color; cada capítulo sigue una técnica literaria distinta. Hay quienes han visto el mérito –o una de las virtudes del Ulises– en esta técnica. Yo creo que no hay mayor mérito. Creo que Joyce lo hizo simplemente para darse ánimo, para seguir escribiendo, y creo que esta es en general la función de todos los argumentos y de todos los esquemas. Lo que importa es la obra. Ahora, el esquema, el argumento, tiene la virtud de persuadir al autor de que ya tiene algo. Joyce, para emprender esa tarea gigantesca del Ulises, tenía que pensar que toda ella estaba prefigurada en la Odisea, o mejor dicho, tenía que pensar que su labor consistía en adecuar a la realidad de Dublin a principios de siglo, todas las aventuras que corre Ulises en el Mediterráneo, todas las aventuras fantásticas, con hechiceros, con cíclopes, con guerreros, con dioses. Creo que esto le sirvió simplemente como una ayuda, o como una supuesta ayuda a Joyce. Si a ustedes les interesa, toda esta especie de andamiaje del Ulises, todo ello está en un libro –oficioso, diremos– publicado por Stuart Gilbert5, que fue secretario de Joyce. Ahí tenemos analizado capítulo por capítulo el Ulises de Joyce, ahí tenemos las diversas correspondencias homéricas, ahí vemos que en tal capítulo predomina el color rojo, que en ese capítulo casi todas las metáforas están tomadas de la circulación; que en tal otro capítulo predomina el aire, que en ese capítulo las metáforas están tomadas de la respiración; que en tal capítulo predomina lo digestivo, en otro lo generativo, etcétera. Y además que hay una figura retórica que predomina en cada capítulo. Tenemos así, al final de la obra, un capítulo escrito en forma de catecismo; ahí el método naturalista está llevado a su extremo. Por ejemplo, se nos dice exactamente el ángulo desde el cual los personajes miran, ahí se nos dicen los nombres de los libros que hay en la biblioteca. Es un capítulo lleno de datos precisos. El último capítulo es el que ha influido más en toda la literatura contemporánea, y es el largo monólogo interior de la mujer de Bloom. Lo que la mujer de Bloom piensa antes de dormir.
En la Odisea, tenemos el tema de Ulises y de Telémaco. Y en el Ulises de Joyce tenemos a un personaje, Stephen Dedalus, que es él mismo, el mismo Joyce, que busca a su padre y que finalmente lo encuentra en Bloom. Dedalus es el Telémaco de esta Odisea.
¿Qué podemos decir del Ulises? Es, desde luego, una de las obras más extrañas de nuestro tiempo, pero –esto lo apunta [George] Sampson, en su Historia de la Literatura Inglesa6 tiene el defecto capital de ser ilegible. No puede leerse desde el principio hasta el fin. En cambio, abunda en frases felices. Porque el talento de Joyce era –me parece– un talento ante todo verbal. Esto lo veremos en algunos poemas que escucharemos dentro de poco. Él escribe este libro, que pretende seguir a la realidad. Yo creo que no la sigue exactamente, porque no creo que las palabras puedan seguir la realidad. Y Joyce debió sentir que no había cumplido su empresa. Porque poco después empezó a escribir el otro libro, un libro que es al Ulises lo que el Ulises es a todos los demás libros, el Finnegans Wake. Quiero decir que Ulises es más complejo que cualquier otra obra literaria, y sin embargo es límpido si lo comparamos con Finnegans Wake.

 Ulises dura un día, esto quiere decir que corresponde al pensamiento de la vigilia. Y Finnegans Wake dura una noche, esto quiere decir que corresponde al pensamiento simbólico, a los sueños de la noche. Jung habla de lo subconsciente colectivo, que en cada uno de nosotros habría una pequeña área, una superficie, que corresponde a la conciencia, y luego una suerte de esfera o de cono de sombra que corresponde a la subconsciencia, y esto estaría representado en los sueños. Hay otra diferencia, además. Hay psicólogos que dicen que nosotros vivimos sucesivamente, es decir, en toda nuestra vida consciente hay un antes, un mientras, un después. También los psicólogos se han preguntado qué cosa es el presente. Aquel filósofo inglés [Francis] Bradley dice que el presente es aquel momento en que el futuro se vuelve pasado. Es decir, nosotros no viviríamos siguiendo la corriente del tiempo, sino que iríamos avanzando contra la corriente del tiempo, nosotros iríamos hacia el manantial del tiempo, que estaría en el porvenir. Esto es lo que Unamuno ha dicho en

Nocturno el río de las horas fluye
desde su manantial que es el futuro
eterno.7

El tiempo vendría desde el futuro hacia nosotros, y nosotros avanzaríamos de cara al futuro. Según algunos psicólogos –recuerdo ahora el libro de Dunne, An experiment with time, «Un experimento con el tiempo»– nosotros no soñamos sucesivamente. Según Dunne, nosotros, al soñar, abarcaríamos una zona de tiempo hecha de pasado inmediato y de porvenir inmediato. Quiero decir que esta noche soñaremos con el día de hoy y con el día de mañana, y todo esto lo dominaremos –se trataría de una pequeña eternidad personal– desde una altura. Pero luego, como estamos acostumbrados a vivir sucesivamente, al despertar recordamos sucesivamente lo que hemos soñado. Aunque quizá el sueño fue simultáneo. Por ejemplo, al leer nuestros ojos están acostumbrados a recorrer la página de izquierda a derecha. Una de las dificultades para leer lenguas semíticas es que debemos desandar ese camino. Según ciertos psicólogos, nosotros soñamos simultáneamente, aunque luego, al armar el sueño, al recordarlo, le damos un carácter sucesivo. Entonces Joyce se propuso escribir un libro cuyo protagonista fuera un tabernero de Dublin, pero ese tabernero estaría presentado en sus sueños, no en la vigilia. El libro de Joyce, el Finnegans Wake, sería un libro simultáneo. Naturalmente, nosotros no podemos leerlo simultáneamente, estamos condenados a leerlo sucesivamente: leemos en primer término la página 1, la 2, la 3… salvo que nunca llegamos a la página 3, porque hemos quedado en la primera página, generalmente, dada la dificultad del texto. Joyce dijo que este libro debía leerse y que luego uno podría verlo simultáneamente. No sé si la atención humana es capaz de todo esto.
Joyce –ya que se movía en el mundo de los sueños, en un mundo de sugestiones infinitas, en un mundo que según él comprende también lo inconsciente– no pudo contentarse con el lenguaje común, y entonces resolvió escribir todo un libro hecho de neologismos. Veamos ahora cuál es el mecanismo de esos neologismos. Voy a empezar con algún ejemplo en español que aclarará estas cosas. Este ejemplo pertenece a Marcelo del Mazo, autor de aquel «Tríptico del tango», amigo de Evaristo Carriego. Había en Buenos Aires orquestas de zíngaros –es decir de gitanos–, y alguien habló de una confitería en que tocaba una orquesta de zíngaros, y preguntó si realmente eran zíngaros. Entonces Marcelo del Mazo dijo «Bueno, zíngaros no, gríngaros, diremos» [ríe]. Es decir «gringos que hacen de zíngaros». Veamos esta palabra en que se unen dos: «gringos» más «zíngaros», «gríngaros».
Veamos un ejemplo de Laforgue, un poeta simbolista. Laforgue habla de «violupté». Tenemos la idea de «voluptuosidad», «volupté», y de «viol», «violación», está dado en una sola palabra. Y hay otro ejemplo. Una negación de la eternidad, una broma hecha a la eternidad por Jules Laforgue. Laforgue habla no de «éternité», sino de «éternullité» [ríe], la «eternulidad», en que se niegan las dos cosas.
Joyce concibió el propósito –y desgraciadamente lo llevó a cabo– de escribir un libro de 300 páginas8 en el cual todos los sustantivos, todos los adjetivos y todos los verbos vienen a ser así centauros de dos palabras. Por ejemplo, en inglés tenemos la palabra «noise», «ruido», la palabra «voice», «voz», entonces él dice «voise»9 para unir la idea de «ruido» y de «voz». O si no, en inglés tenemos «the english language», pero también la palabra «jingle», «sonsonete», y «jangle» que es hacer sonar unas llaves, o unos metales. Entonces Joyce, en lugar de «english language», habla de «jinglish janglage».10
A veces los efectos son muy curiosos. Por ejemplo habla de «glittergates of elfinbone».11 «Glitter» es brillo, «glittergates» nos da en una sola palabra la imagen de «puertas resplandecientes». Y ahora veamos lo de «elfinbone». En alemán, hay la palabra «Elfenbein», que significa marfil. «Elfenbein» podría interpretarse como «huesos de elfo», pero naturalmente la etimología no es esa, la etimología es de «Elefantenbag», «hueso de elefante», por el marfil de los colmillos. Y Joyce toma esa palabra y la traduce y nos da «elfinbone». En lugar de marfil, «hueso de elfo», como si los esqueletos de los elfos fueran de marfil.
Voy a recordar otro ejemplo. Habla de […] comparar la noche con un río. No es una idea mayormente original. Sin embargo, veremos lo que hace Joyce con esto. Se habla de «la noche que fluye». Y Joyce habla de «the rivering waters of». «Las aguas», y luego tenemos «rivering» que es un participio hecho de «river», de «río». «The rivering waters of, the hitherandthithering waters of». «Hither and thither» es «acá y allá», «acá y acullá». Pero «hitherandthithering» es un verbo que nos da la idea de un movimiento, de muchas direcciones. Y así Joyce escribe el final de uno de los capítulos de Finnegans Wake. «The rivering waters of», «the hitherandthithering waters of». «Night», después que resuelve lo anterior.12
Todo esto es verbalmente espléndido. Pero no sé si esto cumple la empresa acaso humanamente imposible que se impuso Joyce. Virginia Woolf ha encontrado quizá la mejor definición de Ulises y del Finnegans Wake, dice que se trata «terribles derrotas», de «gloriosas derrotas». Creo que así debemos verlas. Es decir, no creo que pueda irse más allá. Se trata de una suerte de reducción al absurdo –de reductio ad absurdum– de la máxima ambición literaria. Croce dijo que la literatura, que el arte, es expresión. Pues bien, Joyce se propuso expresar. Todo escritor cuenta con una parte muerta del lenguaje. Todos nosotros sabemos que decir «Fulano entró en una habitación», «Fulano salió a la calle», esto no es realmente expresar nada, esto es sugerir al lector una posibilidad de imágenes que no le damos. En cambio Joyce quiso expresar continuamente. En este juego de palabras compuestas de Finnegans Wake una de las dificultades estriba en que a Joyce no le bastó combinar palabras inglesas, sino que combinó sus monstruos verbales con voces inglesas, noruegas, celtas, francesas, griegas, españolas, sánscritas… Esto hace del libro una suerte de laberinto.

Ahora, ¿qué perdura de la obra de Joyce? Yo creo que en primer término tenemos el ejemplo moral, el haber acometido una obra así, aunque esa obra no resulte victoriosa, no podía ser victoriosa. Y luego, en segundo término, y quizá esto es lo más importante, tenemos el extraordinario talento verbal de Joyce. Por eso Joyce no puede ser juzgado en una traducción. Joyce revisó y colaboró en la versión francesa del Ulises. Sin embargo, si comparamos esta versión con la inglesa, veremos que es muy deficiente. Por ejemplo, tenemos algo así como las «spectrales bougies», en la versión francesa, en cambio en inglés tenemos esta palabra compuesta, extraordinaria, «ghostcandle»,13 en que está «ghost», «espectro», y «candle», «vela», pero todo esto forma una sola palabra.

 Joyce empezó escribiendo poemas. Estos poemas son realmente extraordinarios. Es una lástima que Joyce –que tomó significativamente el nombre de Dedalus– se dedicara a construir laberintos, a construir vastos laberintos en los que él mismo se perdió, y en los que sus lectores se pierden. Pero ahora, ya que ningún juicio sobre un poeta puede equivaler a la audición inmediata –a la respiración de los versos– de un poeta, yo les pido a ustedes que escuchen dos poemas. El primero es un poema bastante breve que está simplemente hecho de melancolía, hecho de desesperación –quizá no haya mejores elementos para hacer un poema–, que se llama «She Weeps over Rahoon».14

«She Weeps over Rahoon»
Rain on Rahoon falls softly, softly falling
Where my dark lover lies.

Aquí yo querría […] qué lindo es «Where my dark lover lies», «Donde yace mi oscuro amante». Oscuro porque está bajo tierra, porque está perdido, porque está muerto.

Sad is his voice that calls me, sadly calling
At grey moonrise.

«Moonrise», en lugar de «sunrise». Y el «gris», que está en todo el poema, como van a ver ustedes.

Love, hear thou
How soft, how sad his voice is ever calling,
Ever unanswered, and the dark rain falling,
Then as now.

Dark too our hearts, O love, shall lie and cold
As his sad heart has lain
Under the moongrey nettles, the black mould
And muttering rain.

«Susurrante lluvia», «balbuceante lluvia».
Ahora, el otro poema, que como invención… porque este, simplemente extraordinario –me parece– como sonido, como música verbal, aunque desde luego ya es mucho que un poema tenga esa música verbal. Y ahora vamos a ver el otro poema, que es el de la visión.15

I hear an army charging upon the land,
And the thunder of horses plunging, foam about their knees:
Arrogant, in black armour, behind them stand,
Disdaining the reins, with fluttering whips, the charioteers.

They cry unto the night their battle-name:

Este verso es uno de los más extraordinarios, me parece. «They cry unto the night their battle-name», y esta es parte de la fuerza que tienen estas palabras compuestas.

They cry unto the night their battle-name:
I moan in sleep when I hear afar their whirling laughter.
They cleave the gloom of dreams, a blinding flame,

Claro, «están hendiendo la penumbra de los sueños».

Clanging, clanging upon the heart as upon an anvil.

They come shaking in triumph their long, green hair:
They come out of the sea and run shouting by the shore.
My heart, have you no wisdom thus to despair?
My love, my love, my love, why have you left me alone?

Yo querría agregar algunas palabras sobre este poema. Este poema empieza siendo un sueño. El poeta sueña o tiene una visión de ejércitos homéricos o celtas, o mejor dicho, ambas cosas a la vez, que surgen del mar. «I hear an army charging upon the land.» Estos son ejércitos muy antiguos, porque se trata de guerreros que están en carros de batalla. Entonces ellos gritan a la noche sus nombres de batalla, y llenan la tierra. Y se trata de ejércitos de dioses, de divinidades homéricas o celtas. Surgen desde el fondo del mar y llenan la tierra, agitan su larga cabellera verde, para que entendamos que son divinidades marítimas, y luego golpean sobre el corazón «as upon an anvil», «como sobre un yunque». Y luego debemos entender que en lo que corresponde a los dos últimos versos, el poeta se despierta. Entonces vemos que todo este esplendor, y todo este horror de ejércitos –que surgen del mar y que invaden la tierra, y que gritan sus nombres de batalla, y que el poeta compara con una llama que lo deja ciego– son simplemente una especie de vasta metáfora de la desolación en que lo ha dejado una mujer que no lo quiere. Es decir, todo el principio del poema está lleno del tumulto visionario de estos ejércitos, y luego al final hay simplemente una pregunta como de niño, como de niño perdido, diciéndole a la amada que por qué lo ha dejado.

Esto es lo que yo quería decir.






















Notas
1 «La preeminencia intelectual de los judíos en la Europa moderna» (1919).
2 Publicada en 1910.
3 Poesías (1887), «Le guignon» («El infortunio»).
4 Troilus and Criseyde, I (1385).
5 James Joyce's Ulysses: A Study (1930).
6 The Concise Cambridge History of English Literature (1940).
7 «Soneto LXXXVIII. Rima descriptiva», en Rosario de sonetos líricos (1911). El original no dice «futuro», sino «mañana».
8 La primera edición sobrepasa las 600 páginas.
9 Finnegans Wake, I, 1.
10 Ídem, II, 3.
11 Ídem, II, 1.
12 La frase textual es: «Beside the rivering waters of, hitherandthithering waters of. Night!» Ídem, I, 8.
13 Ulises, I, 1.
14 Escrito en 1913, aparece en el volumen Pomes Penyeach.
15 En Chamber Music, XXXVI.

Bibliografía de James Joyce
1907: Chamber Music («Música de cámara»)
1914: Dubliners («Dublineses»)
1916: A Portrait of the Artist as a Young Man («El retrato del artista adolescente»)
1918: Exiles («Exilios»)
1922: Ulysses («Ulises»)
1927: Pomes Penyeach («Poemas a penique»)
1939: Finnegans Wake («El velatorio de Finnegan» o «El despertar de Finnegan»)






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